Cristo, la piedra angular
Sinodalidad, solidaridad y justicia templadas por la misericordia
La carta que publiqué recientemente, titulada “Paz y unidad: Reflexión pastoral” aborda los principios de la doctrina social católica que son esenciales para alcanzar estas metas.
La búsqueda de la paz y el llamamiento a la unidad son principios básicos de todas las religiones.
Tanto si leemos las Escrituras hebreas como la Biblia cristiana o el Corán islámico, descubrimos que el deseo de Dios para la familia humana es que estemos unidos a Él y en paz unos con otros, deseo que también se manifiesta en otras religiones del mundo. Lamentablemente, la experiencia nos ha enseñado que todas las doctrinas de fe están sujetas a la tergiversación por parte de aquellos que cometen actos de violencia e injusticia con el fin de hacer el mal. A menudo se señala que lo demoníaco divide, pero lo que nos une es del Espíritu.
“Paz y unidad: Reflexión pastoral” destaca que en años recientes nuestra Iglesia ha hecho énfasis en el concepto de “sinodalidad”: cultivar el arte del diálogo, la escucha, la comprensión, el acompañamiento, el discernimiento y el respeto mutuo, con el Espíritu Santo como protagonista. El difunto papa Francisco a menudo nos recordaba que la sinodalidad no consiste en cambiar la doctrina de la Iglesia, sino que es, ante todo, una forma de vivir el Evangelio.
La sinodalidad es un estilo de liderazgo pastoral abierto y sensible a las necesidades de la gente de hoy. El liderazgo sinodal afirma el hecho de que toda persona bautizada tiene el derecho y la responsabilidad de participar en la vida y el ministerio de la Iglesia. Reconoce que todos somos miembros del único Cuerpo de Cristo, y que cada uno de nosotros está llamado a la conversión y al discipulado misionero en nombre de Jesús.
La sinodalidad afirma también la importancia de cultivar el encuentro personal con Jesucristo tal como se revela en las Sagradas Escrituras. Esta es la mejor manera de resistir las influencias divisorias de las imágenes mundanas o culturales de Jesús, que no son más que otra forma de religión manipuladora.
No obstante, como menciono en mi reflexión, cada persona solo puede contribuir a la mesa, conversación o proceso, lo que ha cultivado en su propio ser. La sinodalidad no es un fin en sí mismo sino un medio para alcanzar la unidad y la armonía que constituyen el bien común de todos.
La auténtica paz implica algo más que la mera ausencia de guerra, y la auténtica unidad debe ser algo más que simple palabrería. Para que haya paz y unidad genuinas, debemos superar el miedo, la desconfianza, el egocentrismo, la intimidación, la búsqueda de chivos expiatorios y el orgullo, y reconocernos unos a otros como miembros de la familia humana, como hermanas y hermanos a los que abrazar en lugar de evitar o excluir como extraños o enemigos.
Uno de los principios fundamentales de la doctrina social católica es que toda persona ha sido hecha a imagen y semejanza de Dios. Para ilustrar esta verdad, escribo:
Por ejemplo, no hay que desconfiar ni temer a los inmigrantes y refugiados, sino acogerlos y darles la bienvenida. Es cierto que toda nación tiene el derecho y la responsabilidad de proteger a su población y asegurar sus fronteras frente a aquellos que promueven la violencia, el tráfico de seres humanos, las bandas criminales, el narcotráfico, el terrorismo y otras formas de actividad delictiva. Pero para trabajar en favor de una paz verdadera y una unidad auténtica, debemos superar el veneno y la grandilocuencia cada vez mayores de la polarización y el partidismo para encontrar el equilibrio adecuado entre proteger a los inocentes e impedir que los delincuentes hagan daño.
Así pues, debemos evitar la simplificación excesiva de dos extremos: Por un lado, echar en un mismo saco a hombres, mujeres y niños, independientemente de su estatus o de las razones por las que emigraron de sus países de origen. Por otro lado, no debemos permitir la apertura de las fronteras sin la supervisión y los recursos adecuados. Para asegurarnos de no perder la conciencia de la dignidad inherente de las personas y de lo sagrado de la vida, ya sea en el trato con los inmigrantes, refugiados, las autoridades o quienes viven en las fronteras, debemos tener presentes dos principios clave de la doctrina social católica. En primer lugar, la «solidaridad», que puede definirse como la conciencia de los intereses, objetivos, normas y similitudes que compartimos, y en segundo lugar, la justicia templada con la dulzura de la misericordia.
“Paz y unidad: Reflexión pastoral” observa que el papa León XIV ya ha indicado que la fase de aplicación del proceso sinodal se desarrollará según lo previsto. ¡Qué mejor manera para nosotros como Iglesia, Pueblo de Dios, de superar esas diferencias anquilosadas que mediante la oración centrada en Cristo, el diálogo, la confianza, el respeto mutuo y el discernimiento del Espíritu Santo, todo ello afianzado en las Escrituras, los Sacramentos, el Servicio y la Tradición! Si ese testimonio no procede de nosotros, los católicos, ¿dónde puede esperar el mundo experimentar una paz y una unidad auténticas para superar las guerras, los prejuicios, los genocidios y las múltiples formas de injusticia que asolan a la humanidad?
Mientras seguimos observando este Año Jubilar de la Esperanza, recemos para que se nos conceda la gracia de poner en práctica la doctrina social católica estableciendo una paz verdadera y manteniendo una unidad duradera mediante la solidaridad y la justicia templadas por la misericordia.
(Para leer la reflexión pastoral del arzobispo Thompson en inglés y español, visite archindy.org/pastoral2025.) †
Preguntas de estudio relacionadas con la reflexión pastoral del arzobispo puede ayudarte a crecer en la fe
Al leer la columna del Arzobispo Charles C. Thompson, lo invitamos a llevar su viaje espiritual un paso más allá.
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