October 16, 2009

Buscando la Cara del Señor

Todos compartimos la vocación fundamental de amar

La semana pasada escribí acerca de las notas o cartas de estudiantes de primaria y sus preguntas sobre mi condición de arzobispo.

Matthew de la parroquia San Simón Apóstol, preguntó: “¿Qué se siente tener tantas responsabilidades y poder? ¿Es divertido tener tanto poder? No tengo mucho poder en la Iglesia. Me gustaría estar en su lugar.”

Le respondí: “Matthew, estás en lo correcto al decir que un arzobispo tiene muchas responsabilidades en la Iglesia. No lo veo como un asunto de poder, sino más bien como la obligación de servir a Dios y a Su pueblo.” Me ordené para servir, no para gobernar a las personas. Le dije que quizás él podría llegar a ser arzobispo algún día.

Jesús nos enseña que para ser los primeros, debemos ser los últimos y los siervos de todos. Veámoslo en contexto.

Cuando se nos bautiza, cada uno recibe un llamado a hacer tres cosas: 1) proclamar el Evangelio de Jesús con palabras y actos, de acuerdo a la etapa de nuestras vidas; 2) participar en los Sacramentos de la Iglesia y recibirlos, especialmente la Eucaristía y el Sacramento de la Reconciliación; 3) participar en la misión de caridad de la Iglesia para servir al prójimo de acuerdo a nuestras posibilidades.

Nuestro Santo Padre, el papa Benedicto XVI expuso esta idea en su primera encíclica “Deus Caritas Est” (Dios es amor).

Expresó: “La naturaleza íntima de la Iglesia se expresa en una triple tarea: anuncio de la Palabra de Dios (kerygma-martyria), celebración de los Sacramentos (leiturgia) y servicio de la caridad (diakonia).” Dijo que estas tareas “se implican mutuamente y no pueden separarse una de otra.”

El 1 de octubre la Arquidiócesis lanzó un programa de concienciación sobre nuestra misión de caridad: “Spreading Hope in Neighborhoods Everywhere” (Propagación de la esperanza en todos los vecindarios; SHINE por sus siglas en inglés).

En el Evangelio, Jesús hace énfasis en nuestro deber de amar y de hacerlo con sencillez y humildad. Quizás uno de los testimonios más impactantes del amor sencillo en nuestra misión de caridad, sea el de la beata Teresa de Calcuta.

Era una mujer muy poderosa, pero esa idea ni siquiera le pasaba por la mente.

Una vez, como mi invitada en la Diócesis de Memphis, antes de abordar un avión a Washington, D.C., me apartó hacia un lado y me dijo: “Obispo, durante la Misa, cuando vierta una gota de agua en el cáliz de vino, rece para que yo, al igual que el agua, me disuelva en Cristo.”

Todos compartimos la vocación fundamental de amar. En nuestra cultura no es muy frecuente ver el amor generoso.

La Madre Teresa nos contó su experiencia al visitar un bonito hogar de ancianos que estaba en buenas condiciones. Observó que la mayoría de los hombres y mujeres ancianos se sentaban mirando hacia la entrada del hogar. Cayó en cuenta de que estaban esperando a alguien que los quisiera. Ansiaban el amor y lo buscaban. Todos conocemos personas de distintas edades que añoran sentirse amadas.

No se trata de un juego de poder, sino de un amor sencillo y generoso; con frecuencia, un amor inmolatorio. Miremos más allá de nosotros mismos para reconocer a aquellos que se encuentran en la puerta, esperando por alguien que los quiera. Y por supuesto, a veces somos nosotros los que miramos hacia la puerta.

Como buenas personas con vocación a amar, tenemos mucho que ofrecer a Dios y a Su pueblo. Nuestra Iglesia desea brindar esperanza a todo aquél que esté “mirando hacia la puerta.”

Pienso sobre los pedidos de oración que recibo en respuesta a la invitación que coloco al final de mi columna semanal. Los recibo a diario y los deposito en mi capilla. Muchas personas se sienten agobiadas por el dolor y las pesadas cargas y piden apoyo a través de la oración.

Una madre y esposa pide oraciones para que su esposo de 55 años se cure de sus problemas renales severos. Tienen cinco hijos y él no está en condiciones de trabajar.

Un hombre de 87 años escribió para que rezáramos pues no ha visto a ninguno de sus cuatro hijos en tres años. Se preocupa por ellos, y por supuesto, los extraña.

Una joven pide para que su prometido se cure, luego de descubrir recientemente que padece de una forma severa de cáncer. Estas son peticiones que he recibido últimamente. A estas alturas ya tengo un cofre lleno de aflicciones en mi capilla.

Muy pronto nuestra Iglesia local en el centro y sur de Indiana, estará develando una nueva forma de enfocar nuestras oportunidades anuales para compartir la responsabilidad en nuestras parroquias y en la arquidiócesis.

Deseamos que la participación en este nuevo enfoque de nuestra misión, sea una forma para ofrecer a Cristo, nuestra esperanza.

Todos tenemos la oportunidad de ofrecer la compasión de Cristo a los integrantes de nuestra comunidad. Hemos titulado nuestra nueva iniciativa anual “Cristo nuestra esperanza: compasión en nuestras congregaciones.”

Los invito a todos para que nos ayuden a ser esa esperanza para aquellos que arrastran cargas pesadas y nos necesitan. †

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