May 6, 2016

Alégrense en el Señor

Demos gracias a Dios por la alegría que Su amor y Su misericordia han hecho posible

Archbishop Joseph W. Tobin

“Levantando sus ojos al cielo, Jesús oró diciendo: ‘Padre Santo, guarda en tu nombre a los que me diste para que todos sean uno como nosotros. … les digo estas cosas mientras estoy en el mundo para que tengan en sí mismos la plenitud de mi alegría’ ” (Jn 17,1; 11b, 13b).

La Pascua de Resurrección es la época en la que celebramos la alegría de la resurrección de nuestro Señor a la máxima plenitud. Es un tiempo para reflexionar sobre todas las cosas buenas que han sido posibles mediante la vida, la muerte y la resurrección del hijo único de Dios.

Al prepararse Jesús para su regreso a su Padre celestial, oraba por nosotros para que fuésemos uno como Él y su Padre son uno. Sabía que nuestra felicidad como hijos de Dios y como hermanos y hermanas dependía de nuestra unidad. También sabía que una de las armas más importantes del Maligno es su capacidad de dividirnos y enfrentarnos unos con otros.

En la lectura del Evangelio Juan (Jn 17:11b-19), Jesús ora: “No pido que los saques del mundo, sino que los guardes del Maligno” (Jn 17:15).

Como fieles discípulos, no podemos escapar a las tentaciones del Maligno. Por eso necesitamos de la gracia de Dios y de los dones del Espíritu Santo para preservar nuestra unidad y permanecer cerca de Dios y de nuestros hermanos.

La unidad es difícil de alcanzar y mantener “en el mundo terrenal.” Las familias luchan por permanecer unidas y no volverse unas contra otras. Las comunidades enfrentan los retos que se presentan cuando llegan extraños (extranjeros o forasteros) y amenazan las formas de vida que son habituales y confortables para todos. Las naciones recurren a la guerra por una diversidad de motivos económicos, culturales y religiosos, ninguno de los cuales está al servicio del bien común ni de la finalidad suprema de la libertad, la justicia y la paz. No en balde Jesús oró a su Padre por nosotros, implorando “¡que sean uno como nosotros somos uno!” (Jn 17:11)

La desunión, la división y la enemistad son parte de la condición humana, el resultado del pecado original. La tristeza, no la alegría, es una experiencia muy común de quienes luchan infructuosamente por mantenerse unidos. La separación, no la unión, amenaza demasiado frecuentemente las familias, los vecindarios, las comunidades parroquiales e incluso los países. La oración de Jesús por la unidad asume una urgencia especial cuando nos vemos obligados a enfrentar las divisiones y la falta de unidad que nos rodean.

¿Qué podemos hacer para resistir las tentaciones del Maligno y permanecer unidos como familia de Dios?

El Año Santo de la Misericordia que estamos celebrando ahora nos brinda algunas perspectivas importantes para lograr y conservar la unidad. Los papas recientes han insistido en que no puede haber paz sin perdón. A menos que renunciemos a la venganza y superemos heridas del pasado, no nos reconciliaremos como personas, familias, comunidades locales ni estados-naciones. La capacidad de pedir perdón y la igualmente importante de otorgar el perdón, son esenciales para lograr reconciliación y unidad.

El papa Francisco nos recuerda enfáticamente que “Dios es el rostro de la misericordia.” Con esto nos quiere decir que Dios nos mira con ojos amorosos y clementes. No nos castiga por nuestros pecados; conoce exactamente la crueldad con la que nos castigamos a nosotros mismos con nuestro egoísmo y nuestros pecados. Dios es el rostro de la misericordia porque cuando abrimos los ojos (y corazones) a Él, lo que recibimos es el amor y el perdón incondicionales de Dios.

La ardiente plegaria de Jesús: que sean uno como tú y yo somos uno, sigue a su extraordinaria plegaria pronunciada desde la cruz para recibir clemencia por nuestros imperdonables pecados contra Él y el rol que cada uno de nosotros ha desempeñado en el rechazo del maravilloso amor de Dios por parte de la humanidad. Primero, Jesús nos perdona. Luego, ora para que estemos unidos unos con otros y con él. ¡Y solo entonces podremos compartir su gozo a plenitud!

La alegría pascual emana del mayor acto de amor y perdón que el mundo haya conocido. La misericordia es la puerta de entrada hacia la alegría y mientras más generosos y compasivos seamos, mayor será nuestra alegría.

Si estamos enojados, infelices o solos, debemos seguir el ejemplo de Jesús: perdonar las ofensas que hayamos recibido (independientemente de cuán terribles o inmerecidas sean), reconciliarnos con los brazos y el corazón abiertos (de la misma forma en que Dios continuamente nos tiende su mano, especialmente en los sacramentos); ¡y alegrarnos en la abundante bondad de Dios!

Al prepararnos para concluir esta Pascua de Resurrección, demos gracias a Dios por el gozo que nos han brindado su amor y su misericordia. Y comprometámonos nuevamente a resistir la tentación de separarnos de nuestros hermanos y de Dios. Solo entonces podremos ser verdaderamente uno. Solo entonces nuestra alegría será completa. †
 

Traducido por: Daniela Guanipa

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