April 21, 2023

El rostro de la misericordia / Daniel Conway

Vivir la alegría de una vida en Cristo y dar testimonio a los demás

En sus audiencias semanales de los miércoles, el Papa Francisco ha hablado últimamente sobre la evangelización y le encanta citar lo que él llama la “carta magna” o documento fundacional sobre el tema: la exhortación apostólica del Papa San Pablo VI Evangelli Nuntiandi (Anunciar la Buena Nueva).

Tal como nuestro Santo Padre lo plantea:

La exhortación apostólica de San Pablo VI Evangelii nuntiandi (8 de diciembre de 1975) aborda temas de actualidad. Aunque fue escrita en 1975, es como si se hubiera publicado ayer. La evangelización es algo más que una simple transmisión de doctrinas y principios morales. Es, ante todo, testimonio ya que no se puede evangelizar sin dar testimonio del encuentro personal con Jesucristo, el Verbo encarnado en el que se realiza la salvación. Un testimonio indispensable porque, en primer lugar, el mundo necesita “evangelizadores que le hablen de un Dios a quien ellos mismos conocen y tratan familiarmente” (#76). No se trata de transmitir una ideología o una «doctrina» sobre Dios, no. Es transmitir al Dios que vive en mí.

La evangelización no consiste en llamar a las puertas o hacer proselitismo (vender la religión que profesamos), sino de dar testimonio sobre una persona, Jesucristo. Se trata de compartir una experiencia que nos ha cambiado la vida, un encuentro que ha provocado un cambio drástico en nuestra forma de ver el mundo y a nosotros mismos. Se trata de presentar a los demás “al Dios que vive en mí.”

El Papa Francisco cita las palabras de su venerado predecesor: “El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan o si escuchan a los que enseñan, es porque dan testimonio” (#41). Si queremos enseñar el Evangelio, debemos vivirlo, y esto significa llenarse de la alegría de vivir en Cristo.

Lo que enseñamos como evangelizadores que vivimos lo que creemos es lo que el Papa Francisco llama “una fe profesada,” una fe que es parte integral de lo que somos como seres humanos hechos a imagen y semejanza de Dios.

Tal como nuestro Santo Padre lo plantea:

Es necesario recordar que el testimonio incluye también la fe profesada, es decir, la adhesión convencida y manifiesta a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, que nos creó por amor, que nos redimió. Una fe que nos transforma, que transforma nuestras relaciones, los criterios y los valores que determinan nuestras opciones. El testimonio, por tanto, no puede separarse de la coherencia entre lo que se cree y lo que se proclama, y lo que se vive.

Una “adhesión convencida y manifiesta” a nuestro Dios trino significa que se nos nota que nos apasiona nuestro compromiso con Cristo. Esto no significa que alardeemos de nuestra fe católica de forma simplista o superficial; más bien significa que nos lo tomamos muy en serio y que estamos deseosos de compartir la sustancia de lo que profesamos como nuestra relación con Jesucristo.

El Papa nos pide que consideremos tres cuestiones fundamentales:

• ¿Vivimos lo que proclamamos?

• ¿Vivimos lo que creemos?

• ¿Predicamos lo que vivimos?

“No podemos contentarnos con respuestas fáciles y preconfeccionadas,” afirma el Santo Padre. “Estamos llamados a aceptar el riesgo, aunque desestabilizador, de la búsqueda, confiando plenamente en la acción del Espíritu Santo que actúa en cada uno de nosotros, impulsándonos cada vez más lejos: más allá de nuestras fronteras, más allá de nuestras barreras, más allá de nuestros límites, de cualquier tipo.”

Una fe profesada no es un mero ejercicio de memoria como cuando estudiamos las preguntas del catecismo. Sin duda, la información que aprendemos en el Catecismo de la Iglesia Católica es importante para una fe madura, informada y adulta, pero no es suficiente. Debemos hacer nuestro lo que aprendemos de las Escrituras y de las enseñanzas de la Iglesia. Debemos vivir lo que creemos y predicar lo que vivimos.

Para que la Iglesia pueda llevar a cabo eficazmente su misión evangelizadora, dice el Papa Francisco:

La Iglesia como tal también debe empezar por evangelizarse a sí misma. Si la Iglesia no se evangeliza a sí misma, es apenas una pieza en un museo. En cambio, es evangelizándose a sí misma como se actualiza continuamente. Necesita escuchar sin cesar aquello en lo que debe creer, sus razones para tener esperanza, el mandamiento nuevo del amor.

La evangelización es obra del Espíritu Santo, y “sin el Espíritu Santo sólo podemos publicitar la Iglesia, no evangelizar.” Estamos llamados a ser evangelizadores llenos del Espíritu que proclaman lo que vivimos y creemos.
 

(Daniel Conway es integrante del comité editorial de The Criterion.)

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