August 12, 2005

Seeking the Face of the Lord

Los esfuerzos heroicos del padre Bruté alimentan el catolicismo en Indiana

El obispo Simon Bruté se entregó a la vida de misionario con un entusiasmo joven, a pesar de su grave enfermedad. Ya no le inquietaba la idea de convertirse en misionario en India. Bajo el patronato del misionario de India, San Francisco Xavier, recorrió los caminos misionarios de Indiana.

“Monto mi caballo y galopo con la lluvia golpeándome la cara y el frío de enero. Es una vieja historia para mí desde que llegué a la Montaña [Monte St. Mary en Emmitsburg, MD], en 1811 y el pan de cada día de los misionarios.”

Una semana después de su ordenación como obispo de Vincennes, el obispo Bruté decidió visitar toda su diócesis. Evidentemente dos sacerdotes para ayudarlo en el ministerio de la diócesis no serían suficientes y así le escribió al obispo de su nativa diócesis de Rennes en Francia, con la esperanza de que él pudiera conseguirle asistencia. También le escribió a su hermano menor, Augustine, buscando de todo: desde vinagreras, vestimentas, tarjetas para el altar, misales, un anillo y una cruz pectoral (“en caso de que pierda la mía”), una mitra, un báculo (“el que tengo es de madera dorada”), hasta una casulla ligera para viajar a caballo. Dibujó un mapa de la diócesis para su hermano, cuya copia aun existe.

La mayoría del pueblo que abarcaba la diócesis no era católico. Pero en su mayoría, dejaron de lado las sospechas y recibieron con amabilidad al obispo y a sus dos sacerdotes. El obispo Bruté escribió: “El obispo salía muy satisfecho de los lugares que visitaba, con la creencia afectuosa de que la gente se reconciliaría fácilmente con el ‘hombre del pecado’ de Vincennes y con mayor facilidad aun, con los demás pecadores, sus sucesores.”

La suerte del obispo era igual que la de cualquier otro misionario de la época: tenía que preguntar dónde se encontraría una familia católica e ir en busca de ella. La mayoría de los católicos ni siquiera sabían que Indiana tenía su propio obispo hasta que él se presentaba.

Su obispo cabalgó cientos de millas. En mayo de 1835 le escribió a un amigo que realizaba sus rondas “con una facilidad que se podría expresar, si ha de creerse, diciendo que no me sentí más cansado por las noches, que si no hubiera salido de mi habitación. No lo puedo concebir. Un día fueron 60 millas hasta las once de la noche, mayormente por las praderas húmedas.” Pero no había mucho más que el obispo pudiera hacer por todo su pueblo dispersado, hasta que consiguiera más sacerdotes. Sabía que sólo podría conseguirlos en Francia.

En julio de 1835 se fue a París. Allí, el obispo del bosque se ganó muchos corazones. Su entusiasmo y santidad atrajeron sacerdotes y seminaristas como nuevos miembros. Su súplica heroica tocó la inclinación natural a la nobleza de corazón y de espíritu. Se dice que la gente del seminario halaba hilos de la sotana desgastada del obispo para conservarlas como reliquia de un santo. Una docena de seminaristas y ocho sacerdotes regresarían con él a América. Algunos otros debían completar primero sus estudios y su formación sacerdotal.

Al obispo Bruté no le sorprendió toparse con la resistencia de los padres de los sacerdotes y seminaristas, tal y como sucedió con su propia madre. Le escribió a una madre: “Están en las almas lejanas de América, esperando la generosidad de una madre a quien el Señor sabrá muy bien cómo consolar en la soledad de sus últimos momentos.” El obispo también buscó misionarios de habla alemana ya que los alemanes estaban congregándose en su diócesis.

Veinte clérigos partieron en barco hacia América con el obispo santo. Dos de ellos se convertirían en el segundo y tercer obispo de Vincennes. Esta travesía por el Atlántico fue particularmente peligrosa. En determinado momento todo el grupo estaba de rodillas pidiéndole la absolución al obispo ya que temían que el barco se hundiera. El obispo Bruté dijo: “No teman, hijos míos, el temor es uno de los grandes engaños del demonio. No pereceremos.” En días mejores en alta mar, el obispo Bruté impartió conferencias al grupo, preparándolos para ser misionarios en el bosque.

Una vez en Indiana, el obispo pudo convencer a la Madre Rose White en Emmitsburg, MD, para que enviara a tres hermanas para unirse a las dos Hermanas de la Caridad de Nazareth, KY, a fin de ayudar a educar a los niños en la diócesis.

En 1837, 13 obispos diocesanos, cinco diáconos y dos subdiáconos se organizaron al estilo misionario como jinetes de circuito y pastores de parroquias estratégicas. El obispo se vio acongojado por un par de sacerdotes poco menos que leales, pero éstos fueron la excepción. Para el momento de su muerte, en 1839, había 25 sacerdotes diocesanos y 20 seminaristas que servían a una población en expansión.

“El temor es uno de los grandes engaños del demonio.” ¡Qué cita tan maravillosa! La santidad de nuestro obispo fundador, su propio heroísmo y su llamado a la nobleza del pueblo y del clero sentaron las bases para el catolicismo en Indiana.

(El obispo Simon Bruté crea una reputación como hombre intelectual, santo y brinda esperanza en el establecimiento de la diócesis de Vincennes.)

 

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