December 13, 2019

Cristo, la piedra angular

¿Eres tú el que tenía que venir, o debemos esperar a otro?

Archbishop Charles C. Thompson

“Regresen a donde Juan y cuéntenle lo que ustedes están viendo y oyendo: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la buena noticia. ¡Y felices aquellos para quienes yo no soy causa de tropiezo!” (cf. Mt 11:4-6).

Este fin de semana celebramos el tercer domingo de Adviento. Jesucristo viene nuevamente pero, ¿cómo lo reconoceremos?

Cuando nuestro Señor venga otra vez, lucirá bastante parecido a la primera vez que vino. ¿Por qué cabría esperar algo distinto?

La lectura del Evangelio para este domingo (Mt 11:2-11) nos dice que cuando Juan Bautista envió a sus discípulos para que vieran Jesús, le preguntaron: “¿Eres tú el que tenía que venir, o debemos esperar a otro?” (Mt 11:3).

Quizá nos sintamos tentados a hacer la misma pregunta, dada toda la confusión e incertidumbre que existe en nuestro mundo de hoy. Aunque nadie sabe el día ni la hora, nuestra fe nos garantiza que el Señor vendrá nuevamente. Eso es lo que celebramos durante la temporada del Adviento: el recuerdo de la Navidad de su primera venida, y la anticipación del Adviento por su regreso.

Puesto que Jesús ya ha sufrido, muerto y resucitado, su segunda venida será indiscutiblemente distinta. Pero no hay motivo para pensar que su presencia entre nosotros contradecirá en modo alguno la misión original que recibió de su Padre. Si preguntamos: “¿eres tú el que tenía que venir, o debemos esperar a otro?” la respuesta será la misma. Lo que vemos es tal cual: “Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la buena noticia” (Mt 11:5).

Cuando Jesucristo venga nuevamente, las circunstancias serán distintas pero no hay razón para dudar que una vez más dirá la verdad con amor; de eso se trata el Juicio Final.

Podemos tener la seguridad de que la presencia de Cristo sanará a los enfermos, perdonará a los pecadores e infundirá esperanza a los corazones humanos que la han perdido por completo. Ese es Jesús: nuestro Salvador, nuestro redentor, nuestro hermano y amigo. No vendrá con afectación o grandiosidad ni con ambiciones egoístas; vendrá a mostrarnos la misericordia de Dios y a hacer cumplir la voluntad de su Padre, al reunirnos como sus ovejas perdidas y llevarnos a casa.

En la primera lectura de este domingo (Is 35:1-6a; 10), tenemos la visión del reino que está entre nosotros y por venir. Es un mundo muy distinto del que hemos experimentado desde la caída de nuestros primeros padres por el pecado original. La alegría y la felicidad abundarán, el dolor y la tristeza desaparecerán:

“¡Que se alegren la estepa y el yermo,
que exulte el desierto y florezca!
¡Como el narciso florezca sin falta,
que exulte con gritos de alegría!
Le darán la gloria del Líbano,
la majestad del Carmelo y el Sarón;
podrán ver la gloria del Señor,
también la majestad de nuestro Dios” (Is 35:1-2).

La segunda venida de nuestro Señor que esperamos de un modo especial durante el Adviento, determinará de una vez y para siempre el reino triunfante de Dios hecho posible a través de la pasión, muerte y resurrección de Jesús.

Pero esto no significa que Dios aparecerá como un héroe conquistador. Si las Escrituras nos dicen algo es que no debemos buscar una superestrella sino a la persona más humilde y desinteresada que podamos imaginarnos, alguien que estará dispuesto a entregar su vida para liberarnos.

Junto con el profeta Isaías cantamos:

“Sigan firmes, no teman,
que viene su Dios
a vengarlos,
él les trae la recompensa
y viene en persona a salvarlos”.
Entonces se abrirán los ojos de los ciegos,
los oídos de los sordos se destaparán.
Entonces saltará el cojo como el ciervo,
la lengua del mudo cantará” (Is 35:4-6).

Convirtamos las últimas semanas del Adviento en verdaderos preparativos del regreso de nuestro Señor. Puesto que él no se limita a nuestra noción del tiempo y el espacio, somos bendecidos con la certeza de que Cristo está siempre con nosotros: pasado, presente y porvenir.

¿Cómo lo reconoceremos cuando venga nuevamente? ¡Por los signos que él mismo nos ha dado!

“¡Y felices aquellos para quienes yo no soy causa de tropiezo!” (Mt 11:6), dijo Jesús a los discípulos de Juan. Somos bendecidos cuando reconocemos a Jesús en los pobres, en los extraños y en las personas muy distintas de nosotros. Jesucristo viene a nosotros exactamente como es: en el ser que menos nos imaginemos que nos salvará y nos liberará. †

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