Al entregar su vida
			Diácono procura seguir el ejemplo de su amigo fallecido mediante una vida de servicio			
			
		    
			El obispo Christopher J. Coyne realiza la imposición ritual de las manos  sobre el entonces candidato a diácono en transición, Martín Rodríguez, el 23 de  junio de 2012, en la Catedral de San Pedro y San Pablo en Indianápolis. El  diácono Rodríguez, miembro de la parroquia de Santa María en Indianápolis, será  ordenado sacerdote el 18 de mayo. (Fotografía de archivo de Mary Ann Garber)
            (Nota del editor: El 18 de  mayo a las 10 a. m. tres hombres se ordenarán como sacerdotes en la Catedral de  San Pedro y San Pablo en Indianápolis: los diáconos en transición Doug  Marcotte, Martín Rodríguez y John Francis Kamwendo. Esta semana The Criterion presenta una reseña sobre el diácono  Rodríguez.)
             Por Sean Gallagher
            Martín Rodríguez estaba sentado en el piso del hospital  con la ropa todavía mojada y adherida a la piel.
Un médico acababa de anunciarle que su amigo, Anastasio,  había muerto. Destrozado, Martín le preguntó a Dios por qué él seguía aún con  vida.
A principios de aquella tarde del Domingo de  Resurrección en 2004, Martín, Anastasio y otros integrantes de un grupo de  jóvenes adultos de la parroquia de Santa María en Indianápolis visitaron el  parque Eagle Creek para celebrar el día festivo y los cumpleaños de tres de los  integrantes del grupo.
A manera de broma lanzaron a los cumpleañeros en el  estanque del parque; en el proceso, Martín se cayó. Como no sabía nadar, se  agitó y comenzó a hundirse en el agua fría.
La mayoría de los integrantes del grupo pensó que estaba  bromeando y se alejaron.
“Lo último que vi fue a mi amigo Anastasio allí parado  mirándome,” dijo Martín. “Se dio cuenta de que no estaba bromeando, que de  verdad me estaba ahogando. Se quitó el suéter y se zambulló en el agua.”
Otros se acercaron para ayudarlo y llevaron a Martín a  la orilla. Pero Anastasio no aparecía por ningún lado. Llamaron al 911. Los  rescatistas encontraron a Anastasio en el agua. Lo llevaron a toda prisa al  hospital Methodist en Indianápolis donde posteriormente declararon que había  fallecido.
Mientras Martín reflexionaba sobre el significado de su vida,  a la luz de la muerte de su amigo para salvarlo, recordó una oración que había  elevado a Dios un mes atrás.
Era la primavera de su último año en la secundaria y se  preguntaba si Dios lo estaría llamando al sacerdocio. Le prometió a Dios que se  convertiría en seminarista, pero no estaba convencido de que el sacerdocio  fuera verdaderamente su vocación.
Ahora, luego de ver la inmolación de su amigo, su futuro  se le presentaba con más nitidez.
“Lo primero que recordé fue la promesa que había hecho  hacía un mes,” relata Martín. “Ahí estaba la respuesta: por eso todavía estaba  con vida. Estaba vivo para seguir la vocación al sacerdocio. A partir de ese  momento vi muy claramente que Dios probablemente quería que hiciera algo con  esa vocación.”
Nueve años atrás Anastasio entregó su vida para que  Martín viviera. El 18 de mayo el diácono en transición Martín Rodríguez  entregará su vida para servir a Cristo y a la Iglesia cuando reciba el orden  sacerdotal en la Catedral de San Pedro y San Pablo en Indianápolis.
Será el primer latino ordenado sacerdote en la  Arquidiócesis de Indianápolis desde hace casi medio siglo, y será el primer  oriundo de México ordenado como sacerdote en la Iglesia del centro y el sur de  Indiana.
            El crecimiento de la fe
            
              El diácono Rodríguez se mudó a Indianápolis, procedente  de su México natal, con su madre y tres hermanos en 2002, cuando tenía 17 años.  Su padre se les había adelantado en 1999.
              Al momento de su llegada a Indianápolis, el vínculo  entre el diácono Martín y su fe era muy tenue. Casi nunca acudía a Misa y no  había participado en ningún programa de ministerio para jóvenes en México.
              Todo eso cambió en Indianápolis. El ejemplo de la fe de  su madre, un primo de su edad y un líder del grupo de jóvenes adultos lo  llevaron a asistir a Misa todos los domingos. También le gustaban los eventos  sociales del grupo de jóvenes adultos.
  “Eso fue lo que me enganchó,” comenta el diácono  Rodríguez. “Más adelante fui a confesarme por primera vez en mucho tiempo.  Entonces pude recibir la comunión nuevamente y me involucré activamente en la  Iglesia.”
              Eliecer de la Cerda era uno de los líderes del grupo de  jóvenes adultos y miembro del coro de la parroquia junto con el diácono  Rodríguez. Como ex seminarista en México, de la Cerda platicó con él sobre qué  vocación le tendría reservado Dios.
  “Le pedí a Martín que considerara el sacerdocio y  sencillamente se sonrió y me dijo: —El sacerdocio no es lo mío,” recuerda de la  Cerda. “Siempre vi algo especial en Martín que lo convertiría en un buen  sacerdote, pero necesitaba una señal de Dios para decidirse a escuchar Su  llamado al sacerdocio.”
              Sus padres, Martín y Ninfa Rodríguez, reconocieron que  durante la crianza del mayor de sus cuatro hijos, todos varones, jamás se  imaginaron que seguiría una vocación religiosa.
              Pero ahora que faltan pocas semanas para la ordenación  están emocionados porque será el primer sacerdote de la familia.
  “Hemos estado esperando ese momento desde hace cuatro  años,” señala su padre.
            Admiración compartida
            
              Los acontecimientos inesperados de la Pascua de 2004  fueron parte de la señal de Dios que condujeron al diácono Rodríguez al  seminario. Pero también hubo otros factores que lo predispusieron a considerar  el sacerdocio: las cenas vocacionales de la parroquia de Santa María y la vida  sacerdotal y el ministerio de fe del pastor de la comunidad desde hace mucho  tiempo, el padre Michael O’Mara.
              El diácono Rodríguez valora la ardua labor del padre  O'Mara al servicio de los parroquianos y vivió en carne propia la importancia  de la compasión sacerdotal cuando el padre O’Mara se presentó en el hospital,  tras la muerte de Anastasio, para pasar un rato con los integrantes del grupo  de jóvenes adultos.
  “Todos corrimos hacia él, todo el grupo,” comentó el  diácono Rodríguez en un entrevista reciente con The Criterion. “Y él tan solo extendió los brazos. Tengo ese  recuerdo vívido en la memoria, como si hubiera sido ayer. Sentí como sin un  ángel nos hubiera abierto las alas para consolarnos. Ese momento verdaderamente  me conmovió.”
              Por su parte, el padre O’Mara ha experimentado la  renovación de su propia vida sacerdotal y de su ministerio a medida que  observaba la evolución de su parroquiano en la formación sacerdotal, en el  transcurso de los últimos nueve años.
  “Es auténtico en todos los aspectos,” expresó el padre  O’Mara. “Cuando estás con él te sientes lleno de energía. Creo que eso es lo  que me transmitirá a mí y a todo el presbiterato.”
              Cuando el diácono Rodríguez se ordene como sacerdote el  18 de mayo, el padre O’Mara ayudará a colocarle la vestimenta sacerdotal.
  “Es un gran honor,” comentó el padre O’Mara. “Resulta  una oportunidad estupenda porque, en cierto modo, creo que he procurado  investirlo de sacerdote durante los últimos nueve años.”
              Su familia también considera que aportará mucho a la  institución del sacerdocio.
  “Sabemos que será un recurso excelente para la Iglesia  católica y quizás marque la diferencia en la vida de muchas personas,” dijo su  padre. “Esperamos que transmita más la fe a la comunidad latina.”
            Un acontecimiento histórico
            
              El diácono Rodríguez pasará a la historia al convertirse  en el primer oriundo de México que se ordena como sacerdote en la Arquidiócesis  de Indianápolis. Jamás se sintió atraído a la formación sacerdotal en la  diócesis de su país natal.
  “En la oración comprendí que en verdad Dios nunca me  llamó [en México],” afirmó el diácono Rodríguez. “Me llamó aquí, en  Indianápolis, y lo interpreté como una señal de que quería que sirviera en  Indianápolis. Así que desde el comienzo quise incorporarme a la Arquidiócesis  de Indianápolis.”
              Valora el hecho de que su ordenación será un  acontecimiento histórico pero lo ve como un reto.
  “Si he sido el primero en 50 años quiere decir que hay  mucho por hacer en cuanto a conseguir más vocaciones,” comentó el diácono  Rodríguez.
              A su ordenación como diácono en transición, el pasado  junio en la catedral, acudieron católicos latinos de todo el centro y el sur de  Indiana. Tras la liturgia el diácono Rodríguez pasó mucho rato platicando y  tomándose fotografías con ellos.
  “Es un baldazo de humildad que tantas personas estén  emocionadas por ti,” dijo. “Conozco a muchos de ellos, pero hay otros a quienes  no conozco. Todos me han prometido sus oraciones. ¿Quién soy yo para recibir  toda esa atención?”
              El 18 de mayo será un día emocionante para el diácono  Rodríguez, su familia y muchos católicos latinos del centro y del sur de  Indiana. Y sin embargo, en ese histórico día, aún con el torbellino de  pensamientos y emociones que invadirán su mente y su corazón, el diácono  Rodríguez revivirá con agradecimiento aquel histórico día de 2004 cuando su  amigo entregó su propia vida para que él pudiera vivir.
  “Creo que durante la ordenación tendré muchas cosas  presentes en mi mente y en mi corazón,” comentó. “Por encima de todo estaré muy  agradecido con Dios por permitirme ser su sacerdote y por haberme enviado un  ángel que me mostró el significado de la amistad verdadera. Mi corazón repetirá  constantemente una letanía: Gracias, Dios.”
               
            (El editor, Mike Krokos,  realizó aportes a esta historia. Para obtener más información sobre la vocación  al sacerdocio en la Arquidiócesis de Indianápolis, visite www.HearGodsCall.com.) †