January 22, 2016

Alégrense en el Señor

Toda la vida es sagrada, especialmente la más vulnerable

Archbishop Joseph W. Tobin

Toda la vida es sagrada, especialmente la de los más vulnerables: los ancianos, los enfermos, los discapacitados y los que no han nacido. Toda la vida es sagrada desde el momento de la concepción hasta la muerte natural. Toda la vida es sagrada, incluso la de los abominables criminales, terroristas y asesinos psicópatas. Toda la vida es sagrada. Punto.

En la sociedad de hoy en día, e incluso en la Iglesia, muy a menudo buscamos excepciones a este principio férreo de la fe cristiana. Por supuesto que creemos que la vida es sagrada, pero ¿acaso no hay ocasiones en las que deberíamos moderar nuestra postura? La autodefensa constituye ciertamente un ejemplo de una situación en la que resulta aceptable quitarle la vida a otra persona.

¿Y qué ocurre en casos extremos tales como violación o incesto? ¿Acaso el aborto no debería ser permisible (aunque lamentable) en tales circunstancias?

¿Y qué pasa con los asesinos en serie? ¿Acaso la pena capital no es la forma más segura de garantizar el bien común?

¿Y en las situaciones que se presentan al final de la vida o producto de enfermedades terminales en las que pareciera no existir “calidad de vida” alguna? ¿Acaso no es un acto de misericordia ayudar a alguien a morir con dignidad o a escapar de un dolor insoportable?

No. Incluso la autodefensa, que resulta la excepción clara y moralmente aceptable, representa una tragedia, un acto de violencia provocado por aquel que nos obliga a defendernos. La autodefensa es permisible, incluso necesaria, pero no está bien. Cada vez que se toma una vida humana, se merma la santidad de la vida.

Toda la vida es sagrada. Toda la vida es sagrada. Toda la vida es sagrada. Toda la vida es sagrada (santa, perteneciente a Dios).

Cada año, especialmente el 22 de enero, el aniversario de la trágica decisión de la Corte Suprema de los Estados Unidos de legalizar el aborto en todo el país, repetimos este artículo fundamental de nuestra fe cristiana. Y cada año, somos testigos del avance de las violaciones socialmente aceptables y protegidas por fórmulas legislativas, que atentan contra la santidad de la vida.

Ciertamente en este Año Santo de la Misericordia, debemos rogar a Dios para que nos perdone por el fracaso en nuestro deber de defender la santidad de toda la vida humana. Sabemos que Dios nos perdona. ¿Podemos perdonar a los demás? Efectivamente, ¿acaso podemos perdonarnos por la indiferencia indolente ante la vida, rasgo que se ha convertido en característico de nuestra sociedad de hoy en día?

Desde su elección como obispo de Roma hace casi tres años, el papa Francisco ha sido un defensor vehemente de la santidad de la vida. Nos ha exhortado a que desterremos la permisividad y participemos directamente en la proclamación de la alegría del Evangelio.

Nuestro Santo Padre afirma enérgicamente las enseñanzas de la Iglesia en pro de la vida, pero no se queda allí; nos insta a que vayamos con él a la periferia, a los márgenes de la sociedad donde quedan agrupados los pobres, los marginados y los más vulnerables. Ellos son los más “pequeños” de los hermanos y hermanas de Jesús y requieren nuestra atención. Lo que es más: el papa Francisco dice que exigen nuestra protección y atención vigilante.

Estamos llamados a ser corresponsables y protectores del don de la vida, toda la vida. El tocayo del papa, San Francisco de Asís, dejó poderosos testimonios de la santidad de toda la vida humana como parte integral de la unidad de toda la creación divina.

Es por ello que la impactante encíclica del papa Francisco acerca de cuidar todo lo que Dios ha hecho—“Laudato Si’ sobre el cuidado de la casa común,” cita al santo de Asís quien estaba profundamente convencido de que todas las cosas materiales, plantas animales e incluso los seres humanos más heridos (como los leprosos) son dignos de nuestro amor y respeto, ¡y nuestra protección! San Francisco llamada a todos y a todo “hermano” o “hermana.” Creía firmemente que toda la creación pertenece a la única familia de Dios y que, por consiguiente, requiere nuestro amor y respeto como hijos del mismo Padre misericordioso.

“Dado que todo está relacionado, tampoco es compatible la defensa de la naturaleza con la justificación del aborto. No parece factible un camino educativo para acoger a los seres débiles que nos rodean, que a veces son molestos o inoportunos, si no se protege a un embrión humano aunque su llegada sea causa de molestias y dificultades: Si se pierde la sensibilidad personal y social para acoger una nueva vida, también se marchitan otras formas de acogida provechosas para la vida social” (“Laudato Si’, #120).

Toda la vida es sagrada. Hecho a imagen y semejanza de Dios, cada ser humano, independientemente de las circunstancias o su situación de vida, merece dignidad y respeto. Creadas por un Dios bueno y espléndido, todas las cosas visibles e invisibles son dignas de nuestra protección y cuidado.

En este aniversario de una decisión trágica tomada por la Corte Suprema y que atenta contra la vida, respetemos y defendamos la santidad de toda la vida humana. ¡Pidámosle a Dios el valor para expresarnos y actuar como protectores de la vida! †
 

Traducido por: Daniela Guanipa

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