January 9. 2015

Alégrense en el Señor

La paz es la obra de la justicia y emana de la caridad

Archbishop Joseph W. TobinDurante mi época de servicio en la orden religiosa, la Congregación del Santísimo Redentor (Congregación Redentorista), tuve el privilegio de viajar a más de 70 países ubicados en diversas partes del mundo. A pesar de las numerosas diferencias que observé en los lugares donde la cultura, los idiomas, las estructuras políticas y religiosas eran muy diferentes, descubrí que el aspecto que todos tenían en común era el deseo de alcanzar la paz.

La paz es un concepto muy sencillo y universal. ¿Por qué, entonces, es tan difícil alcanzarla, tanto en nuestras vidas personales, nuestras familias, nuestras comunidades y en el mundo?

La paz es la ausencia de la violencia, pero también va mucho más allá. San Agustín la llamó “la tranquilidad del orden,” lo que ciertamente constituye un aspecto importante de la paz.

Cuando gozamos de paz, no estamos agobiados por la angustia; nuestros hogares no están repletos de estruendosas disputas y discordia; nuestras comunidades son seguras, están bien organizadas, no son amenazantes ni caóticas; y las naciones, las razas y los pueblos conviven en armonía y con respeto mutuo sin sufrir los horrores del prejuicio, la enemistad o la guerra.

Pero la verdadera paz es más que el simple buen orden o el civismo. El Concilio Vaticano Segundo (“Gaudium et Spes,” #78) enseña que la paz es la obra de la justicia y que emana de la caridad. La paz es mucho más que la ausencia de la guerra o la coexistencia de las naciones; se trata de un obsequio de Dios, la suma total de muchos obsequios divinos que nos ayudan a vivir a plenitud con corazones rebosantes de justicia y de amor.

La justicia significa otorgar a cada ser humano la reverencia y el respeto que se le debe como hijo de Dios; es la estructuración de las cuestiones humanas y de la organización de la sociedad, de conformidad con el plan de Dios.

Somos justos cuando tratamos a los demás equitativamente y cuando trabajamos unidos para proteger a los inocentes y los vulnerables contra la violencia o el mal. Somos justos cuando todas las personas, ricos y pobres, fuertes y débiles, viven juntos en un clima de respeto mutuo y amor.

El amor es la entrega del propio ser que aprendemos en su forma más perfecta de Dios, quien es Amor y quien nos enseña a comportarnos con los demás en todo lo que decimos y hacemos. El amor auténtico no atiende a los propios intereses ni busca la gratificación personal. Es la entrega generosa de nosotros mismos en formas que nos conectan íntimamente con Dios y con los demás seres humanos, aquellos que se encuentran más cerca de nosotros (familiares, amigos y vecinos) y con aquellos que se encuentran lejos de nosotros (extraños, marginados sociales, incluso los enemigos).

La paz verdadera, aquella que perdura, ocurre cuando obramos en pos de la justicia; es el producto de la ardua labor de la civilización, la regla de derecho y el orden correcto de las estructuras sociales. La paz requiere equidad, respeto por la dignidad humana y negarse a aprovecharse de las debilidades de los demás. Hace aproximadamente 42 años, el papa Pablo VI señaló vehementemente que si deseamos la paz, debemos trabajar en pos de la justicia, aquí y en el resto del mundo.

La paz duradera, aquella que es más que un cese el fuego temporal o un receso periódico entre actividades hostiles, es el efecto de la caridad. La paz verdadera no existe sin el perdón y sin la disposición de sacrificar nuestros propios intereses, tanto individuales como colectivos, por el bien de una genuina armonía. Si deseamos la paz, debemos abandonar nuestro deseo de venganza y debemos estar dispuestos a que las viejas heridas sanen mediante la gracia salvadora del amor de Dios.

La paz es una opción para nosotros porque Cristo nos ha reconciliado con Dios y con nosotros mismos mediante la sangre que derramó en la cruz. Nos han perdonado para que nosotros podamos perdonar a los demás; nos han mostrado misericordia para que podamos renunciar a nuestro deseo de venganza contra aquellos que nos han hecho daño y entregarlo a una forma de justicia más elevada que está compuesta de amor.

La paz sobreviene cuando abandonamos nuestros resquemores y aceptamos a Dios. Cuando llegue ese día, las naciones se unirán en un orden mundial que respeta los derechos humanos fundamentales y la auténtica diversidad cultural de naciones y pueblos. Los vecinos se ayudarán y se respetarán mutuamente; las familias vivirán juntas y con alegría; y cada hombre y mujer sobre la faz de la tierra estará en calma, sin preocupaciones y en paz.

Cuando llegue ese día, Cristo vendrá nuevamente y su paz reinará en toda la creación.

Mientras tanto, a medida que comenzamos este nuevo año, continuemos con nuestra búsqueda de la paz renovando nuestro compromiso para trabajar en pos de la justicia y de amar a Dios y a nuestro prójimo de forma desinteresada, tal como Cristo nos ama.

Que la paz de Cristo esté con ustedes en 2015 y siempre. Que mediante la intercesión de la Santa Virgen María, la Reina de la Paz, encuentren felicidad y alegría en la obra en favor de la justicia y al compartir los dones de Dios con los demás en nombre de Jesús.

¡La paz esté con ustedes! †
 

Traducido por: Daniela Guanipa

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