Uno en Cristo / Daniel Conway
Dos hermanos de fe nos muestran los diferentes caminos hacia la unidad
En la homilía de la solemnidad de los santos Pedro y Pablo, el 29 de junio, el papa León XIV llamó la atención sobre dos aspectos específicos de la fe de estos dos Apóstoles: la comunión eclesial y la vitalidad de la fe.
“Hoy celebramos a dos hermanos en la fe, Pedro y Pablo, que reconocemos como pilares de la Iglesia y veneramos como patronos de la diócesis y de la ciudad de Roma”—declaró el Santo Padre—. “La historia de estos dos apóstoles nos interpela de cerca también a nosotros, que somos la comunidad peregrina de los discípulos del Señor en nuestro tiempo.”
La comunión eclesial (unidad) es esencial para la misión de nuestra Iglesia. Como nos recordó el papa León, “tanto Pedro como Pablo, por tanto, dan su vida por la causa del Evangelio.” Eran uno en su devoción al Señor y en su celo por proclamar el Evangelio.
Pero el Santo Padre destacó que “esta comunión en la única confesión de la fe no es una conquista pacífica. Los dos apóstoles la alcanzan como una meta a la que llegan después de un largo camino, en el cual cada uno ha abrazado la fe y ha vivido el apostolado de manera diversa. Su fraternidad en el Espíritu no borra la diversidad de sus orígenes.”
Sabemos por las Escrituras que entre estos dos grandes hombres «no faltaron conflictos respecto a la relación con los paganos, al punto que Pablo afirma: “ ‘Cuando Cefas [Pedro] llegó a Antioquía, yo le hice frente porque su conducta era reprensible’ ” (Gal 2:11). Sus perspectivas opuestas llegaron a un punto crítico en el Concilio de Jerusalén donde los dos Apóstoles debatieron la cuestión una vez más. Al final, su disputa se resolvió gracias a la intervención del Espíritu Santo.
El papa León insistió en que los desacuerdos no tienen por qué destruir nuestra unidad fundamental como hermanas y hermanos en Cristo:
Queridos hermanos, la historia de Pedro y Pablo nos enseña que la comunión a la que el Señor nos llama es una armonía de voces y rostros, no anula la libertad de cada uno. Nuestros patronos han recorrido caminos diferentes, han tenido ideas diferentes, a veces se enfrentaron y discutieron con franqueza evangélica. Sin embargo, eso no les impidió vivir la concordia apostolorum, es decir, una viva comunión en el Espíritu, una fecunda sintonía en la diversidad. Como afirma san Agustín: “En un solo día celebramos la pasión de ambos apóstoles. Pero ellos dos eran también una unidad; aunque padeciesen en distintas fechas, eran una unidad” (Serm. 295, 7.7).
“Una fecunda sintonía en la diversidad” no es algo fácil de conseguir, sobre todo entre personas que tienen sentimientos y opiniones fuertes. Por eso es tan importante que todos nos dediquemos a escuchar atentamente, a dialogar con respeto y a discernir en oración.
“Todo esto nos interroga sobre el camino de la comunión eclesial”—señaló el papa León—. “Esta nace del impulso del Espíritu, une las diversidades y crea puentes de unidad en la variedad de los carismas, de los dones y de los ministerios.”
El segundo aspecto específico que el Santo Padre atribuyó a los santos Pedro y Pablo es la “vitalidad de su fe,” En una admonición que recuerda a la exhortación apostólica del papa Francisco “Evangelii Gaudium,” el papa León dijo:
En la experiencia del discipulado, de hecho, siempre existe el riesgo de caer en la rutina, en el ritualismo, en esquemas pastorales que se repiten sin renovarse y sin captar los desafíos del presente. En la historia de los dos apóstoles, en cambio, nos inspira su voluntad de abrirse a los cambios, de dejarnos interrogar por los acontecimientos, los encuentros y las situaciones concretas de las comunidades, de buscar caminos nuevos para la evangelización partiendo de los problemas y las preguntas planteados por los hermanos y hermanas en la fe.
La apertura al cambio es, quizá, lo más difícil para los cristianos comprometidos, y los últimos 2,000 años de historia cristiana ilustran poderosamente esta dificultad.
“Si no queremos que nuestro ser cristiano se reduzca a una herencia del pasado”—expresó el papa León recordando las frecuentes admoniciones del papa Francisco— “es importante salir del peligro de una fe cansada y estática.”
La comunión eclesial (unidad en la diversidad) y la vitalidad de la fe (renovación interior) son necesarias para la revitalización pastoral. El papa León nos exhorta a todos, pero especialmente a los arzobispos metropolitanos que recibieron de él el palio en la solemnidad de los santos Pedro y Pablo, a emular a estos pilares de la Iglesia.
(Daniel Conway es integrante del comité editorial de The Criterion.) †