March 7, 2025

Cristo, la piedra angular

La Cuaresma nos ayuda a abrir el corazón a las necesidades de los demás

Archbishop Charles C. Thompson

Ante el Corazón de Jesús vivo y presente nuestra mente comprende, iluminada por el Espíritu, las palabras de Jesús. Así nuestra voluntad se pone en marcha para practicarlas. (“Dilexit Nos,” #27)

Al comenzar el tiempo santo de la Cuaresma, se nos desafía a abrir nuestros corazones a las necesidades de los demás, tal como lo hizo Jesús. Se nos desafía a superar el pecado de la indiferencia y a alejarnos de las conductas egocéntricas que nos impiden ser mujeres y hombres que velan por los demás.

La Cuaresma es una época de gracia especial, una oportunidad para hacer una pausa, como nos recuerda repetidamente el papa Francisco en sus mensajes cuaresmales, “hacer una pausa en oración, para recibir la palabra de Dios, detenernos como el buen samaritano ante un hermano herido,” y reflexionar sobre lo que significa que Dios nos ame más allá de toda medida.

El papa Francisco identifica tres acciones que podemos aplicar para erradicar el pecado de la indiferencia: en primer lugar, podemos rezar. Como personas de fe, no nos atrevamos a subestimar el poder de la oración, tan esencial para nuestra comunión con Cristo y su Iglesia.

En segundo lugar, podemos negarnos los placeres mundanos y la comodidad que nos hacen olvidarnos de los demás y pensar únicamente en nosotros mismos.

En tercer lugar, el Sumo Pontífice nos dice que “podemos ayudar mediante actos de caridad, tendiendo la mano tanto a los que están cerca como a los que están lejos a través de las numerosas organizaciones caritativas de la Iglesia.”

Estas tres acciones son una expresión de conversión espiritual, una transformación del corazón. Son signos externos de la disposición interior a preocuparnos por mucho más que nuestras necesidades, deseos y anhelos personales; se trata de las disciplinas cuaresmales tradicionales de oración, ayuno y limosna. No son ajenas entre sí, sino que se unen como expresiones del amor desinteresado a Dios y al prójimo:

rezamos para estar en comunión con el Dios Trino (Padre, Hijo y Espíritu Santo); ayunamos porque sabemos que la verdadera felicidad nunca se encuentra en la mera satisfacción de nuestros apetitos; y compartimos generosamente con los demás todos los dones que hemos recibido de Dios porque sabemos que todos somos uno en Cristo. Las tres disciplinas trabajan en coordinación y nos ayudan a abrir el corazón al amor.

Como individuos, muy a menudo nos sentimos tentados por la indiferencia. “Inundados de noticias e imágenes inquietantes del sufrimiento humano, con frecuencia sentimos nuestra total incapacidad para ayudar,” afirma el Papa. Durante la Cuaresma, tenemos el reto de preguntarnos qué podemos hacer para evitar quedar atrapados en la desesperanza y el miedo.

El Papa Francisco nos enseña que la oración, el ayuno y la limosna son especialmente eficaces durante este tiempo penitencial para ayudarnos a “deshacernos de los ídolos que nos agobian, los apegos que nos convierten en esclavos.” Estas disciplinas espirituales nos liberan de las cargas del egoísmo y del pecado. Tal como lo expresa el Santo Padre:

Entonces, el corazón atrofiado y aislado se despertará. Por tanto, desacelerar y detenerse. La dimensión contemplativa de la vida, que la Cuaresma nos hará redescubrir, movilizará nuevas energías. Delante de la presencia de Dios nos convertimos en hermanas y hermanos, percibimos a los demás con nueva intensidad; en lugar de amenazas y enemigos encontramos compañeras y compañeros de viaje.

En su reciente encíclica, titulada “Dilexit Nos” (Sobre el amor humano y divino del Corazón de Jesucristo), el papa Francisco ofrece una reflexión sostenida sobre el amor que supera el egoísmo y la indiferencia ante las necesidades de los demás. El Sagrado Corazón de Jesús nos proporciona una imagen del amor que es “fuerte y misericordioso, vigilante y generoso, que no se deje encerrar en sí mismo y no caiga en el vértigo de la globalización de la indiferencia.

La Cuaresma es un tiempo propicio para mostrar nuestro amor a Dios y al prójimo con pequeños signos concretos de que pertenecemos a la única familia humana. Como nos enseña el Santo Padre:

Tener un corazón misericordioso no significa tener un corazón débil. Quien desea ser misericordioso necesita un corazón fuerte, firme, cerrado al tentador, pero abierto a Dios. Un corazón que se deje impregnar por el Espíritu y guiar por los caminos del amor que nos llevan a los hermanos y hermanas. En definitiva, un corazón pobre, que conoce sus propias pobrezas y lo da todo por el otro.

Durante las próximas seis semanas de Cuaresma, la Iglesia nos ofrece muchas oportunidades para practicar las disciplinas espirituales que nos ayudarán a desarrollar los músculos del corazón que nos permitirán amar a los demás como Dios nos ama.

Aprovechemos al máximo este tiempo de gracia para que nuestra oración, ayuno y limosna fortalezcan nuestros corazones y nos permitan servir a Dios y a nuestro prójimo con corazones rebosantes de amor. †

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