March 6. 2015

Alégrense en el Señor

Dediquemos unos momentos para estar a solas en la presencia de Dios durante la Cuaresma

Archbishop Joseph W. TobinLa lectura del Evangelio del fin de semana pasado (el segundo domingo de la Cuaresma, Mc 9:2-10) narra el poderoso relato de la transfiguración del Señor.

La experiencia de la aparición de Jesús envuelto en un aura blanca resplandeciente junto con Moisés y Elías, en la cima del Monte Tabor, dejó estupefacto a San Pedro.

Si bien no pudo expresarlo en palabras, Pedro vivió un encuentro muy profundo por la cercanía con Dios. En ese monte sagrado, en compañía de sus compañeros discípulos Jacobo y Juan, Pedro tuvo una experiencia con la divinidad que fue un misterio hasta el momento de la resurrección del Señor. 

El mes pasado mis compañeros de peregrinación y yo ascendimos al Monte Tabor, no a pie, sino en camionetas conducidas por aldeanos beduinos que se ganan la vida transportando a los peregrinos cuesta arriba por este monte sagrado. La palabra “increíble” no le hace ni remotamente honor a la vista que se aprecia desde el Monte Tabor. Los eruditos dicen que la gente ha vivido experiencias religiosas en este monte desde tiempos inmemoriales. En ese lugar hay algo que eleva las mentes y los corazones de los peregrinos hacia Dios y transmite un sentido de reverencia y un sobrecogimiento que va más allá de lo que las simples palabras pueden expresar.

La experiencia en el Monte Tabor me recordó cuando mi madre, Marie Therese, y mi tía Winifred fueron a visitarme a Roma, donde mi congregación religiosa, la Congregación Redentorista, me asignó, hace 15 años. En aquellos días, el papa Juan Pablo II usualmente recibía invitados después de la Misa diaria. Pude llevar a mi madre y a mi tía a la Misa del Papa y, después de esta, pasar unos minutos con él, solo nosotros tres. 

Mi madre, a quien normalmente no le faltan las palabras, guardaba silencio. Tras nuestro encuentro le pregunté por qué no le habló al Papa, a lo que ella me respondió: “Joe, durante toda mi vida el Papa ha sido una figura lejana, por allá, un nombre en una fotografía. Y ahora que lo tenía delante de mí, frente a frente, ¿qué podía decirle?”

En su reciente mensaje para la temporada de la Cuaresma, el papa Francisco nos recordó que Dios se encuentra tan cerca de nosotros como lo estuvo el papa Juan Pablo de mi mamá, mi tía y de mí. “[Dios] no es indiferente a nosotros—nos dice el papa Francisco—. Está interesado en cada uno de nosotros, nos conoce por nuestro nombre, nos cuida y nos busca cuando lo dejamos. Cada uno de nosotros le interesa; su amor le impide ser indiferente a lo que nos sucede.”

Para demasiados de nosotros, Dios está lejos, “por allá,” en el cielo. ¿De qué forma reaccionamos ante la buena nueva de que Dios en verdad está cerca de nosotros, más cerca de lo que estamos de nuestro propio ser?

El silencio no es una respuesta inadecuada a la cercanía de Dios. De hecho, si no tenemos un momento de sosiego cada día, resulta muy fácil ignorar a Dios y no escuchar lo que nos dice en el silencio de nuestros corazones.   

El papa Francisco nos dice que “Dios no es indiferente al mundo, sino que lo ama hasta el punto de dar a su Hijo por la salvación de cada hombre. En la encarnación, en la vida terrena, en la muerte y resurrección del Hijo de Dios, se abre definitivamente la puerta entre Dios y el hombre, entre el cielo y la tierra.”

En esta Cuaresma, pasemos un rato en calma con Dios quien no es indiferente a nosotros y nos invita a estar cerca de Él. No es necesario subirse a un monte para sentir la presencia sobrecogedora de Dios (aunque mis compañeros de peregrinación y yo lo recomendamos). Para encontrarse en esa íntima cercanía con Dios todo lo que hace falta es un corazón dispuesto y unos instantes de sosiego cada día. 

Que nuestro Dios amoroso nos convenza a todos de acercarnos a Él en esta temporada de la Cuaresma. Que nos bendiga abundantemente a todos con su amor personal, atento e íntimo. †
 

Traducido por: Daniela Guanipa

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