January 30, 2009

Buscando la Cara del Señor

El ministerio de la caridad debe continuar aún en tiempos difíciles

Mientras nuestra sociedad enfrenta las terribles consecuencias del desmoronamiento actual de la economía, nuestra Iglesia local también sufre los embates.

Vivimos en el mundo real. Pero la realidad de la situación en la Iglesia se complica con la cantidad de feligreses empobrecidos quienes comprensible y acertadamente acuden a nosotros para obtener ayuda.

Independientemente de lo difícil que pueda ser, tal y como nos recuerda el Papa Benedicto XVI, los católicos no somos como una federación de individualistas que suelen atender sus propias necesidades mientras se hacen la vista gorda con las personas necesitadas que les rodean.

No somos individualistas que se preocupan por los demás únicamente cuando les es conveniente y si no supone sacrificios. La esencia de ser católicos y cristianos se fundamenta en que somos una comunión de creyentes.

Como tales, estamos llamados a practicar la caridad en cualquier circunstancia.

En su famosa carta encíclica sobre la caridad, el Papa nos enseña que proclamar la Palabra de Dios y participar en la vida sacramental de la Iglesia son actos incompletos si dejamos a un lado la caridad para con los demás. En otras palabras, compartimos la responsabilidad de cuidarnos unos a otros y velar especialmente por aquellos seriamente necesitados.

La Iglesia Católica no es una organización o institución abstracta que existe para sus propios fines o que existe meramente como un cuerpo administrativo. Creemos que somos el Cuerpo de Cristo, instituido por Él, para llevar a cabo su misión y su ministerio en nuestro mundo.

Sí, la Iglesia se organiza para administrar la misión de Cristo a fin de poder atender las necesidades tangibles del ministerio. Se organiza para que la Palabra de Dios pueda proclamarse y para que los sacramentos de Cristo, especialmente la eucaristía, puedan ser impartidos.

La Iglesia se organiza para que podamos promover el ministerio de la caridad, responsabilidad que compartimos todos los católicos, pero en especial para los pobres.

Supongo que la forma más inmediatamente visible de la organización de la Iglesia Católica son nuestras parroquias locales. Las parroquias son el lugar en el cual la mayoría de los católicos gozan de la proclamación del Evangelio, la Eucaristía y otros sacramentos. Nuestras parroquias son el foro en el cual la Iglesia, su misión y ministerio se encuentran manifiestamente vivos.

Resulta difícil para algunos, quizás para muchos feligreses, darse cuenta y comprender que el bienestar de la vida de la parroquia y buena parte de la misión y ministerio de éstas depende de que estén en comunión con las demás parroquias y que todas juntas conforman la arquidiócesis.

En conjunto nuestras parroquias comparten aspectos de la misión de Cristo que de otro modo sería difícil, si no imposible, que las parroquias individuales pudieran llevar a cabo.

Con frecuencia nos referimos a estos como “ministerios compartidos.” Ejemplos de estos ministerios compartidos son las obras realizadas por las fundaciones de caridad católicas o ministerios arquidiocesanos en nuestras parroquias de misión doméstica, que necesitan la asistencia de otras comunidades parroquiales para poder ofrecer atención pastoral, en algunas de nuestras localidades rurales y urbanas.

Todos los católicos de nuestra arquidiócesis, como miembros de una gran familia, comparten el reto de asistir a nuestros pobres, especialmente a los niños pobres. Las necesidades de los pobres y de nuestros niños en esas áreas empobrecidas son aún más severas en estos tiempos difíciles.

Aunque la mayoría de nosotros se ha visto gravemente afectado por el “maremoto económico” actual, no podemos darles la espalda a nuestros hermanos que se encuentran en situaciones desesperadas. En estos tiempos tampoco podemos permitirnos restringir los recursos que todos necesitamos para fortalecer nuestra fe y para mantener una vida espiritual y moral saludable.

En el campo espiritual, nuestras limitaciones humanas hacen que todos seamos pobres y necesitados. No solamente debemos ayudar a cubrir nuestras necesidades físicas y espirituales dentro de los límites de nuestra parroquia, sino también las de aquellas familias de fe que se encuentran en situaciones aún más graves y que necesitan de nuestra ayuda de un modo especial.

Especialmente en tiempos económicos difíciles debemos reflexionar sobre la realidad de que todo lo que tenemos en cuanto a dones humanos, materiales y espirituales emanan de la providencia y la bendición de Dios. Ninguno de nosotros, rico o pobre, vive fuera de la providencia divina.

Incluso en tiempos difíciles estamos llamados por la fe a darle gracias a Dios y a compartir los recursos que tenemos, aún en medio de nuestra propia necesidad. A veces esto significa que debemos privarnos de cosas para poder ayudar a otros que nos necesitan. A veces nos privamos para poder fortalecer el ministerio compartido de nuestra arquidiócesis que de otro modo no podría existir.

Todo esto de lo que hablo es un llamado a la responsabilidad cristiana.

Debemos participar en la campaña de responsabilidad anual Llamados a Servir. Es nuestra forma de ayudar a llevar a cabo la misión de Cristo en nuestras parroquias y también en la misión y ministerio de mayor escala de la Arquidiócesis.

No es demasiado tarde. †

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