March 22, 2024

Cristo, la piedra angular

Semana Santa: El momento para acoger el amor que conduce a la verdadera alegría

Archbishop Charles C. Thompson

Este fin de semana comenzamos la semana más santa del año litúrgico con la celebración del Domingo de Ramos de la Pasión del Señor. Con esta festividad se inaugura la observancia de la Semana Santa y se nos invita a participar en la pasión y muerte del Señor, no como fines en sí mismos, sino como la única forma de experimentar verdaderamente la alegría de la resurrección de Cristo.

La Semana Santa abarca la gama completa de las emociones humanas, comenzando con la alegría que causa la exuberante bienvenida de Cristo a Jerusalén y culminando con el profundo dolor causado por su insoportable pasión y muerte en la cruz.

Por supuesto, sabemos que el resultado de esta semana de intenso dolor será la incomparable alegría de la Pascua, pero no nos atrevemos a olvidar lo que esta alegría de la resurrección le costó a nuestro Señor y Salvador.

Su dolor nos liberó; asumió libremente un intenso sufrimiento, una tortura cruel y la humillación de muerte en la cruz, todo ello por nosotros. Por lo tanto, si queremos apreciar realmente el don de nuestra redención, es esencial que caminemos con Jesús por el vía crucis y compartamos su pasión y su muerte.

El antiguo himno cristiano que san Pablo incorporó a su Carta a los Filipenses puede leerse como una recapitulación de los acontecimientos de la Semana Santa. Como proclama este himno:

Haya en ustedes esta manera de pensar que hubo también en Cristo Jesús: Existiendo en forma de Dios, él no consideró el ser igual a Dios como algo a que aferrarse; sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres; y, hallándose en condición de hombre, se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz! Por lo cual, también Dios lo exaltó hasta lo sumo y le otorgó el nombre que es sobre todo nombre; para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, en la tierra y debajo de la tierra; y toda lengua confiese para gloria de Dios Padre que Jesucristo es Señor. (Flp 2:6-11)

En la lectura del Evangelio de la procesión de entrada (Mc 11:1-10), Jesús es aclamado como figura mesiánica al entrar en Jerusalén, pero la suya es quizá la procesión triunfal más humilde jamás presenciada en el mundo antiguo. Cabalga sobre un burro y todo en él revela su decisión de entregarse y asumir nuestra humanidad en lugar de jactarse de su divinidad.

La Pasión de Nuestro Señor Jesucristo según san Marcos relata la historia del autosacrificio supremo de Jesús, su sometimiento a los poderes del pecado y de la muerte, y su obediencia “hasta la muerte” (Flp 2:8).

A partir de este relato de la Pasión del Domingo de Ramos, se invita a la comunidad cristiana a acompañar a Jesús en su via dolorosa, su viaje de sufrimiento. Compartimos su dolor para luego experimentar la alegría de su victoriosa resurrección y ascensión al cielo.

El himno de Filipenses celebra el gozoso resultado del autosacrificio de nuestro Señor. Debido a su humillación y a su entrega a las fuerzas que posteriormente vencería, Cristo fue exaltado y se “le otorgó el nombre que es sobre todo nombre” (Flp 2:9). Jesucristo es nuestro Redentor. Su nombre (Yeshua) significa “el que salva,” y por el milagro de su muerte y resurrección, doblamos nuestras rodillas y “confesamos que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.”

El obispo Robert E. Barron ha ofrecido la siguiente reflexión sobre la unidad de la naturaleza divina y humana de nuestro Señor:

El Jesús a la vez divino y humano es el Jesús evangélicamente convincente. Si solamente fuera divino, no nos tocaría; si solamente fuera humano, no podría salvarnos. Su esplendor consiste en la unión de las dos naturalezas, sin mezcla, ni confusión.

Al elegir despojarse de su divinidad y asumir nuestra naturaleza humana, Jesús renuncia a sus prerrogativas divinas y asume la forma de un esclavo, la condición humana más baja.

En este gran acto de amor abnegado, nuestro Redentor se entrega completamente por nosotros y como resultado, es exaltado por encima de toda criatura en el cielo y en la Tierra. Sentado a la derecha de su Padre en el cielo, sus naturalezas divina y humana reflejan la gloria de Dios.

Mientras celebramos el Domingo de Ramos y nos preparamos para acompañar a Jesús en el vía crucis, recordemos que la humildad y el amor abnegado son los únicos caminos que conducen a la verdadera alegría. Como dice Jesús durante la Última Cena: “Porque les he puesto el ejemplo, para que lo mismo que yo he hecho con ustedes, también ustedes lo hagan” (Jn 13:15).

Deberíamos seguir el ejemplo de Cristo, despojándonos de nosotros mismos y llenando nuestras mentes y corazones con el amor abnegado que es Dios mismo. ¡Que tengan una bendecida Semana Santa! †

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