Sigamos siendo buenos representantes de  la Iglesia en esta época de crisis			
			Queridos hermanos y hermanas en Cristo,
 ¡Saludos en Jesucristo, la piedra  angular! Aunque pareciera que no hay luz al final del camino en estos tiempos  en los que estamos llamados a refugiarnos en nuestras casas y a practicar el  distanciamiento social para combatir el coronavirus, no olvidemos que cada  temporada de Cuaresma penitencial y sacrificial da paso a la maravillosa  alegría de la Pascua. Más allá de la cruz se halla el milagro del sepulcro  vacío y el encuentro con el Señor Jesucristo resucitado.
¡Saludos en Jesucristo, la piedra  angular! Aunque pareciera que no hay luz al final del camino en estos tiempos  en los que estamos llamados a refugiarnos en nuestras casas y a practicar el  distanciamiento social para combatir el coronavirus, no olvidemos que cada  temporada de Cuaresma penitencial y sacrificial da paso a la maravillosa  alegría de la Pascua. Más allá de la cruz se halla el milagro del sepulcro  vacío y el encuentro con el Señor Jesucristo resucitado. 
 Dado el cierre drástico de tantos  negocios y diversos lugares de trabajo, muchos ya están viviendo en carne  propia grandes dificultades económicas, emocionales y personales. Para muchos  hogares, el prospecto de aguantar aproximadamente otro mes hasta que la  economía comience a tomar su cauce nuevamente resulta bastante penoso. A  menudo, los pobres y los vulnerables son los más afectados por los estragos de  cualquier crisis. 
 Para quienes tienen la bendición de  contar con seguridad económica, les ruego que consideren ofrecer apoyo  financiero a su parroquia en este momento crítico, si no lo han hecho aún. La  Iglesia se erige como un faro de esperanza en muchas comunidades, esperanza que  no irradia de la estructura física de un edificio sino de los ministerios y los  servicios que ofrece su parroquia. Muchos en nuestras comunidades, incluidos  algunos compañeros parroquianos, necesitan distintas formas de atención médica. A  lo largo de esta pandemia, la arquidiócesis y las parroquias continúan  prestando servicios a los pobres y los vulnerables, especialmente mediante  refugio y comida. Es un momento de gran confusión y de soledad para aquellos  que jamás se han encontrado en la situación de tener que pedir ayuda. Les doy  las gracias en nombre de todos los que se benefician de su generosidad. 
 Los católicos no somos conocidos por  destacar nuestras buenas obras y éxitos, y raramente estos se convierten en el  centro de atención. Sin embargo, el hecho es que la Iglesia Católica es la  institución más caritativa en Estados Unidos y en todo el mundo, y todos los  días ofrece ministerios y servicios para llegar a miles de personas y familias.  Y lo hacemos porque somos católicos. Anclados en la Palabra y los sacramentos,  especialmente la eucaristía, el servicio es el sello característico de nuestro  llamado bautismal a la santidad y nuestra misión en el nombre de Jesucristo. 
 El compromiso de los fieles de ser  buenos representantes y discípulos fieles es lo que acentúa las increíbles  obras de caridad de la Iglesia. Les ruego que continúen apoyando a su parroquia  a ayudar a otros menos afortunados y que están necesitados. El papa Francisco a  menudo se refiere a las parábolas del Buen Samaritano (cf.  Lc 10, 29-37) y a la de los Talentos (cf. Mt 25, 31-46) como la  medida para amar y servir a nuestro prójimo. Cada uno de nosotros puede hacer  la diferencia en la vida y el espíritu de muchos, más allá de lo que verdaderamente  podamos apreciar. 
  Con la certeza de mis oraciones y  bendiciones para todos en la Arquidiócesis, 
quedo de ustedes en Cristo,  
+Charles C. Thompson
  Arzobispo de Indianápolis