March 14, 2025

Cristo, la piedra angular

La transfiguración de Jesús presagia su gloria eterna

Archbishop Charles C. Thompson

Nuestro viaje cuaresmal ha comenzado.

La semana pasada, durante el Miércoles de Ceniza, se nos recordó que somos polvo y en polvo volveremos a convertirnos algún día.

Este domingo, el segundo de la Cuaresma, nos ofrece la otra versión de la misma historia. Sí, venimos del polvo, pero estamos destinados a transfigurarnos como Jesús y a vivir con él en la gloria eterna.

Jesús se hizo humano para que pudiéramos llegar a ser como Dios. Nuestro Salvador nos ha liberado de la esclavitud del pecado y de la muerte, y compartió con nosotros un poder que solo le pertenece a Dios: el de transformar nuestros cuerpos mortales y materiales en seres espirituales que conservan su forma terrenal aunque adopten una forma nueva; una forma que ha sido transfigurada por la gracia de Dios en algo puro, santo y lleno de vida y bondad divinas.

El Evangelio del segundo domingo de Cuaresma (Lc 9:28-36) nos ofrece una visión de nuestro destino espiritual:

Jesús tomó con Él a Pedro, a Juan y a Jacobo, y subió al monte a orar. Mientras oraba, la apariencia de Su rostro se hizo otra, y Su ropa se hizo blanca y resplandeciente. Y de repente dos hombres hablaban con Él, los cuales eran Moisés y Elías, quienes apareciendo en gloria, hablaban de la partida de Jesús que Él estaba a punto de cumplir en Jerusalén (Lc 9:28-31).

Pablo y sus colegas estaban durmiendo y una luz radiante los despertó. Quedaron estupefactos al ver a Jesús transfigurado y de pie en compañía de Moisés y Elías. Lo que hablaban los tres era aún más asombroso que el hecho de que estuvieran juntos en esa montaña sagrada y bañados en la gloria de Dios:

Jesús, Moisés y Elías hablaban del “éxodo” que Jesús iba a realizar en Jerusalén. El primer Éxodo fue una experiencia material, terrenal que ocurrió cuando Moisés sacó al Pueblo Elegido de Dios, los israelitas, de la esclavitud en Egipto y los llevó a la Tierra que les había prometido.

El nuevo Éxodo que Jesús dirigirá desde Jerusalén es un viaje espiritual, pero no por ello menos importante. De hecho, sus consecuencias son mucho más profundas que el Éxodo terrenal que evoca. Jesús está destinado a sacar a todo el pueblo de Dios (a toda la humanidad) de la esclavitud del pecado y de la muerte. Es el Divino Libertador, el Santo Redentor, que nos salva de todo mal y nos conduce a nuestra patria celestial.

La primera lectura del Libro del Génesis (15:5-12, 17-18) habla de la Alianza que Dios hizo con Abraham:

Ahora mira al cielo y cuenta las estrellas, si te es posible contarlas. Y añadió: Así será tu descendencia. Y Abram creyó en el Señor, y Él se lo reconoció por justicia. … En aquel día el Señor hizo un pacto con Abram, diciendo: “A tu descendencia he dado esta tierra, desde el río de Egipto hasta el río grande, el río Éufrates” (Gn 15:5-6, 18).

La promesa de Dios a su pueblo santo, los descendientes de Abraham, es presagio de su promesa a toda la humanidad. En Jesús se cumple la promesa del Padre de enviar a su único Hijo para redimirnos y conducirnos a la gloria eterna. La Transfiguración que san Lucas describe en el Evangelio de este domingo es una epifanía, una revelación de la gloria de Dios en la realidad cotidiana. No es de extrañar que Pedro, Santiago y Juan se sintieran sobrecogidos por lo que vieron y oyeron. Como siempre, tardaron en responder y en dar sentido a lo que estaban viviendo.

Pedro sugiere que levanten tres tiendas (señales sagradas) en reconocimiento de los tres hombres santos: Jesús, Moisés y Elías. Pero Dios tiene otros planes. Mientras Pedro seguía hablando, llegó una nube y proyectó una sombra sobre ellos, y se asustaron al entrar en la nube. Entonces, de la nube salió una voz que decía: “Este es Mi Hijo, Mi Escogido; oigan a Él” (Lc 9:35). Después de que la voz habló, Jesús se encontró solo; los tres apóstoles callaron y no contaron a nadie lo que habían visto.

¿Por qué guardaron silencio? ¿Por qué no gritar al mundo entero el milagro que acababan de presenciar? Jesús les pidió que mantuvieran este milagro en secreto hasta después de su pasión, muerte y resurrección. En otras palabras, permanecen en silencio hasta que Jesús es capaz de llevar a cabo el éxodo espiritual que iba a tener lugar en Jerusalén.

Durante este tiempo santo de Cuaresma, recordemos que no estamos destinados a la gloria terrenal. Nuestra verdadera patria está en el cielo, y si seguimos las huellas de Jesús como fieles discípulos misioneros y peregrinos de esperanza, compartiremos su paz y alegría eternas. †

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