January 21, 2011

Buscando la Cara del Señor

El obispo designado Coyne es una dádiva para nuestra Iglesia local

Nuestro Santo Padre, el papa Benedicto XVI, obsequió a nuestra Arquidiócesis de Indianápolis un maravilloso regalo.

No hemos tenido un obispo auxiliar desde 1933. El obispo Elmer Joseph Ritter fue consagrado en febrero de ese año.

El obispo designado Christopher Coyne se ordenará el 2 de marzo de 2011. Será mi obispo asistente y también el vicario general de la Arquidiócesis.

El obispo designado Coyne es un sacerdote de la Arquidiócesis de Boston donde ha sido pastor de la parroquia Santa Margaret María desde hace 4 años.

Posee un doctorado en liturgia del Instituto Litúrgico Sant’Anselmo en Roma. Enseñó liturgia y homilética en el seminario en Boston durante 10 años antes de convertirse en pastor.

Asimismo, ha sido responsable de las comunicaciones en la arquidiócesis y aparece regularmente en la televisión católica de Boston. Me dicen que le encanta esquiar. Me confesó que desde hace mucho tiempo ha sido fanático de los Patriots de Nueva Inglaterra. Se lo permití ya que eso ciertamente favorecerá a los Colts de Indianápolis.

Le debemos nuestro agradecimiento al nuevo obispo por decirle “sí” al Santo Padre. En Boston deja a su madre y a su padre, así como a cinco hermanos, lo cual debe ser un sacrificio personal.

Le aseguré al obispo designado Coyne que recibiría una sincera bienvenida hoosier en el centro y en el sur de Indiana. El obispo designado aporta una variedad impresionante de talentos y dones que ofrecer en su ministerio aquí.

Su principal deber será ayudarme a desempeñar mis responsabilidades lo cual será una dádiva. La mayoría de ustedes está al tanto de que he padecido algunos problemas de salud en años recientes los cuales han restringido algunas de mis actividades.

Se me ha asegurado que nuestro nuevo obispo de 52 años tiene mucha energía. Se me ocurre que yo tenía su edad cuando fui llamado a Indianápolis. Estoy a punto de celebrar mi aniversario número 24 como obispo y estoy adentrándome en mi décimo noveno año en Indianápolis.

Me entusiasma la designación de un obispo auxiliar para nuestra Arquidiócesis. Esto llega por sorpresa ya que la Santa Sede no acostumbra designar un obispo auxiliar para asistir a un obispo que ha sobrepasado los 70 años. Resulta una excepción grata para nuestra Iglesia local. Con la colaboración de un energético obispo asistente, podemos continuar llevando adelante nuestra Arquidiócesis.

Cuando ordenamos a un sucesor de los Apóstoles no podemos menos que pensar en los 12 originales quienes vertieron la sangre de sus vidas por amor a Jesucristo y a la comunidad de creyentes. Sus vidas fascinantes y variopintas representan un maravilloso testimonio de que Dios hace cosas extraordinarias por nosotros a pesar de la pobreza de nuestra humanidad.

Mi predecesor, el arzobispo Edward T. O’Meara solía decir: “¿Acaso no es maravilloso todo lo que Dios logra a pesar de nosotros mismos?”

Hablando acerca del oficio del obispo y del sacerdote en su carta apostólica sobre la formación sacerdotal, el difunto papa Juan Pablo II citó a San Agustín quien se dirigía a los obispos en ocasión de la conmemoración del martirio de San Pedro y San Pablo hace siglos.

San Agustín dijo: “Somos tus pastores, en ti recibimos sustento. Que Dios nos conceda la fortaleza para amarte hasta el extremo de morir por ti, ya sea en hechos o en anhelo”.

En ocasiones se nos pregunta: “¿Cómo es ser obispo en esta época? ¿Qué hace falta para serlo?” Un obispo debe ser fuerte. Un obispo es un mártir, no en el sentido de “pobre de mí” sino en el sentido original de la palabra griega. Es un testigo, al igual que Pedro, que expresa con su propia vida “¡Tú eres Cristo, el Hijo del Dios Vivo!”. (Mt 16:16).

En un mundo secularizado que cree sólo en aquello que ve, el obispo designado Coyne será un testigo del misterio, mediante su consagración y su obra.

La vida misma y la identidad de un obispo (y de los sacerdotes) están enraizadas en el orden de la fe, el orden de aquello que no se ve y no en el orden de valores seculares. Y por consiguiente, el reto de ser un líder espiritual y moral en una sociedad secular es grande. Por encima de todo, esto significa que nuestras propias vidas dan testimonio de que nuestra familia humana necesita a Dios en un mundo en el que frecuentemente se cree otra cosa.

Los obispos y los sacerdotes son sacramentos visibles del sacerdocio de Jesucristo en un mundo que necesita ver, escuchar y tocar a Jesús y ya no está seguro de poder hacerlo.

El motivo que impulsa nuestro llamado al ministerio en la Iglesia es el amor de Jesucristo y el amor por él nos conduce al amor pastoral por los demás.

El amor a Dios y creer en Su auxilio es el motivo que nos lleva a querer servir y no a ser servidos. El amor pastoral de Cristo en nosotros sirve a la unión y la comunión en nuestra Iglesia en un mundo dividido. †

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