May 2, 2025

Cristo, la piedra angular

Encontremos a Jesús en los momentos cotidianos de la vida

Archbishop Charles C. Thompson

La lectura del Evangelio del tercer domingo de Pascua (Jn 21:1-19) narra la aparición del Resucitado a sus discípulos mientras pescaban. Al amanecer, tras una noche larga y decepcionante, vieron una silueta de pie en la orilla. Se trataba de Jesús, pero no lo reconocieron.

El forastero les dijo:

“—Muchachos, ¿han pescado algo? Ellos contestaron:

—“No.

Él les dijo:

—“Echen la red al lado derecho de la barca y encontrarán pescado”

(Jn 21:5-6). Así lo hicieron, y la red estaba tan llena que apenas podían moverla. Fue entonces cuando se dieron cuenta de que era Jesús quien les estaba dando indicaciones sobre cómo hacer su trabajo de pescadores experimentados.

Entonces, nos dice san Juan, vieron un fuego de carbón con unos peces encima y un poco de pan.

“Jesús les dijo:

—“Traigan algunos de los peces que acaban de pescar. Simón Pedro subió a la barca y sacó a tierra la red llena de peces; en total eran ciento cincuenta y tres peces grandes. Y, a pesar de ser tantos, no se rompió la red. Jesús les dijo:

—“Acérquense y coman. A ninguno de los discípulos se le ocurrió preguntar: ‘¿Quién eres tú?’ porque sabían muy bien que era el Señor. Jesús, por su parte, se acercó, tomó el pan y se lo repartió; y lo mismo hizo con los peces” (Jn 21:10-13).

Según el Evangelio de san Juan, “esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a sus discípulos después de haber resucitado” (Jn 21:14).

Con este relato, san Juan nos dice algunas cosas importantes sobre Jesús resucitado, y sobre sus discípulos (nosotros).

En primer lugar, el evangelista quiere destacar lo importante que es para nosotros encontrarnos con la persona de Jesús en la cotidianidad de la vida diaria. Es verdad que nos encontramos con el Señor de un modo profundamente personal cuando recibimos su Cuerpo y su Sangre en la Sagrada Eucaristía, pero también debemos encontrarlo en los momentos ordinarios de la vida.

Aunque no nos percatemos, Jesús está presente cuando estamos con parientes, amigos e incluso con personas que no conocemos. De hecho, es muy probable que el desconocido con el que nos topemos en el supermercado, en el campo de golf o en la fila de la despensa de alimentos de nuestra parroquia sea el propio Jesús.

En segundo lugar, san Juan quiere asegurarnos que Cristo resucitado no es un fantasma. Y lo que es más importante: no es producto de la imaginación de los discípulos, ni un mito contado por los primeros cristianos para explicar su cruel muerte. Se trata de un Jesús que cocina el desayuno para sus amigos, parte el pan con ellos y disfruta de su compañía.

Por último, este Evangelio deja claro que, cuando Cristo está presente en medio de nosotros, suceden cosas maravillosas. Su sola presencia es un milagro: Dios con nosotros en la cotidianidad de nuestra vida. Pero además, todos los signos milagrosos de curación, perdón y esperanza que realizó durante su estancia en la Tierra se recuerdan y reviven en y a través de sus discípulos (nosotros).

Por la fuerza del Espíritu Santo, nosotros, que somos sus discípulos misioneros, llevamos a cabo su obra en el mundo. Si nuestra fe es lo suficientemente fuerte, también nosotros podemos convertirnos en obradores de milagros: misioneros de la curación, el perdón y la esperanza.

La lectura del Evangelio concluye diciendo:

Terminada la comida, Jesús preguntó a Pedro:

—“Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos? Pedro le contestó:

—“Sí, Señor, tú sabes que te quiero. Jesús le dijo:

—“Apacienta mis corderos. Jesús volvió a preguntarle:

—“Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Pedro respondió:

—“Sí, Señor, tú sabes que te quiero. Jesús le dijo:

—“Cuida de mis ovejas. Por tercera vez le preguntó Jesús:

—“Simón, hijo de Juan, ¿me quieres? Pedro se entristeció al oír que le preguntaba por tercera vez si lo quería, y contestó:

—“Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero. Entonces Jesús le dijo:

—“Apacienta mis ovejas” (Jn 21:15-17).

La prueba de la lealtad de Pedro, que fracasó tan estrepitosamente en el momento de la crucifixión del Señor, se supera aquí con éxito. Jesús le da una segunda oportunidad para convertirse en su discípulo fiel, el primero entre los siervos-líderes de la Iglesia de Cristo. Cuando san Pedro afirma su amor por Jesús, este le dice en términos inequívocos que la única manera de demostrar su amor y devoción es “apacentar mis ovejas.”

En este tiempo de alegría pascual, aprendamos a encontrar a Jesús en los demás y demostrémosle nuestro amor apacentando sus ovejas. †

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