October 23, 2009

Buscando la Cara del Señor

Ayudar al prójimo requiere un corazón abierto a la gracia de Dios

Cuando el papa Benedicto XVI visitó Estados Unidos en abril de 2008, eligió el título “Cristo, nuestra esperanza” como el tema de su visita pastoral. Reconoció que nuestra cultura busca la esperanza.

Cuando resolvimos renovar nuestra convocatoria de corresponsabilidad, tomamos en cuenta lo que nuestra misión arquidiocesana ofrece a los necesitados.

Nuestra misión de compasión brinda una esperanza que consta de tres partes: la proclamación del Evangelio y de las enseñanzas de Jesús, la celebración de los Sacramentos y la participación en el ministerio de la caridad. El papa Benedicto dice que estas tareas son esenciales para la Iglesia y que son inseparables.

Lo que ofrece la Iglesia católica en el centro y sur de Indiana es algo único. Ofrecemos el Evangelio como fuente de libertad sanadora. Ofrecemos los Sacramentos como fuente de fortaleza y consuelo espiritual. Y nuestros ministerios de caridad ofrecen a los necesitados el amor compasivo de Cristo.

A veces resulta difícil hacer la conexión entre nuestra fe católica y nuestra identidad, y lo que solemos llamar “la vida real.” Nuestra tarea de tres partes de proclamar la palabra de Dios y las enseñanzas de Jesús, participar en los Sacramentos y en el ministerio de la caridad parece ideal, pero ponerlas en práctica en nuestra vida diaria puede resultar todo un desafío. Sentimos este desafío especialmente cuando las cosas no nos van bien.

Debo admitir que después de diagnosticárseme el cáncer, hubo ocasiones en las que me preguntaba: “¿por qué yo?”

Quizás Dios quería que me detuviera un poco y reflexionara un tanto más sobre nuestra misión. Tal vez quería que me convirtiera en un mejor obispo haciendo que me identificara más plenamente con los enfermos y los que sufren. O posiblemente Dios sólo me estaba llamando a aceptar el hecho de que Él está a cargo y que debo someterme a la fe.

Para serles franco, no sé cuál era el propósito de Dios. Puedo decirles lo que aprendí de esta experiencia: lo que Dios verdaderamente quiere de todos nosotros es nuestro amor a cambio del Suyo. El amor es nuestra principal vocación como cristianos bautizados.

Cuando amamos a Dios con todo el corazón, mente y alma, Su gracia nos permite llevar a cabo la tarea de tres partes que se nos asignó en el bautismo. Podemos amar al prójimo. Con Dios siempre es posible ver más allá de nuestras preocupaciones, e incluso de nuestro propio dolor, para acercarnos a los demás y ayudarles a aliviar sus cargas.

Cuando estaba lidiando con el cáncer, me resultó reconfortante que mucha gente me escribiera para decirme que rezaban por mí. Muchos compartían los relatos de su propia lucha contra el cáncer o me pedían que rezara por ellos o por algún familiar que sufría de cáncer. En ocasiones era especialmente desgarrador saber de familias cuyos hijos estaban luchando contra el cáncer o padres que se sentían exhaustos por los estragos físicos causados por los tratamientos para curar un cáncer. Y sin embargo, iban a trabajar todos los días porque tenían que sustentar a sus familias.

Era difícil leer esos relatos, pero al mismo tiempo fueron una dádiva, porque impidieron que me aislara y me centrara únicamente en mi problema. Esas historias eran puentes que me conectaban con el sufrimiento de los demás.

Las cargas y las cruces que debemos llevar en nuestras vidas pueden volvernos introvertidos y separarnos del resto; o pueden abrirnos más a la verdad de que Dios tiene un plan para cada uno de nosotros.

¿Cuánta esperanza menos nos quedaría en la vida si no atendiéramos el llamado de Cristo de amarnos los unos a los otros? ¿En verdad podemos darnos el lujo de hacernos la vista gorda frente a aquellos que nos necesitan? Todos tenemos la responsabilidad compartida de cuidarnos mutuamente, especialmente a los necesitados. Nuestra responsabilidad se mide mediante las bendiciones que tenemos.

Uno de los mayores retos de la caridad es el llamado a socorrer a aquellos que no conocemos y probablemente nunca conozcamos. Este es uno de los desafíos de la convocatoria anual “Cristo nuestra esperanza.” Cuando reflexiono sobre el auxilio a los desconocidos, pienso en Simón Cirineo.

A Simón Cirineo se le sacó de la multitud para ayudar a Jesús a cargar su cruz. Era poco probable que Simón supiera siquiera quién era Jesús. Seguramente fue un ayudante reacio al principio, pero en el camino al Calvario la Divina Providencia hizo que fuera una experiencia reveladora.

Quizás nos sintamos como Simón Cirineo cuando se nos llama a ayudar a un desconocido. Hace falta un corazón abierto al poder de la gracia de Dios.

Nuestro reto es continuar tratando de vencer el egocentrismo natural que nos empuja a esquivar las oportunidades para ayudar a nuestro prójimo desconocido. †

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