August 22, 2025

Cristo, la piedra angular

María nos acerca unos a otros y al Dios que nos ama

Archbishop Charles C. Thompson

Hoy, 22 de agosto, nuestra Iglesia celebra la memoria de “Santa María, Reina de los cielos y la tierra” y la semana pasada celebramos la Solemnidad de la Asunción, el día 15 de agosto. Estas dos fiestas están íntimamente relacionadas entre sí.

La Asunción de María al cielo es lo que la convierte en Reina del Universo.

Tal como nos enseña el Catecismo de la Iglesia Católica:

Finalmente, la Virgen Inmaculada, preservada inmune de toda mancha de pecado original, terminado el curso de su vida en la tierra, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria del cielo y enaltecida por Dios como Reina del universo, para ser conformada más plenamente a su Hijo, Señor de los señores y vencedor del pecado y de la muerte. (#966).

Como “Reina del universo,” María jamás está lejos ni es inaccesible. Al contrario, nuestra madre permanece cerca de nosotros e incluso desde su morada celestial “camina con nosotros,” acompañándonos en nuestra peregrinación de esperanza.

En todos los aspectos de su vida, María refleja la santidad de Dios. La santidad no es algo remoto o inaccesible sino algo próximo a nosotros y que se encuentra a disposición de todos.

Esto no significa que sea fácil; sencillamente significa que Dios se acerca a cada uno de nosotros mediante el poder de Su gracia y nos invita a ser fieles a nosotros mismos, a nuestra persona, tal como hemos sido creados. Existen muchos obstáculos, especialmente nuestra propia condición de pecadores y las tentaciones del inicuo. Pero el amor y la misericordia de Dios nos sostiene y nos anima a crecer en sabiduría, valentía y amor.

Dios no nos llama a la santidad y luego nos abandona sino que se mantiene junto a nosotros, incluso más cerca de lo que estamos de nosotros mismos, y camina con nosotros, acompañándonos en el sendero a una vida verdadera en Él. Dios nos da los dones que necesitamos para descubrir y cumplir Su voluntad. Entre ellos se encuentran la oración y los sacramentos, la inspiración de las lecturas sagradas y la reflexión sobre la Palabra de Dios y el ejemplo de los santos que incluye a la gente “ordinaria,” tal como nuestras madres y abuelas quienes no son perfectas pero que viven a cabalidad el Evangelio en sus vidas cotidianas.

María es un modelo para todos nosotros; como la madre de nuestro Señor y nuestra madre, María nos enseña a ser santos. Comenzando por su disposición a aceptar la misteriosa voluntad de Dios que cambió radicalmente su vida, María nos enseña a decir “sí” a todo lo que Dios nos pida.

Como escribió el Papa Francisco en su exhortación apostólica “Gaudete et Exsultate” (Alegraos y regocijaos):

[María] es la que se estremecía de gozo en la presencia de Dios, la que conservaba todo en su corazón y se dejó atravesar por la espada. Es la santa entre los santos, la más bendita, la que nos enseña el camino de la santidad y nos acompaña. Ella no acepta que nos quedemos caídos y a veces nos lleva en sus brazos sin juzgarnos. Conversar con ella nos consuela, nos libera y nos santifica. La Madre no necesita de muchas palabras, no le hace falta que nos esforcemos demasiado para explicarle lo que nos pasa. Basta musitar una y otra vez: “Dios te salve, María …” (“Gaudete et Exsultate,” #176).

La santidad no es algo que esté reservado para gente “mejor que nosotros”; es para todos y María nos muestra cómo ser mejores y convertirnos en las mujeres y los hombres que Dios nos ha llamado a ser. El hecho de que sea reina, no nos aleja de María, sino que nos acerca unos a otros y al Dios que nos ama.

En 1950, hace apenas 75 años, el papa Pío XII promulgó la infalible enseñanza sobre la asunción de María al cielo, pero la creencia de nuestra Iglesia de que María fue llevada al cielo, en cuerpo y alma, está íntimamente relacionada con la reverencia mostrada a María desde los primeros días de la historia cristiana.

Como la madre de nuestro Señor y nuestra madre, María nos enseña a ser santos. Comenzando por su disposición a aceptar la misteriosa voluntad de Dios que cambió radicalmente su vida, María nos enseña a decir “sí” a todo lo que Dios nos pida.

La Asunción de la Santísima Virgen María, que le otorga su condición de Reina, es verdaderamente un misterio que no podemos comprender a cabalidad. Sin embargo, esta enseñanza nos ilustra acerca del llamado universal a la santidad.

Teniendo esto presente, recemos con las palabras del papa León XIV en su primera homilía como sucesor de san Pedro: “Que Dios nos conceda su gracia, hoy y siempre, por la amorosa intercesión de María, Madre de la Iglesia.” †

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