May 9, 2008

Buscando la Cara del Señor

La celebración de la maternidad como una hermosa vocación

La celebración del Día de las Madres es algo positivo, no por el comercialismo secular que suscita, sino porque, con frecuencia, no se les da su justo valor a las madres.

El Día de las Madres tiene un potencial espiritual porque brinda la oportunidad de celebrar la maternidad como una hermosa vocación.

Desafortunadamente la maternidad se ve amenazada en nuestra cultura seglar. Los divorcios en serie, determinados por “valores” tales como la conveniencia o la búsqueda de responsabilidades menos exigentes, dejan a muchas madres solas para criar hijos sin la ayuda de un buen padre.

Muchas personas no valoran el autosacrificio. Nadie sabe por seguro cuántas madres solteras son manipuladas y abusadas. Hay demasiadas madres que luchan para poder proporcionar a sus hijos una vida íntegra y lo hacen solas y con valentía.

Por otro lado, el Día de las Madres ofrece la oportunidad para celebrar la belleza de la maternidad y para ensalzar dicha belleza como un valor fundamentalmente social y espiritual.

¿Existe acaso un amor más generoso que el de una madre? Debemos celebrar las incontables alegrías que las madres derraman en la vida familiar y a aquellas madres que verdaderamente disfrutan de sus familias. El amor que brindan las madres y el amor que reciben realmente no se puede cuantificar y la mayoría de las madres no esperan esto.

Al mismo tiempo, ¿quién puede enumerar los sacrificios que conlleva la maternidad y que pasan generalmente desapercibidos e inadvertidos? ¿Cuántas penas sufre una madre al identificarse con los sentimientos de sus hijos a lo largo de los años, desde la infancia hasta la adultez?

Hay muchos actos inherentes a la maternidad que pasan desapercibidos y con frecuencia no se valoran. Y ahí no termina todo. Muchas abuelas me expresan su preocupación por el bienestar espiritual, moral o físico de sus hijos adultos y sus nietos. El amor materno es incesante y por ello le damos gracias a Dios y a ellas.

En su libro titulado Dios y el Mundo el Papa Benedicto XVI escribió: “El dolor forma parte de la condición humana. Todo aquel que verdaderamente deseara deshacerse del sufrimiento tendría que deshacerse del amor antes que nada pues no puede existir amor sin sufrimiento ya que éste siempre exige un elemento de autosacrificio” (pp. 322-323). Sospecho que nadie conoce tan a fondo la verdad de esta frase como nuestras madres.

En mi vida honro a cinco “madres.” Por supuesto, primero que nada está mamá. Luego están la Santa Madre María, la Santa Madre Theodore Guérin, la Beata Madre Teresa de Calcuta y la Madre Frances Xavier Cabrini. Cuando ofrezco las oraciones diarias de intercesión por los cientos de ustedes que aceptan mi invitación de enviarme sus peticiones, también coloco sus plegarias ante estas cinco madres. (También las coloco ante San José y mi papá.)

Cuando recuerdo puntos resaltantes de mi relación con mamá, de momento pienso en dos ocasiones: cuando tuve una tonsilectomía de pequeño y cuando me operaron de las rodillas durante la secundaria.

En ambas ocasiones, cuando me desperté de la anestesia ella estaba allí, sentada pacientemente, esperándome con trocitos de hielo para calmar mi sed. Eso significaba mucho para mí.

Mis amigos y colegas hablaban de la serenidad y sencilla sabiduría de mamá.

Uno de mis últimos recuerdos es una estampa religiosa que me envió para el Día de San Valentín, meses antes de que muriera. Lo único que pudo escribir fue mi nombre con un pulso tembloroso. Conservo esta estampa en mi libro de oraciones. El mensaje era de San Agustín: “No existen cargas demasiado grandes para un corazón amoroso.”

Obviamente, hay muchas cosas que podría decir sobre la Santa Madre María. Su protección a mi vocación data de muchos, muchos años.

Cuando aún era un joven seminarista y monje en Saint Meinrad, le rezaba todas las noches, generalmente ante su santuario como Nuestra Señora de Einsiedeln en la iglesia de la abadía. Su protección infalible aún continúa.

La Santa Madre Theodore formó parte de mi devoción desde la escuela secundaria en adelante, bajo la tutela de las Hermanas de la Providencia. El estar presente para su beatificación y canonización en Roma renovó drásticamente mi antigua devoción por su intercesión. Con frecuencia pienso en los innumerables hijos espirituales que le deben su fe a una tierna edad a ella y a sus hijas religiosas.

La Beata Madre Teresa tocó mi corazón con dos frases: La primera fue: “Obispo, rece para que yo no estropee la obra de Dios.” Y, dijo: “Obispo, cuando coloque la gota de agua en el cáliz durante la Misa, rece para que yo me disuelva en Cristo.” Yo he acogido como mías sus oraciones.

La Madre Francis Xavier Cabrine ha sido durante mucho tiempo intercesora por mi ministerio sacerdotal y mi misión. Cuando fui nombrado obispo de Memphis visité su santuario en Chicago y coloqué mi nuevo ministerio bajo su cuidado maternal.

Rezo con agradecimiento por nuestras madres, por la gracia de la paciencia, la serenidad, la alegría y la santidad. Rezamos por las “madres” que no pueden concebir hijos. Rezamos para que nuestras madres fallecidas puedan descansar en Dios, regocijándose en su maternidad. †

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