August 8, 2014

Alégrense en el Señor

Todos somos inmigrantes y miembros de la familia de Dios

Archbishop Joseph W. TobinDesde el año 2011, Estados Unidos ha experimentado un incremento sin precedentes en la cantidad de menores inmigrantes que viajan sin acompañante con destino al país, predominantemente en la frontera entre Estados Unidos y México.

En tanto que entre los años 2004 y 2011 la cantidad promedio de estos menores era 6800, el total se ha disparado a más de 13,000 en el año 2012 y a más de 24,000 en 2013. Se calcula que durante el año 2014 más de 60,000 menores sin acompañantes podrían ingresar en Estados Unidos.

Durante el pasado otoño los obispos de Estados Unidos publicaron un informe sobre esta crisis, titulado, “Misión a Centroamérica: el vuelo de inmigrantes sin acompañantes con destino a Estados Unidos.” Exhorto a cada católico del centro y del sur de Indiana (y a todos los ciudadanos a quienes les preocupe este asunto) a que lean con recogimiento este importante documento que se encuentra disponible en inglés y en español en el sitio web de la Conferencia de Obispos Católicos de EE. UU.: www.usccb.org.

Las aberraciones que se describen en este informe no son más que un clamor al cielo para recibir una respuesta de todos nosotros que hemos sido bendecidos con hogares y familias estables en un país donde se aprecia la dignidad y se valoran las libertades fundamentales. El hecho de que tantos menores inmigrantes sin acompañante hayan logrado llegar hasta nuestra frontera—a pesar de todas las dificultades inimaginables—convierte esta situación en un asunto de interés nacional, pero es algo que debería concernirnos independientemente del lugar donde ocurre en el mundo, sea en Siria, Europa Oriental, Centro y Sudamérica, África y en toda Asia. 

He estado planteando la interrogante: “¿Qué oportunidad nos brinda el espíritu Santo en la arquidiócesis de Indianápolis?” Mis viajes por todo el sur y el centro de indiana y mis conversaciones con miles de católicos devotos me han convencido de que la oportunidad de “darle la bienvenida a los extranjeros” es algo que debemos explorar en mayor profundidad.

El papa Francisco les ha pedido a todos los cristianos bautizados que respondan al llamado del Señor a ser “discípulos misioneros” y “evangelizadores con espíritu.” Estamos llamados a acercarnos en la fe a los integrantes de nuestras propias familias, a los vecinos y a los compañeros parroquianos, así como también a los extraños que conocemos en nuestros sitios de trabajo y en los centros comerciales. Todos somos inmigrantes, peregrinos en una travesía hacia el cielo. Todos somos miembros de la familia de Dios, hermanos y hermanas de Jesús y entre nosotros. Ante nuestros ojos, nadie debería ser un extranjero o un marginado.

La unidad en la diversidad es la visión que proclamaron los obispos de Estados Unidos en su publicación realizada en el año 2000, titulada “Acogiendo al forastero entre nosotros: Unidad en la diversidad,” durante el Gran Jubileo.

Al examinar la historia del catolicismo en nuestro país, los obispos destacaron las olas migratorias que moldearon el carácter de nuestra nación y de nuestras iglesias locales, inclusive de la arquidiócesis de Indianápolis.

También acotaron que la experiencia migratoria, que se encuentra profundamente enraizada en la historia religiosa, social y política del país, se está transformando. En tanto que los inmigrantes anteriores llegaron a Estados Unidos “procedentes predominantemente de Europa o como esclavos de África, los nuevos inmigrantes provienen de América Latina y del Caribe, Asia y las islas del Pacífico, el Medio Oriente, África, Europa Oriental y la antigua Unión Soviética y Yugoslavia.”

Nuestra Iglesia ofrece enseñanzas complementarias: el derecho de un Estado soberano de controlar sus fronteras en aras del bien común, y el derecho de la persona humana de inmigrar para poder ejercer los derechos que Dios le ha otorgado.

Reconocemos que nuestro gobierno debe imponer límites razonables a la inmigración. Sin embargo, no se atiende el bien común cuando se violan los derechos humanos fundamentales de la persona. Independientemente de su situación legal, los inmigrantes—al igual que todas las personas—poseen una dignidad humana inherente que se debe respetar.

Cada integrante de la comunidad católica, sin importar cuál sea su lugar de origen, herencia étnica o cultural, posición económica o social, y su situación legal, debe ser acogido como Cristo y se debe fomentar en él un genuino sentido de pertenencia en nuestras comunidades parroquiales y en nuestra arquidiócesis.

Cuando conocemos a un extraño, conocemos a Cristo. Cuando les damos la bienvenida a los nuevos vecinos, estamos dando la bienvenida al Señor que se acerca a nosotros a través de las necesidades del prójimo. Cuando amamos al prójimo, descubrimos el rostro de Dios y experimentamos el poder de Su amor por nosotros que emana, por encima de todo, del amor penitencial de Cristo que sufrió y murió para asegurarnos a cada uno de nosotros una bienvenida eterna en la casa de su Padre.

¡Abramos nuestras puertas de par en par a Cristo! Aceptemos el llamado a ser discípulos misioneros aquí en Indiana y dondequiera que nuestros hijos y nuestras familias nos necesiten, ya sea que estén lejos de casa o cerca de nosotros.

Que la Santísima Virgen nos enseñe a dar la bienvenida y a acoger a nuestros hermanos y hermanas con la misma amorosa bondad que ella nos muestra a cada uno de nosotros, sus hijos. †

Traducido por: Daniela Guanipa

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