January 29, 2016

Alégrense en el Señor

La respuesta ante el llamado a ser discípulos misioneros

Archbishop Joseph W. Tobin

“En virtud del Bautismo recibido, cada miembro del Pueblo de Dios se ha convertido en discípulo misionero”
(“La alegría del Evangelio,” #120).

La Liturgia de las Horas, las oraciones de la Iglesia que comienzan temprano en la mañana y se prolongan durante todo el día en distintos momentos, concluye con las Completas, justo antes de dormir.

Las Completas siempre incluyen la oración de Simeón, el anciano que encontramos en el Evangelio según San Lucas cuando Jesús niño fue presentado al Señor en el Templo. Tras conocer a Jesús, el anciano reza: “Señor, ahora despides a este siervo tuyo, y lo despides en paz, de acuerdo a tu palabra. Mis ojos han visto ya tu salvación, que has preparado a la vista de todos los pueblos: luz reveladora para las naciones, y gloria para tu pueblo Israel” (Lc 2:29-32).

En la oración de Simeón se esconden dos temas muy importantes. Lo primero es su entrega a Dios, su disposición a ser recibido el seno de Abraham, confiado en que se está cumpliendo la promesa de Dios para su pueblo elegido. El segundo tema es el reconocimiento que aquello que se revela en este niño traerá repercusiones para todos, tanto judíos como gentiles. Todo aquel que siga a este niño será llamado a salir y andar por todo el mundo.

El papa Francisco ha exhortado en repetidas ocasiones a que todos los cristianos bautizados aceptemos nuestra responsabilidad de ser “discípulos misioneros” que transmiten la alegría del Evangelio a todo aquel que conozcamos. Y lo que es más: nos ha desafiado a salir de nuestra comodidad y aventurarnos en las periferias, los márgenes de la sociedad donde hay gente distinta de nosotros. La Iglesia no debe ser una entidad insular ni autoalimentada. Debemos ser discípulos misioneros de Jesucristo que proclaman el Evangelio a todo el mundo.

El papa Francisco ha dicho que “La Iglesia debe salir de sí misma. ¿Adónde? Hacia las periferias existenciales, cualesquiera que sean. Pero salir. Jesús nos dice: “Id por todo el mundo. Id. Predicad. Dad testimonio del Evangelio.” Pero ¿qué ocurre si uno sale de sí mismo? Puede suceder lo que le puede pasar a cualquiera que salga de casa y vaya por la calle: un accidente. Pero yo os digo: prefiero mil veces una Iglesia accidentada, que haya tenido un accidente, que una Iglesia enferma por encerrarse. Salid fuera, ¡salid!”

Cuando salimos de la cama para ir a la calle, nos estamos arriesgando. Quizás nos aguarde algún peligro. Pero al arriesgarnos, estamos caminando sobre los pasos de Jesús quien envió a sus discípulos de dos en dos para que se convirtieran en misioneros.

En el camino de Emaús, por ejemplo, Jesús acompañó a dos discípulos muy desanimados y temerosos. Jesús les abrió los ojos para que pudieran convertirse en misioneros que proclaman la Buena Nueva a los demás con corazones ardientes—sin temores y férrea confianza—.

Tal como lo expresa el papa Francisco en “La alegría del evangelio:” “Esta convicción se convierte en un llamado dirigido a cada cristiano, para que nadie postergue su compromiso con la evangelización, pues si uno de verdad ha hecho una experiencia del amor de Dios que lo salva, no necesita mucho tiempo de preparación para salir a anunciarlo, no puede esperar que le den muchos cursos o largas instrucciones. Todo cristiano es misionero en la medida en que se ha encontrado con el amor de Dios en Cristo Jesús; ya no decimos que somos ‘discípulos’ y ‘misioneros,’ sino que somos siempre ‘discípulos misioneros.’ Si no nos convencemos, miremos a los primeros discípulos, quienes inmediatamente después de conocer la mirada de Jesús, salían a proclamarlo gozosos: ‘¡Hemos encontrado al Mesías!’ (Jn 1:41).”

El Santo Padre prosigue: “La samaritana, apenas salió de su diálogo con Jesús, se convirtió en misionera, y muchos samaritanos creyeron en Jesús “por la palabra de la mujer” (Jn 4:39). También san Pablo, a partir de su encuentro con Jesucristo, “enseguida se puso a predicar que Jesús era el Hijo de Dios” (Hch 9:20). ¿A qué esperamos nosotros?” (#120).

El papa Francisco se muestra impaciente ante nuestra vacilación de aceptar el reto de ser discípulos misioneros. ¿Por qué tardamos tanto en ver lo que vio Simeón: la salvación que Dios ha preparado a la vista de todos los pueblos? ¿Y por qué no estamos deseosos de “salir” y proclamar la alegría del Evangelio a todo aquel que conozcamos?

“Todo cristiano es misionero en la medida en que se ha encontrado con el amor de Dios en Cristo Jesús.” Quizás nuestra vacilación tenga su origen en los escasos encuentros que hemos tenido con el amor de Dios, nuestra falta de cercanía con el Señor. Por supuesto, el remedio para corregir esto es la oración, recibir más frecuentemente los sacramentos y practicar la caridad (el amor y el servicio) hacia el prójimo.

No dudemos. Incentivados por la oración, los sacramentos y el amor al prójimo—todo lo cual nos revela la misericordia divina—¡seamos verdaderos discípulos misioneros! †
 

Traducido por: Daniela Guanipa

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