August 5, 2016

Alégrense en el Señor

El amor cura viejas heridas y previene las nuevas

Archbishop Joseph W. Tobin

En su exhortación apostólica “Amoris Laetitia” (“La alegría del amor”), el papa Francisco ensalza el valor de la misericordia, no mostrarnos sentenciosos con los pecadores que no han logrado cumplir, a veces por mucho, con los elevados estándares que los casados están llamados a mantener. El Santo Padre reafirma las enseñanzas tradicionales acerca de la indisolubilidad del matrimonio pero nos pide que no condenemos a aquellos cuyos matrimonios han fracasado.

Esta es la paradoja de las enseñanzas del propio Jesús: proponía una adherencia estricta al compromiso para toda la vida que el hombre y la mujer se hicieron y rechazaba el compromiso que permitía Moisés en casos de divorcio. Pero Jesús no condenaba a quienes no podían cumplir con las leyes de Dios. En cambio, los perdonaba y los instaba a que buscaran sanación y reconciliación en sus vidas.

La actitud del papa Francisco respecto de quienes han sufrido la experiencia de un divorcio es inflexible. El Papa señala que “el divorcio es un mal, y es muy preocupante el crecimiento del número de divorcios. Por eso, sin duda, nuestra tarea pastoral más importante con respecto a las familias, es fortalecer el amor y ayudar a sanar las heridas, de manera que podamos prevenir el avance de este drama de nuestra época” (“La alegría del amor,” #246).

Con esto, el Papa nos dice que debemos odiar el mal que representa el divorcio pero amar a quienes han sufrido esa experiencia. Debemos sanar las heridas creadas (o exacerbadas) por el divorcio y esforzarnos en prevenir la aparición de otras heridas más profundas que aquejen a las familias, especialmente a los niños inocentes.

Es por ello que el Santo Padre nos recuerda que quienes se han divorciado y han formado nuevos matrimonios no están excomulgados. No se han convertido en parias de la comunidad de fe y, por consiguiente, no deben ser excluidos.

[Estas personas] ““no están excomulgadas” y no son tratadas como tales, porque siempre integran la comunión eclesial. Estas situaciones “exigen un atento discernimiento y un acompañamiento con gran respeto, evitando todo lenguaje y actitud que las haga sentir discriminadas, y promoviendo su participación en la vida de la comunidad. Para la comunidad cristiana, hacerse cargo de ellos no implica un debilitamiento de su fe y de su testimonio acerca de la indisolubilidad matrimonial, es más, en ese cuidado expresa precisamente su caridad” (#243).

Nuevamente, el cristianismo parece algo paradójico. No se debe apartar ni rechazar a quienes han actuado en contravención a las enseñanzas de la Iglesia; por el contrario, debemos amarlos, cuidarlos y animarlos a participar en la vida de la comunidad, por su propio bien y por el de sus hijos.

El papa Francisco combina su mensaje de amor y aceptación respecto de los divorciados con una advertencia muy seria en cuanto al bienestar de los hijos. “Jamás, jamás, jamás toméis el hijo como rehén. Os habéis separado por muchas dificultades y motivos, la vida os ha dado esta prueba, pero que no sean los hijos quienes carguen el peso de esta separación, que no sean usados como rehenes contra el otro cónyuge. Que crezcan escuchando que la mamá habla bien del papá, aunque no estén juntos, y que el papá habla bien de la mamá. Es una irresponsabilidad dañar la imagen del padre o de la madre con el objeto de acaparar el afecto del hijo, para vengarse o para defenderse, porque eso afectará a la vida interior de ese niño y provocará heridas difíciles de sanar” (#245).

Una vez más, el papa Francisco sigue el ejemplo de Jesús al dedicar algunas de sus críticas más severas a quienes, ya sea deliberada o inconscientemente, causan daño a sus hijos.

“Por esto—escribe el Papa—las comunidades cristianas no deben dejar solos a los padres divorciados en nueva unión. Al contrario, deben incluirlos y acompañarlos en su función educativa” (#246).

Mantener alejadas a estas familias, “como si estuviesen excomulgadas” no ayuda en nada a sanar esas heridas. Esto solamente sirve para perpetuar el círculo vicioso en el que las viejas heridas generan otras nuevas. “Se debe obrar de tal forma que no se sumen otros pesos además de los que los hijos, en estas situaciones, ya tienen que cargar” (#246).

Como padres y como comunidades, el bienestar de los hijos siempre debe ser nuestra primera prioridad. En medio de nuestra debilidad y nuestro pecado, los cristianos muy a menudo hemos descuidado esta importante verdad.

Por la gracia de Dios, el amor sana nuestras heridas. Podemos tener la plena confianza de que donde exista una genuina misericordia, siempre encontraremos esperanza y sanación. Es por ello que el papa Francisco nos exhorta a que no rechacemos a quienes se han divorciado, aunque hayan formado nuevas uniones.

El amor, el perdón, la sanación y la esperanza son los dones que todos hemos recibido de nuestro Dios misericordioso. ¡No seamos avaros con estos dones y compartámoslos generosamente con nuestros hermanos y hermanas! †
 

Traducido por: Daniela Guanipa

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