April 2, 2010

Buscando la Cara del Señor

La paz pascual la recibimos de Cristo

La paz de la Pascua! “La paz sea con ustedes” fue el saludo de Jesús en la noche de esa primera Pascua. Con qué fervor y esperanza rezamos por la paz que el mundo no puede concedernos.

Desde la resurrección de Cristo de entre los muertos los cristianos abarrotamos las iglesias el Domingo de Resurrección. Reconocemos nuestra fe en la victoria de Cristo. Y, me atrevo a decir ¿acaso no buscamos la paz de la Pascua.

Un Domingo de Resurrección el difunto papa Juan Pablo II rezó para que el Cristo Resucitado recibiera en sus heridas glorificadas todas las dolorosas heridas de la sociedad contemporánea. Se refería a aquellas heridas de las que tanto leemos y escuchamos en los medios de comunicación, así como también a aquellas que pesan enormemente en muchos corazones.

Es extraño el Domingo de Resurrección que no despierta conflictos en nuestro polémico mundo y abre heridas dolorosas entre nosotros. Como de costumbre, este año anhelamos la paz de Cristo arduamente conquistada. Rezamos por la paz en el mundo, en nuestras calles, en nuestros hogares y en nuestros corazones.

La paz pascual la recibimos de Cristo. No obviemos el hecho crucial de que la Iglesia es la mediadora de esta paz, especialmente a través de los sacramentos de la penitencia, la Eucaristía y la unción de los enfermos, sacramentos que se hicieron posibles gracias a las Órdenes sagradas. Y en consecuencia, por supuesto, la paz pascual se encuentra muy cerca: en nuestra iglesia parroquial.

Pero ahí no termina todo. Todos somos, por derecho, mediadores de la paz pascual.

Durante la Misa de Pascua ensalzamos el sacramento del bautismo, recordando que nos faculta para ser mensajeros y agentes de la paz. En oración y en acción deberíamos preocuparnos por aquellos que padecen necesidades y hambre. Aquí en casa tenemos nuestras propias misiones.

En oración y acción nos preocupamos por los millones de refugiados del mundo que no conocemos y que han sido desterrados de sus hogares en sus propios países. Catholic Relief Services (Servicios Católicos de Socorro) se ocupa de esta misión en nuestro nombre. Debemos abrir nuestros corazones en la oración para solidarizarnos con las víctimas del terror.

No debemos descuidar nuestra atención y preocupación por los millones que se encuentran en prisiones. Jesús dijo: “estaba [...] en la cárcel, y vinisteis a mí” (Mt 25:36).

Nuestros corazones cristianos acompañan a las víctimas de la guerra, a aquellos que sufren súbitas tragedias o desastres naturales, como los haitianos. Nuestras agencias de caridad católicas están siempre de guardia. También volcamos nuestros pensamientos hacia aquellos que son ridiculizados, incluso torturados, por ser católicos.

En un ámbito más familiar, ¿acaso nos acercamos a los enfermos, a los ancianos, a aquellos que están solos y a aquellos que, tal vez, sufren de demencia? ¿Estamos allí durante los momentos difíciles? ¿Estamos con aquellos que sufren por el peso del pecado? Jesús no destierra a nadie.

El Domingo de Resurrección renovamos la profesión de fe que fue hecha al bautizarnos. Declaramos nuestra fe ante la redención que Cristo conquistó por nosotros. En verdad seríamos malagradecidos si permaneciéramos como simples destinatarios pasivos del don de la redención de Cristo.

La Pascua es la gran celebración de la esperanza. Cantamos con entusiasmo “la lucha ha terminado y se ha obtenido la victoria.” No obstante, si todo parece prácticamente igual el lunes de Pascua, quizás convendría que recordáramos el sufrimiento y muerte que Dios le exigió a su propio Hijo. Es allí donde encontraremos el sentido del sufrimiento humano que se halla presente en la Pascua y que seguirá estándolo aún después. Forma parte de la condición humana.

No hace mucho me topé con un canal de ventas por televisión donde mostraban una despampanante cruz con joyas. El vendedor decía que la cruz era “la opción de moda número uno.” El otro vendedor decía que hasta podía hacérsela bendecir. El primero respondió: “¿para qué harías eso? Es solamente una joya.” Nosotros tenemos una opinión diferente.

Cantamos el Aleluya pero deseamos recordar que una persona de carne y hueso extendió sus brazos sobre la cruz y sufrió profundamente debido a su amor por nosotros. Nuestros crucifijos encierran un realismo y un optimismo cristiano sobre la vida, la muerte y la resurrección. ¿Son acaso más que una mera moda, simples joyas a nuestros ojos?

La Pascua es especial para aquellos que soportan una carga de sufrimiento más pesada, ya que tienen la promesa que Jesús nos mostró que la vida no culmina con la muerte. Conquistó por nosotros el acceso al reino donde toda lágrima será enjugada. Nos solidarizamos con Cristo en la oración, tanto individual como en conjunto. Y vivimos como cristianos realistas a fin de marcar la diferencia entre nosotros.

La Pascua es la fiesta de la esperanza. Nuestros crucifijos son distintivos de esperanza. ¡Gracias a Dios por el obsequio de nuestra fe pascual! ¡Gracias a Dios por la dádiva de la victoria pascual de su Hijo!

Que Dios lo bendiga a usted y a los suyos con una profunda paz pascual. †

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