May 20, 2005

Seeking the Face of the Lord

María es un lucero de esperanza para todos

El fallecido Juan Pablo II dedicó su papado a la Madre de Dios y de la Iglesia. “Totus Tuus” (todo tuyo) era su lema como Papa. Su testamento espiritual, publicado después de su muerte, está bordado con referencia a su dedicación total a la Sagrada Virgen María.

La última carta escrita del Papa Juan Pablo fue su Carta a los Sacerdotes en Ocasión del Jueves Santo, firmada en el hospital el Quinto Domingo de Cuaresma. A modo de conclusión, escribió: “¿ Quién puede hacernos gustar la grandeza del misterio eucarístico mejor que María? Nadie cómo ella puede enseñarnos con qué fervor se han de celebrar los santos Misterios y cómo hemos estar en compañía de su Hijo escondido bajo las especies eucarísticas. Así pues, la imploro por todos vosotros, confiándole especialmente a los más ancianos, a los enfermos y a cuantos se encuentran en dificultad. En esta Pascua del Año de la Eucaristía me complace hacerme eco para todos vosotros de aquellas palabras dulces y confortantes de Jesús: ‘Ahí tienes a tu madre’ (Jn 19:27).”

Al igual que su predecesor, el Papa Juan Pablo II, el Papa Benedicto XVI ha dedicado persona y su ministerio papal a la Sagrada Virgen María. Al día siguiente de su elección, en su primer mensaje a la Iglesia y al mundo, el Papa Benedicto expresó: “ Como Pedro, también yo le renuevo [a Cristo] mi promesa de fidelidad incondicional. Sólo a él quiero servir dedicándome totalmente al servicio de su Iglesia. Para poder cumplir esta promesa, invoco la materna intercesión de María santísima, en cuyas manos pongo el presente y el futuro de mi persona y de la Iglesia.”

Durante este mes de mayo, dedicado a María, la Madre de Dios y Madre de la Iglesia, su vida llena de virtud como mujer de esperanza resulta una reflexión oportuna para nosotros. Ella es un ejemplo sublime de esperanza.

Podemos imaginarnos que desde jovencita y luego como una joven mujer, en la tradición vigilante y paciente del judaísmo de esperanza anhelante por la venida del Mesías, María ya vivía la virtud de la esperanza. Como una joven mujer a quien el Espíritu Santo le confió la concepción milagrosa del Mesías, ella era una futura madre de esperanza.

Cuando su concepción virginal de Jesús le fue revelada a José, su esposo, ella recibió una reafirmación de esperanza. Se entregó a la virtud de la esperanza con José en Belén, a pesar de que no tenían un lugar para que el Mesías naciera. Posteriormente, cuando el desasosiego probó su esperanza, María y José huyeron a Egipto como prófugos. Y aun después, cuando todo parecía perdido en su camino al Calvario, ella estaba allí, seguramente esperando en contra de la esperanza, esperando pacientemente a que pasara la oscuridad de la pasión para llegar al amanecer de la resurrección. Y luego, cuando sobrevino el momento de la Ascensión, ella estaba allí con la Iglesia recién nacida, esperando una vez más el obsequio del Espíritu Santo. Después de su asunción al cielo, María continúa siendo la intercesora de nuestra esperanza.

Ella es, no solamente testigo de esperanza para nosotros como una comunidad de creyentes, sino también una estrella, un lucero de esperanza para nosotros como individuos, especialmente mientras sobrellevamos las pruebas y las tribulaciones de las que nadie se escapa en la vida.

Nadie ha escrito con mayor pasión sobre la Madre de Dios como nuestra intercesora y fuente de esperanza, que San Bernardo de Claraval. “Si se levanta la tempestad de las tentaciones, si caes en el escollo de las tristezas, eleva tus ojos a la Estrella del Mar: ¡invoca a María! Si te golpean las olas de la soberbia, de la maledicencia, de la envidia, mira a la estrella, ¡invoca a María! Si la cólera, la avaricia, la sensualidad de tus sentidos quieren hundir la barca de tu espíritu, que tus ojos vayan a esa estrella: ¡invoca a María! Si ante el recuerdo desconsolador de tus muchos pecados y de la severidad de Dios, te sientes ir hacia el abismo del desaliento o de la desesperación, lánzale una mirada a la estrella, e invoca a la Madre de Dios.

En medio de tus peligros, de tus angustias, de tus dudas, piensa en María, ¡invoca a María! El pensar en ella y el invocarla, sean dos cosas que no se parten nunca ni de tu corazón ni de tus labios. Y para estar más seguro de su protección no te olvides de imitar sus ejemplos. ¡Siguiéndola no te pierdes en el camino! ¡Implorándola no te desesperarás! ¡Pensando en ella no te descarriarás! Si ella te tiene de la mano no te puedes hundir. Bajo su manto nada hay que temer. ¡Bajo su guía no habrá cansancio y con su favor llegarás felizmente al Puerto de la Patria Celestial! (Homilía 2 en “missus est,”7).

Hacemos bien en seguir al Papa Benedicto y su muy amado predecesor, Juan Pablo II. †

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