January 16. 2015

Alégrense en el Señor

Dios nos acoge a todos y nos llama a amarnos mutuamente

Archbishop Joseph W. TobinEn su encíclica titulada “Evangelium Vitae” ( “El Evangelio de la vida”), San Juan Pablo II escribió: “El Hijo de Dios, con su encarnación, se ha unido, en cierto modo, con todo hombre. En efecto, en este acontecimiento salvífico se revela a la humanidad no sólo el amor infinito de Dios … sino también el valor incomparable de cada persona humana” (“Evangelium Vitae,” # 2).

Cada vida humana es sagrada. Cada persona es hija de Dios y posee una dignidad y valor incomparables, independientemente de cuál sea su situación de vida, sus dones o sus talentos personales. Independientemente de quiénes seamos, de cuál sea nuestra historia, o la situación de nuestra salud física, emocional o mental, o nuestros logros, raza, religión o herencia cultural, nuestra edad o nuestro estatus social, cada ser humano es valioso ante los ojos de Dios y, por consiguiente, también debe serlo para los demás seres humanos.

Nadie es indeseable ante los ojos de Dios; Su amor nos acoge a todos.

Reflexionemos por un momento acerca del poder de esta afirmación. ¿De verdad es cierto que el Dios que creó el universo en toda su vastedad y complejidad nos conoce y nos ama a cada uno de nosotros, inclusive (o quizás especialmente) a aquellos que han sufrido el rechazo de sus padres, familiares, comunidades o sociedades enteras?

¡Sí! Dios ve en nosotros (en todos nosotros, en cada uno de nosotros) algo que vale mucho más de lo que podamos imaginar, algo que supera con creces el valor de la plata o el oro, el poder o el prestigio, la fama o la fortuna.

Cuando el papa Francisco comenzó formalmente su ministerio como obispo de Roma y como Papa, se comprometió a proteger la dignidad de cada persona y de la belleza de la creación, así como San José protegió a la Santa Virgen María y a su hijo, Jesús.

“Proteger la creación, proteger a cada hombre y mujer, mirarlos con dulzura y con amor es abrir un horizonte de esperanza,” expresó el Santo Padre. Durante su primer mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, el año pasado, el papa Francisco lo resumió de esta forma: “Las nuevas ideologías, caracterizadas por una corriente desenfrenada de individualismo, egocentrismo y consumismo materialista, debilitan los lazos sociales y alimentan la mentalidad de ‘desecho’ que conlleva al rechazo y al abandono de los más débiles y de aquellos considerados ‘inútiles.’ ”

La desesperación es una consecuencia de la devaluación radical de la persona humana. La esperanza sobreviene con el reconocimiento y la reafirmación de la dignidad humana.

Dios quiere a todos los seres humanos porque cada persona ha recibido el don de la vida. Este don es una cuota del propio ser divino que es mucho más preciado que cualquier cosa que podamos imaginar. La vida misma es un tesoro que Dios nos entrega para que lo alimentemos, lo protejamos y lo compartamos generosamente con los demás. Nada en la Tierra es más valioso que la vida humana. Es por ello que tomar deliberadamente una vida humana mediante asesinato, aborto, eutanasia, infanticidio o cualquier otra forma, constituye un pecado tan grave. Solamente Dios concede la vida y solamente Él puede quitarla.

Nadie es indeseable ante los ojos de Dios; es por ello que veneramos todas las vidas, ayudamos a los minusválidos, atendemos a los enfermos y a los ancianos; es por ello que alentamos y brindamos ayuda a las mujeres con los embarazos no deseados y por lo que nos pronunciamos enérgicamente contra todo intento de tratar a los seres humanos no deseados por la sociedad, porque de alguna forma los consideran menos valiosos de lo que realmente son ante los ojos de Dios.

Nadie es indeseable en la familia de Dios; no siempre lo demostramos con la claridad que deberíamos, pero todos son bienvenidos; todos son valiosos; todos forman parte del Cuerpo de Cristo; toda la vida es sagrada, especialmente aquellos que se sienten no deseados o que han sido rechazados por leyes, normas y prácticas sociales injustas, crueles e inhumanas durante esta y las demás épocas de la historia.

Tal como San Juan Pablo II nos enseñó: “Todo hombre abierto sinceramente a la verdad y al bien, aun entre dificultades e incertidumbres … puede llegar a descubrir en la ley natural escrita en su corazón el valor sagrado de la vida humana desde su inicio hasta su término, y afirmar el derecho de cada ser humano a ver respetado totalmente este bien primario suyo. En el reconocimiento de este derecho se fundamenta la convivencia humana y la misma comunidad política” (“Evangelium Vitae,” #2).

Nadie jamás tiene que preguntarse “¿acaso Dios realmente me quiere?” Dios nos quiere a todos. Eso quiere decir que lo quiere a usted y a mí, y a todo ser humano que haya pisado la faz de la tierra y a los que todavía no han sido concebidos.

“Elige, pues, la vida, para que vivan tú y tus descendientes. Ama al Señor tu Dios, obedécelo y sé fiel a él, porque de él depende tu vida, y por él vivirás mucho tiempo” (Dt 30:16, 19-20). †
 

Traducido por: Daniela Guanipa

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