February 25, 2011

Buscando la Cara del Señor

El servicio pastoral del Papa merece nuestro apoyo piadoso

Esta semana celebramos “La cátedra de San Pedro Apóstol.” Se trata de una festividad que la Iglesia ha celebrado desde tiempos inmemoriales y que se remonta a mediados del siglo cuarto.

Se nos dice que encuentra sus raíces en la conmemoración de los parientes y amigos difuntos que se celebra en Roma entre el 13 y el 22 de febrero.

En el servicio de conmemoración se dejaba una silla (cátedra) vacía para las personas fallecidas.

Debido a que se desconocía la fecha exacta del fallecimiento de San Pedro, se conmemoraba el 22 de febrero. Eventualmente pasó a ser una celebración de la responsabilidad pastoral de San Pedro para con la Iglesia de Roma.

El símbolo de la silla vacía cobró más significación como símbolo pastoral del primer obispo de Roma. Hoy en día, el asiento de cada obispo se denomina cátedra y constituye un símbolo del papel docente del episcopado, así como de su autoridad.

Con el pasar de los años nuestra celebración del curato de San Pedro, la Cátedra de San Pedro, también se ha convertido en símbolo de la cátedra de los sucesores de San Pedro, en la actualidad, el Papa Benedicto XVI. Resulta apropiado que recordemos a nuestro Santo Padre en este día festivo. El servicio pastoral del Papa merece nuestro apoyo piadoso.

En la historia contemporánea de la Iglesia hemos sido bendecidos con papas santos.

Pienso en Juan Pablo II, quien será beatificado el 1 de mayo. Su Santidad ha sido aclamado desde los inicios de su pontificado. ¿Quién no recuerda ver las enormes pancartas de la multitud, durante su funeral, que proclamaban “Santo subito!” (¡Santidad ahora!)?

La santidad de los papas recientes ha sido reconocida, incluidos San Pío X y el beato Papa Juan XXIII y el beato Papa Pío IX.

Ciertamente le tengo una devoción personal al beato Papa Juan Pablo II ya que él me designó como obispo. Ha sido un mentor desde los inicios de mi ministerio como obispo. Resulta un privilegio poder decir que me reuní numerosas veces con un santo en mis visitas a Roma.

No tengo el privilegio de designar papas para añadirlos a las listas de santos, pero estoy convencido de que debido a su sencillez, humildad y fidelidad a la verdad en la caridad, algún día el actual Santo Padre seguirá los pasos de su predecesor.

No me imagino que muchos cardenales pudieran haber tomado el manto del pontificado después del Papa Juan Pablo II y llevarlo con tanta dignidad y serenidad.

El Papa Benedicto XVI es un maestro preeminente. Fue fraterno con el Papa Juan Pablo II en momentos de verdadera tribulación. Sirvió fiel y generosamente, en silencio. Sufrió enormemente en ese papel, pero lo hizo sin quejarse. No quería ser el sucesor de Juan Pablo II, pero lo hizo con gracia.

El Papa Benedicto deseaba jubilarse a los 75 años, pero Juan Pablo le pidió que permaneciera a su lado por la duración de su pontificado. Pienso que debió ser muy difícil para el Cardenal Ratzinger presidir el funeral de su amigo y colega de tantos años. Lo hizo con dignidad.

Tuve la oportunidad de reunirme con el Cardenal Ratzinger con respecto a la implementación del Catecismo de la Iglesia Católica en Estados Unidos. Me sorprendió su actitud deferente con personas de menor rango. En lo personal era muy amable y afable. Me dolió ver que lo malinterpretaran tanto en los medios de comunicación. Considero que sus verdaderas características personales resultan evidentes en su papado.

El Papa Benedicto ha tenido el reto de lidiar con el terrible escándalo del abuso clerical. Es obvio que le mortifica y sufre con las víctimas del abuso. Es una de las pesadas cruces de su papado y pienso que la lleva genuina y noblemente.

Sospecho que al legado del papa Benedicto podría atribuírsele guiar al mundo al diálogo tan necesario con las religiones no cristianas y las tensiones entre las culturas mundiales en conflicto. Está realizando gestos impresionantes para favorecer el diálogo entre religiones que muy pocas personas intentarían o podrían estar en capacidad de intentar.

Con frecuencia las personas me señalan que les sorprende el aguante del Santo Padre para un hombre de su edad. Da la impresión de ser un hombre en paz con Dios y que conoce al Dios del cual predica.

Tenemos la responsabilidad de rezar por el Santo Padre, no sólo porque necesita nuestro apoyo piadoso, sino también porque es nuestro Padre espiritual. Desempeña su ministerio pastoral, el cual no procuró, y lo hace sin quejarse. Posee un corazón generoso y sirve voluntaria y valientemente.

Ciertamente el Papa Benedicto no necesita mis elogios, pero siento una gran admiración por este hombre santo. Le debo mi respeto personal y mi apoyo. Les ruego que recen conmigo por nuestro Santo Padre. †

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