August 13, 2021

Cristo, la piedra angular

La Santísima Virgen María participa corporalmente en la alegría del cielo

Archbishop Charles C. Thompson

“Alegrémonos todos en el Señor, al celebrar la fiesta en honor de la Virgen María, en cuya Asunción los ángeles se alegran y alaban al Hijo de Dios.” (Antífona de entrada a la misa de la Jornada de la Asunción de la Virgen María)

El domingo 15 de agosto celebraremos la Solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen. La “asunción al cielo” de la Virgen es un momento único en la historia cristiana. Creemos que, al estar exenta de los efectos del pecado original, María no experimentó el tipo de muerte que deben sufrir los demás seres humanos.

Según la tradición, no sufrió en el momento de su muerte sino que experimentó algo parecido al sueño. (“Dormición” es el término utilizado para designar la transición de María en forma de sueño). Su cuerpo no se corrompió físicamente; fue asumida, en cuerpo y alma, directamente en el cielo, donde participa corporalmente en la alegría del cielo.

En este momento solo Jesús y María tienen cuerpo en el cielo, pero la asunción de María es un signo de esperanza para toda la humanidad. Nuestra profesión de fe afirma nuestra creencia en “la resurrección del cuerpo,” lo que significa que un día nuestras almas se reunirán con nuestros cuerpos, y seremos como Jesús y María. Reconocemos que se trata de un gran misterio. Conocemos la corrupción corporal que provoca la muerte, y nos preguntamos cómo es posible que el polvo en el que nos convertiremos después de morir pueda volver a ser un cuerpo vivo.

Este misterio es similar a las experiencias de los discípulos con el Señor resucitado. La resurrección de Jesús de entre los muertos fue mucho más que una simple “resucitación,” que es lo que ocurre cuando alguien que parece estar muerto vuelve a la vida, solo que en algún momento posterior sufre una muerte permanente.

Jesús realmente murió. Su resurrección al tercer día transformó el cuerpo de Jesús en algo nunca visto: un cuerpo vivo que nunca sufrirá otra muerte ni sufrirá corrupción física. La resurrección del cuerpo significará algo similar para cada uno de nosotros.

En la segunda lectura de la Asunción (1 Cor 15:20-27), san Pablo habla de la resurrección de los muertos que nos ha sido posible a todos por medio de Cristo:

“Lo cierto es que Cristo ha sido levantado de entre los muertos, como primicias de los que murieron. De hecho, ya que la muerte vino por medio de un hombre, también por medio de un hombre viene la resurrección de los muertos. Pues así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos volverán a vivir …” (1 Cor 15:20-22).

Todos moriremos, pero nuestra fe nos asegura que también, como María, experimentaremos la alegría eterna de la vida en Cristo.

La primera lectura de la Asunción (Ap 11:19a; 12:1-6a, 10ab) proclama la visión que asociamos a María, Reina del Cielo:

“Apareció en el cielo una señal maravillosa: una mujer revestida del sol, con la luna debajo de sus pies y con una corona de doce estrellas en la cabeza” (Ap 12:1).

El papel único de María en la historia cristiana, y su belleza y bondad sencillas, brillan como el sol, la luna y las estrellas. Sus constantes oraciones de intercesión por sus hijos son una poderosa fuente de ánimo y esperanza para todos.

En virtud de su Inmaculada Concepción y de su vida sin pecado, María participa de la alegría eterna y de la perfección corporal de su Hijo. Está físicamente presente en el cielo, donde intercede por todos sus hijos, y donde se regocija con todos los ángeles y santos que cantan las alabanzas de nuestro Dios trino. Desde ahí, reza por nosotros, para que la gracia llegue a la perfección en nosotros y podamos compartir su gloria con Jesús.

La lectura del Evangelio de la solemnidad de la Asunción (Lc 1:39-56) recuerda la visita de María a su prima Isabel y su magnífico himno de alabanza:

“Mi alma glorifica al Señor, y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador, porque se ha dignado fijarse en su humilde sierva. Desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho grandes cosas por mí. ¡Santo es su nombre! De generación en generación se extiende su misericordia a los que le temen. Hizo proezas con su brazo; desbarató las intrigas de los soberbios. De sus tronos derrocó a los poderosos, mientras que ha exaltado a los humildes. A los hambrientos los colmó de bienes, y a los ricos los despidió con las manos vacías. Acudió en ayuda de su siervo Israel y, cumpliendo su promesa a nuestros padres, mostró su misericordia a Abraham y a su descendencia para siempre” (Lc 1:46-55).

María es bendecida por Dios, que ha hecho grandes cosas por ella y, a través de ella, por todos nosotros. Este fin de semana, alegrémonos con los ángeles y los santos en la Asunción de la Santísima Virgen María. †

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