November 21, 2025

Uno en Cristo / Daniel Conway

Los desafíos que plantea la parábola del Buen Samaritano siguen vigentes hoy en día

El papa Francisco había comenzado a redactar la exhortación apostólica “Dilexi Te” (“Te he amado”) antes de fallecer el pasado mes de abril y su sucesor, el papa León XIV, retomó su labor a la cual añadió algunas ideas propias. La exhortación terminada se publicó el 4 de octubre, el memorial de san Francisco de Asís.

“Dilexi Te” es una reflexión multifacética sobre el misterio del amor de Dios tal y como se revela en la persona de Jesucristo, el Verbo de Dios encarnado.

Al igual que el papa Francisco en su encíclica “Fratelli Tutti,” la nueva exhortación apostólica sobre el amor a los pobres utiliza la conocida parábola del Buen Samaritano (Lc 10:25-37) para ilustrar la naturaleza del amor genuino.

De acuerdo con el papa León:

La cultura dominante de los inicios de este milenio instiga a abandonar a los pobres a su propio destino, a no juzgarlos dignos de atención y mucho menos de aprecio. En la encíclica “Fratelli Tutti,” el Papa Francisco nos invitaba a reflexionar sobre la parábola del buen samaritano (Lc 10:25-37), precisamente para profundizar en este punto. En dicha parábola vemos que, frente a aquel hombre herido y abandonado en el camino, las actitudes de aquellos que pasan son distintas. Sólo el buen samaritano se ocupa de cuidarlo. (“Dilexi Te,” #105)

Todos conocemos este relato, pero su influencia trasciende su familiaridad. La crasa indiferencia de los dos hombres respetables que continúan «al otro lado» del camino sin ofrecer ningún tipo de ayuda resulta vergonzosa, pero en realidad no es infrecuente ni en tiempos de Jesús ni en los nuestros.

Por muy sofisticados e ilustrados que creamos ser hoy en día, no estamos más cerca de la verdad que encierra esta poderosa historia. Únicamente el despreciado forastero, un viajero de Samaria, tiene el valor y la compasión de expresar sus convicciones de forma concreta: atiende al herido y le ofrece de su propio dinero para que el desconocido pueda seguir recibiendo cuidados.

Haciéndose eco del papa Francisco, nuestro actual Sumo Pontífice, León XIV, nos pregunta a cada uno: “¿Con quién te identificas? Esta pregunta es cruda, directa y determinante. ¿A cuál de ellos te pareces?” (#105)

De hecho, en todos nosotros hay algo de cada uno de los protagonistas de la parábola. Podemos identificarnos con el hombre herido en varios momentos de nuestra vida, pero también podemos vernos reflejados en la indiferencia (la dureza de corazón) que muestran los dos transeúntes; y ojalá que también haya algo de la bondad y generosidad del samaritano en cada uno de nosotros.

Como nos dice el papa León en “Dilexi Te”:

Nos hace falta reconocer la tentación que nos circunda de desentendernos de los demás; especialmente de los más débiles. Digámoslo, hemos crecido en muchos aspectos, aunque somos analfabetos en acompañar, cuidar y sostener a los más frágiles y débiles de nuestras sociedades desarrolladas. Nos acostumbramos a mirar para el costado, a pasar de lado, a ignorar las situaciones hasta que estas nos golpean directamente. (#105)

Los dos papas responsables de esta exhortación apostólica ejercen aquí el don de profecía: nos desafían a salir de nuestra zona de confort y a demostrar un grado de cuidado y compasión por los demás—especialmente por los pobres y vulnerables—extraordinario y, literalmente, semejante al de Cristo.

Como leemos en “Dilexi Te”:

Y nos hace mucho bien descubrir que aquella escena del buen samaritano se repite también hoy. Recordemos esta situación de nuestros días: “Cuando encuentro a una persona durmiendo a la intemperie, en una noche fría, puedo sentir que ese bulto es un imprevisto que me interrumpe, un delincuente ocioso, un estorbo en mi camino, un aguijón molesto para mi conciencia, un problema que deben resolver los políticos, y quizá hasta una basura que ensucia el espacio público. O puedo reaccionar desde la fe y la caridad, y reconocer en él a un ser humano con mi misma dignidad, a una creatura infinitamente amada por el Padre, a una imagen de Dios, a un hermano redimido por Jesucristo. ¡Eso es ser cristianos!” (#106)

Este es el mensaje que entraña la parábola del Buen Samaritano: la santidad no puede entenderse sin que haya un reconocimiento vivo de la dignidad de cada ser humano. El amor es más que un concepto o un sentimiento bonito; es acción.

No importa cuántas veces oigamos este relato, y no importa con qué personaje nos identifiquemos, el hecho es que el amor de Cristo puede ser desafiante e incómodo.
 

(Daniel Conway es integrante del comité editorial de The Criterion.)

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