September 26, 2025

Uno en Cristo / Daniel Conway

El papa León nos recuerda que los pobres pueden ser testigos de esperanza

En su mensaje para la IX Jornada Mundial de los Pobres, celebrada el 16 de noviembre, el papa León XIV escribe: “El pobre puede convertirse en testigo de una esperanza fuerte y fiable, precisamente porque la profesa en una condición de vida precaria, marcada por privaciones, fragilidad y marginación. No confía en las seguridades del poder o del tener; al contrario, las sufre y con frecuencia es víctima de ellas. Su esperanza sólo puede reposar en otro lugar.”

Si prestamos atención a nuestros hermanos y hermanas pobres y escuchamos lo que nos dicen, podemos aprender de ellos.

“Reconociendo que Dios es nuestra primera y única esperanza”—dice el Santo Padre—, “nosotros también realizamos el paso de las esperanzas efímeras a la esperanza duradera. Frente al deseo de tener a Dios como compañero de camino, las riquezas se relativizan, porque se descubre el verdadero tesoro del que realmente tenemos necesidad.”

Nadie fue más sensible a la situación de los pobres que Jesús; nadie se ocupó de sus necesidades físicas, emocionales y espirituales de forma más completa que nuestro Señor. Es más, advirtió a sus discípulos (a todos nosotros) que no confiaran en la riqueza material ni en las posesiones. La felicidad, la plenitud de la vida, no se encuentra en lo que tenemos; se descubre en lo que damos, en lo que compartimos generosamente con los demás, especialmente con los pobres y vulnerables.

“No acumulen tesoros en la tierra”—afirmó Jesús—, “donde la polilla y la herrumbre los consumen, y los ladrones perforan las paredes y los roban. Acumulen, en cambio, tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que los consuma, ni ladrones que perforen y roben” (Mt 6:19-20).

Como a menudo nos recordaba santa Teresa de Calcuta, la forma más grave de pobreza es no conocer a Dios. El papa León cita un pasaje de la exhortación apostólica “Evangelii Gaudium” (“La alegría del Evangelio”) de su predecesor, el papa Francisco:

“La peor discriminación que sufren los pobres es la falta de atención espiritual. La inmensa mayoría de los pobres tiene una especial apertura a la fe; necesitan a Dios y no podemos dejar de ofrecerles su amistad, su bendición, su Palabra, la celebración de los Sacramentos y la propuesta de un camino de crecimiento y de maduración en la fe” (#200). Aquí vemos una conciencia básica y esencial de cómo podemos encontrar nuestro tesoro en Dios. Tal como insiste el apóstol Juan: “El que dice: ‘Amo a Dios,’ y no ama a su hermano, es un mentiroso. ¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve?” (1 Jn 4:20).

El papa León reitera que “todos los bienes de esta tierra, las realidades materiales, los placeres del mundo, el bienestar económico, aunque importantes, no bastan para hacer feliz al corazón.” Señala algo que deben admitir todos los que están atentos y no ceden al autoengaño: “Las riquezas muchas veces engañan y conducen a situaciones dramáticas de pobreza, la más grave de todas es pensar que no necesitamos a Dios y que podemos llevar adelante la propia vida independientemente de Él.”

Como fiel hijo de san Agustín, el papa cita a su patrono, diciendo, “Sea Dios toda tu presunción: siéntete indigente de Él, y así serás de Él colmado. Todo lo que poseas sin Él, te causará un mayor vacío” (Enarr. in Ps. 85:3). Esta es, por supuesto, la crisis de nuestro tiempo, al igual que en los últimos días del imperio romano. Cuanta más riqueza y poder amasamos, cuantos más conocimientos científicos y tecnológicos adquirimos, más vacía parece la vida. 

Y, sin embargo, tenemos esperanza, una esperanza que no defrauda (Rom 5:5). Para quienes seguimos a Jesús y acogemos su forma radical de entrega desinteresada, la felicidad no se encuentra en lo que tenemos, sino en lo que somos y en cómo vivimos. Esta es la espiritualidad de la corresponsabilidad, una forma radical de entrega que reconoce todo lo que tenemos (posesiones materiales) y todo lo que somos (dones espirituales) como una recompensa inmerecida de nuestro generoso y amoroso Dios. La felicidad no consiste en poseer esos dones, ni mucho menos en acumularlos en graneros cada vez más grandes “donde la polilla y la herrumbre los consumen, y los ladrones perforan las paredes y los roban” (Mt 6:20), sino en compartirlos generosamente con los demás por agradecimiento y amor.

Los pobres pueden ser testigos de la esperanza; si compartimos con ellos, podemos aprender de ellos.
 

(Daniel Conway es integrante del comité editorial de The Criterion.)

Local site Links: