October 23, 2015

Alégrense en el Señor

María, corazón de la Sagrada Familia, madre de la compasión y la ternura

Archbishop Joseph W. Tobin

Conocen el dicho de Santa Teresa de Lisieux de que “la obra más preciosa del corazón de Dios es el corazón de madre?” Sin duda alguna esto es cierto, y ninguna madre refleja el corazón de Dios más perfectamente que María, la madre de Jesús.

El Corazón Inmaculado es uno de los varios títulos de María. Este título específicamente resalta la compasión y la ternura por la que conocemos especialmente a nuestra Santa Madre.

La “compasión” es la capacidad de compartir el sufrimiento de los demás. No se trata de superficialidad ni sentimentalismo, sino que es una conexión genuina con aquellos que sufren alguna forma de dolor físico, mental o emocional. El Evangelio a menudo representa a Jesús como un hombre lleno de compasión por los necesitados. Su respuesta ante el dolor de los demás era siempre compartir su sufrimiento y curar sus padecimientos.

La “ternura” es uno de los varios temas que aborda Instrumentum Laboris (el documento de trabajo) del Sínodo sobre la familia.

En mi columna de la semana pasada reflexioné acerca de la siguiente cita de la homilía de Navidad del papa Francisco en 2014: “¿Tenemos el coraje de acoger con ternura las situaciones difíciles y los problemas de quien está a nuestro lado, o bien preferimos soluciones impersonales, quizás eficaces pero sin el calor del Evangelio? ¡Cuánta necesidad de ternura tiene el mundo de hoy! Paciencia de Dios, cercanía de Dios, ternura de Dios.”

A menudo el papa Francisco habla acerca de la cercanía de Dios y con frecuencia se refiere a la Iglesia como nuestra madre. Para él no hay nada peor que la alienación, la soledad y la crueldad de una vida privada del amor de Dios. María es, en sí misma, testimonio impactante de la ternura de Dios. Ella abre su corazón a todo aquel que la busca, y siempre nos ofrece su amor y su compasión.

Una de las grandes paradojas de la fe cristiana es nuestra convicción de que el Creador de todas las cosas es una poderosa fortaleza omnisciente, omnipresente y omnipotente, y, al mismo tiempo, una suave brisa de compasión, misericordia y amor. Cuando Santa Teresa describe al corazón de madre como “la obra más preciosa del corazón de Dios” está alabando a Dios no por su fuerza y poder, sino por su ternura y su misericordia.

Desde la perspectiva de Santa Teresa, el logro más sublime de Dios es el corazón abierto y amoroso de una madre. Por supuesto, no puede haber madres sin hijos y creemos que los hijos necesitan del amor y la estabilidad que brindan las familias para su crecimiento personal y espiritual como personas humanas.

En una de sus primeras encíclicas, Familiaris Consortio, el papa San Juan Pablo II se refiere a la familia como la Iglesia doméstica (la Iglesia del hogar) que, según afirma, constituye una parte integral del “misterioso designio de Dios” para la raza humana. Cuando el propio Dios se hizo hombre—señal de su amor infinito y abundante por toda la humanidad—eligió nacer de una mujer y crecer en una familia humilde, en un poblado distante de una tierra invadida.

En esta familia, el Hijo de Dios vivió de primera mano lo que es la pobreza, la persecución y el exilio. Aprendió a ser obediente con su madre y su padre de acogida, José, y sintió la ternura y la compasión de María, su madre, así como también su constancia y devoción incluso al pie de la Cruz, durante los primeros tiempos de la Iglesia.

Con San Juan Pablo, recemos para “que la Virgen María, como es Madre de la Iglesia, sea también Madre de la ‘Iglesia doméstica,’ y, gracias a su ayuda materna, cada familia cristiana pueda llegar a ser verdaderamente una ‘pequeña Iglesia,’ en la que se refleje y reviva el misterio de la Iglesia de Cristo. Sea ella, Esclava del Señor, ejemplo de acogida humilde y generosa de la voluntad de Dios; sea ella, Madre Dolorosa a los pies de la Cruz, la que alivie los sufrimientos y enjugue las lágrimas de cuantos sufren por las dificultades de sus familias.”

Que el Inmaculado Corazón de María nos sirva siempre como modelo para participar de la ternura y la compasión de Dios. Que ella nos guíe en nuestra vida familiar y nos ayude a enfrentar con éxito los retos y las dificultades que indefectiblemente encontramos mientras procuramos dar testimonio de la importancia de la familia, el carácter sagrado del sacramento del matrimonio y su inviolabilidad.

“La obra más preciosa del corazón de Dios es el corazón de madre.” Junto con Santa Teresa de Lisieux y todos los santos, alabemos a María, la Madre de Dios y nuestra madre.

Que su intercesión fortalezca a las madres y a las familias de todo el mundo. Que su ternura y su compasión llenen nuestros corazones con el amor infinito de Dios que jamás abandona a nadie. †
 

Traducido por: Daniela Guanipa

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