February 9, 2007

Buscando la Cara del Señor

El amor de las parejas de casados debe estar arraigado en Dios

Esta semana pensé en compartir algunos pensam3ientos sobre el matrimonio.

Primeramente, tenemos el consejo centenario de San Juan Crisóstomo: “Muéstrale a tu esposa cuánto aprecias su compañía y que prefieres estar en casa y no lejos, porque ella está allí. Demuéstrale que la prefieres por encima de todos tus amigos e incluso de los hijos que ella te ha dado; ámalos por ella... recen juntos...Conozcan el temor de Dios; todo lo demás emanará a partir de esto como el agua de una fuente y tu hogar se colmará de abundancia.” (Homilía XX sobre la Carta a Efesios)

Si bien este consejo está dirigido al esposo, es igualmente aplicable para la esposa.

Cuando celebro un matrimonio siempre me sorprende el pensamiento de que el día de esa boda transcurrirá como cualquier otro para el resto de la gente que se encuentra afanada en sus quehaceres.

Cuando miro a la pareja de novios no puedo más que pensar que hay personas, jóvenes y viejas, ricas y pobres, hermosas y no tan hermosas, que se encuentran manejando o caminando por las calles o en los centros comerciales buscando qué hacer, procurando hallarle sentido a sus vidas.

Existen personas que se sienten solas y buscan entre la gente a alguien que les preste atención. Y si por casualidad una de esas personas solitarias entrara en una iglesia donde se está celebrando una boda, ¿qué pensaría?

Algunos podrían pensar “es una simple boda más” y añadirían cínicamente: “si el matrimonio es la respuesta, ¿por qué tantos matrimonios fracasan?”

Otros, los más románticos, tal vez queden cautivados con la belleza de los novios y el cortejo, y con el sueño de la felicidad eterna.

No existe tal cosa como una simple boda más. El día del matrimonio no es simplemente un día cualquiera. La vida en pareja no es y no se convertirá en un sueño romántico. Tanto para el novio como para la novia, el significado de la vida en pareja, su amor mutuo y la confianza que se tienen, debe estar arraigada en Dios.

Una y otra vez los esposos necesitarán la gracia de Dios en su matrimonio. Ninguna pareja debe tratar de estar por su cuenta en el matrimonio. El secreto para un matrimonio feliz es el compromiso de tener a Dios como el tercer compañero mutuo.

Tanto para el esposo como para la esposa, resulta saludable aceptar que, independientemente de cuán enamorados estén el día de su boda, su amor mutuo no es suficiente para toda una vida.

El amor de una pareja en el día de su boda no es suficiente para toda una vida, porque el amor no es estático. El amor es una decisión que crece, se poda y se templa con las experiencias de la vida y que también, es cierto, puede vacilar si no se refuerza. Espiritualmente, es beneficioso que la pareja entienda que casi con seguridad ellos solos no podrán hacer que su matrimonio funcione.

Recientemente recibí un correo electrónico de un amigo cuya boda celebré hace unos 18 o 20 años. Me escribió que lo había hecho enojar mucho cuando dije que su amor por su esposa el día de la boda no era suficiente para toda una vida. Dijo: “Arzobispo, tenía razón. En aquel momento no podía entenderlo, pero nuestro amor se ha vuelto más fuerte y más profundo con el pasar de los años.”

Todas las parejas de casados necesitan que Dios bendiga su amor. Esta es la primera razón por la cual nuestra Iglesia se reúne para presenciar y bendecir un matrimonio.

El amor requiere que lo alimentemos. La confianza y la fe entre la esposa y el esposo necesitan constante atención.

Y esta es la segunda razón por la que nos reunimos como Iglesia: Ante familiares y amigos, esposo y esposa prometen ayudarse para construir la confianza y el amor que necesitarán para toda la vida. Más adelante, quizás haya días en los que mantener las promesas matrimoniales parezca la única medida de su amor. El matrimonio, como toda en la vida, tiene problemas en sus inicios.

¿Quiere ver un matrimonio feliz? Fíjese en los esposos que buscan consuelo en sus familiares y amigos. Fíjese en la pareja cuyas oraciones juntos los llevan a atender a su prójimo; fíjese en las parejas que se preocupan por los ancianos, por los pobres y por los enfermos.

Eso es lo que queremos dar a entender cuando decimos que el matrimonio es un sacramento del amor de Dios. El amor de Dios se hace carne y llega a los demás por medio del amor conyugal de los esposos.

La vocación de una pareja en la vida es compartir su amor con familiares y vecinos. Y recordemos que Cristo amplió nuestro concepto de familia y vecinos para incluir a todo aquel en necesidad.

Si las parejas rezan todos los días y si asisten semanalmente a la misa y reciben los sacramentos juntos, van a estar bien.

Dios siempre es fiel. †

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