November 4, 2005

Seeking the Face of the Lord

Estamos unidos a los fieles que se han ido antes que nosotros

La realidad de la comunicación instantánea que nos circunda me sorprende. Puedo intercambiar mensajes instantáneamente con un seminarista en Roma por medio de la Internet. Cuando estudié en Roma a mediados de los 60, recibir una carta de casa tomaba al menos una semana.

Mientras pensaba sobre la celebración de nuestras festividades de noviembre de Todos los Santos y la conmemoración del Día de los Muertos al día siguiente, se me ocurrió que, a pesar de la comunicación instantánea, se sabe muy poco sobre la cantidad de mártires de la fe católica en nuestros días.

Hablaba hace poco con un amigo trapense quien me envió un libro titulado Los Monjes de Tibhirine, escrito por John W. Kiser. Se trata de la historia de siete monjes trapenses que fueron secuestrados y decapitados en Argelia en 1996. Su monasterio era una verdadera isla cristiana, en un país donde los católicos son la minoría más diminuta. Se dice que los monjes no fueron asesinados por su catolicismo como tal; al contrario, fue por su respeto constante por la dignidad de sus vecinos islámicos. Vivieron su fe en la dignidad de todas las personas humanas y murieron por ello. No he terminado de leer su historia, pero si la memoria no me traiciona, desde entonces el monasterio tuvo que cerrarse.

Apenas escuchamos acerca de los miles de mártires de la fe católica en el mundo en nuestros días, pero los mártires contemporáneos superan en cantidad a los de la era cristiana.

Hace un par de semanas mencioné en esta columna un libro titulado The Joy of Priesthood (La alegría del sacerdocio), escrito por el padre Stephen J. Rosetti. Él comenta que la gente por lo general se pregunta por qué existe tanta violencia externa en el mundo. “En efecto, existe mucha ira en el mundo. Ciertamente buena parte de la violencia tiene su origen en la ira y la frustración que habitan en los corazones de las personas que no entienden por qué. Muchas veces ni siquiera están conscientes de ello. Nos hemos habituado tanto a la ira, la tristeza y la violencia de nuestro mundo desmembrado que no nos damos cuenta de cómo se ha derrumbado nuestra humanidad… Muchas personas en nuestro mundo no pueden hallar el consuelo interior que anhelan desesperadamente. No es de sorprender que se hayan tornado violentos.” (p. 208-209)

El padre Rosetti señala que nuestro mundo tiene hambre del Pan de la Vida, de la unión con Dios, pero busca en los lugares equivocados.

Mientras contemplamos a nuestros santos y las almas que se han ido antes que nosotros, debemos detenernos a dar gracias por la fe que nos consuela. Y debemos rezar agradecidos por aquellos santos vivientes y los ya fallecidos, quienes nos han transmitido la fe. Gracias a ellos podemos saber a quién anhelamos en un mundo violento y lleno de confusiones. Y podemos rezar agradecidos por los miles de hombres y mujeres que han perecido como mártires de la fe en nuestros propios tiempos. Una vez más, en este noviembre, recordamos que estamos unidos a los santos, que constituyen miembros triunfantes de nuestra Iglesia.

También estamos unidos a aquellas almas que se han ido antes que nosotros y todavía experimentan la necesidad de ser purificados, antes de poder avanzar a la gloria final en el Reino de Dios. Nos referimos a ellos como las pobres ánimas del purgatorio. Ellos también continúan siendo miembros de nuestra Iglesia. La mayoría de nosotros se identifica con más facilidad con ellos que con los santos triunfantes en el cielo. Así como hemos conocido personas santas, que estamos convencidos son santos en el cielo, así también, además de nosotros, hemos conocido personas que no eran tan perfectas a la hora de vivir su fe. El 2 de noviembre rezamos por ellos de manera especial.

Debido a nuestra creencia en la comunión con los santos en el cielo y con las ánimas del purgatorio, estamos conscientes de nuestra necesidad de recordar nuestra conexión con ellos. Esta es una de las razones por las que la Iglesia los conmemora durante el mes de noviembre.

Asimismo, es por ello que la Iglesia Católica tiene la costumbre ancestral de mantener unida la comunidad de fallecidos en cementerios católicos. Desde los inicios de la Iglesia hemos creado cementerios para nuestros familiares católicos fallecidos. Deseamos recordar, primero que nada, que algún día resucitaremos y seremos uno con Dios en la eternidad. Y deseamos acordarnos de honrar a nuestros hermanos y hermanas difuntos con nuestras oraciones por su felicidad eterna.

Nuestras visitas a las tumbas de nuestros seres queridos también nos recuerdan que algún día necesitaremos que nuestros descendientes recen por nuestro descanso en la casa del Padre. También nos sirven de recordatorio de que nuestros seres queridos fallecidos se encuentran espiritualmente presentes entre nosotros. †

 

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