November 24, 2017

Cristo, la piedra angular

El Día de Acción de Gracias nos recuerda que somos un pueblo bendecido

Archbishop Charles C. Thompson

“Los católicos celebramos la Santa Eucaristía [nombre que se deriva de la palabra griega ‘agradecimiento’] todos los días, pero en este en particular, el Día de Acción de Gracias, le agradecemos especialmente a Dios por sus abundantes bendiciones. Esto incluye el don de la vida misma, nuestros padres y familiares, el amor que compartimos con cónyuges e hijos, nuestros amigos, nuestra libertad como estadounidenses, nuestras vocaciones como discípulos de Jesucristo, nuestras posesiones materiales, nuestros dones y talentos intelectuales, y mucho, mucho más.”
—Cardenal Joseph W. Tobin, Día de Acción de Gracias 2016

La fecha de publicación de esta columna es el 24 de noviembre, el día después del Día de Acción de Gracias. Desafortunadamente, este día se lo conoce como “viernes negro,” una fecha en la que el consumismo y la codicia amenazan con opacar la calidez y los buenos sentimientos que reinan en el día anterior.

Como cristianos, no debemos sucumbir a la tentación de pasar este día buscando las mejores ofertas, luchando codo a codo con los consumidores enardecidos. Salga de compras, si así lo desea, hoy o cualquier otro día, pero con un profundo sentido de agradecimiento, el espíritu con el que celebramos el Día de Acción de gracias. Mientras buscamos esos “artículos de lujo” tengamos siempre presente a las personas que, tanto en Indiana como en otras partes del mundo, escasamente pueden atender las necesidades más básicas de la vida.

El papa Francisco nos ha desafiado a que nos levantemos de la comodidad del sofá y nos aventuremos “a la periferia” donde habitan los pobres, los extraños y los marginados.

Por lo general, la periferia no es un lugar físico sino una actitud mental. Muy a menudo elegimos quedarnos en nuestro propio “entorno” (el papa lo denomina nuestra “zona de comodidad”).

Estos “entornos” a veces son psicológicos y otras veces son sitios geográficos o comunidades delimitadas en las que nos sentimos seguros porque estamos rodeados de nuestros semejantes.

El papa Francisco nos exhorta a romper estas barreras y a “construir puentes,” así como también, de un modo muy amoroso, nos reta a aceptar la invitación del Señor que nos dice: “vende todo lo que tienes y dalo a los pobres: así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme” (Mt 19:21). Al igual que el joven rico del Evangelio, dudamos, ¡especialmente quienes tenemos muchas posesiones!

La celebración del Día de Acción de Gracias nos recuerda a todos los estadounidenses, sin importar nuestra raza, credo, situación económica o social, que somos un pueblo bendecido. Hemos recibido muchos dones, inclusive la libertad política, oportunidades económicas y libertad de culto. No nos atrevemos a dar por hecho estos dones ni abusamos de ellos desperdiciándolos o mediante el egoísmo arrogante hacia los menos afortunados que nosotros.

Un verdadero espíritu de agradecimiento nos mantiene centrados. No somos dueños de nuestros dones materiales y espirituales; son obsequios que estamos llamados a cuidar y a compartir como administradores responsables de la generosidad de Dios.

El bautismo es uno de esos dones de valor incalculable que hemos recibido. El privilegio de formar parte del Cuerpo de Cristo, la Iglesia, conlleva obligaciones importantes. Estamos llamados a “ser Cristo” para el prójimo, a difundir la buena nueva de su reino y a amar al prójimo, inclusive a nuestros enemigos, con un espíritu generoso y agradecido.

El don del bautismo nos llama a hacer discípulos misioneros, no a regañadientes ni por obligación, sino como seguidores entusiastas y fervorosos de Jesucristo, el gran misionero de todos los tiempos. Si seguimos los pasos de Cristo con un corazón agradecido, seremos como nuestra Santísima Virgen María y todos los santos. Reconoceremos a los extraños e incluso a nuestros enemigos como nuestros hermanos en la única familia de Dios. Estaremos deseosos de ser instrumentos de unidad y sanación en un mundo fragmentado y herido.

La Eucaristía es la fuente del agradecimiento cristiano; es la oración suprema de agradecimiento conmemorativo en la que se celebra a través de la palabra y el sacramento el don de la creación de Dios, su redención y santificación. Cada día que se celebra la misa es un día de agradecimiento y cada vez que participamos activamente en el banquete eucarístico le damos las gracias más sinceras a Dios por sus abundantes bendiciones en nuestras vidas.

En realidad, solo existe un “viernes negro”: el único día del año en el que no celebramos la misa y recordamos la pasión y muerte de Jesús.

Pero no lo llamamos “viernes negro,” sino Viernes Santo porque reconocemos que inclusive en el momento más oscuro de la humanidad, la luz de Cristo brilló intensamente, transformando la oscuridad del pecado en la claridad del amor y la misericordia de Dios.

Esto es algo por lo que debemos sentirnos agradecidos conforme nos adentramos en la temporada de Adviento y de Navidad. Durante esta época del año damos y recibimos muchos regalos. Algunos de ellos son materiales y otros, como estar en compañía de nuestros seres queridos y atender las necesidades del prójimo, son regalos espirituales. Ambos son importantes y deben darse y recibirse con un profundo sentido de agradecimiento.

¡Feliz Día de Acción de Gracias! †

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