September 19, 2014

Alégrense en el Señor

Nada es más importante o natural que la familia

Archbishop Joseph W. TobinLa semana pasada ofrecí algunas reflexiones sobre la perspectiva bíblica del matrimonio. Las Escrituras nos enseñan que Dios creó al hombre y a la mujer como seres y compañeros iguales. Juntos forman “una sola carne” y están llamados a sacar adelante la obra de Dios, en calidad de: 1) “procreadores” que, por la gracia de Dios, traen al mundo vidas nuevas; y 2) “administradores” que se desempeñan como guardianes protectores y respetuosos de toda la creación.

En los evangelios Jesús afirma el carácter del matrimonio como un vínculo inquebrantable y al mismo tiempo ofrece perdón y esperanza a aquellos que han pecado contra este. San Pablo insiste en que el matrimonio cristiano es una imagen del amor de Cristo por su Iglesia y reconoce los desafíos que enfrentan los esposos, las esposas y los hijos a medida que luchan para vivir según el plan de Dios para ellos, a pesar de los esfuerzos constantes del inicuo para frustrar su determinación.

La Biblia nos revela estos aspectos como el plan de Dios para la familia pero, según las enseñanzas de San Pablo, este “plan” también está grabado en el corazón humano (Rom 1:19–21; 2:14–15). Esto significa que usted no tiene que conocer las sagradas escrituras ni las enseñanzas de la Iglesia para poder identificar los principios más básicos del matrimonio y de la vida familiar. Esto es lo que yo denomino “las leyes del corazón” que resultan (o deberían resultar) evidentes tras una reflexión seria sobre la “naturaleza” del matrimonio y de la vida familiar entre los seres humanos.

La primera ley del corazón es la dignidad fundamental de cada persona humana que resalta el hecho de que el matrimonio es (o debería ser) una sociedad entre iguales. Las funciones y las responsabilidades entre esposo y esposa quizás sean diferentes pero ambos son idénticos en términos de dignidad. Un hombre no “posee” a su esposa y ella no lo controla (o domina) a él. El éxito del matrimonio y del bien de la familia depende de la capacidad de la pareja para crear una genuina sociedad en la que exista el respeto y el apoyo mutuo, en las buenas y en las malas.

La segunda ley del corazón es que en el matrimonio existe una interconexión entre amor, sexualidad y fertilidad. Todos sabemos que existen casos en los que falta uno o más de estos elementos esenciales, aunque no por culpa de la pareja. Y a lo largo de la historia humana ha habido muchas ocasiones (inclusive en el presente) en las que uno de estos elementos ha sido ignorado o se ha excluido adrede (por ejemplo, en el caso de los matrimonios arreglados o de las uniones del mismo sexo). Sin embargo, una reflexión a conciencia demuestra que los matrimonios que combinan el afecto auténtico con la intimidad sexual y la disposición a recibir nuevas vidas son los más “naturales” en el sentido de que se acercan más al verdadero significado de la existencia humana.

La tercera ley del corazón es que el matrimonio debe ser permanente. Tanto para la unidad familiar como para que exista una sociedad sana es necesario que haya estabilidad en el matrimonio. Nadie sale beneficiado—ni la pareja, ni sus hijos, ni la misma sociedad—cuando un matrimonio puede disolverse al antojo de los integrantes de la pareja.

En la época actual abundan los ejemplos de graves rupturas matrimoniales (y la consecuente ruptura de las familias). Los compromisos permanentes no gozan de mucha popularidad hoy en día ni son los más sencillos, pero son indispensables para el mantenimiento de la unidad familiar y del orden social.

Estos son apenas tres ejemplos de las leyes “naturales” que Dios ha grabado en el corazón humano. Los cristianos creemos que estas “leyes del corazón” innatas se correlacionan con un orden objetivo que rige sobre toda la naturaleza. Llamamos a este orden objetivo “las leyes naturales.”

Sin embargo, en nuestra sociedad cada vez más laica se otorga una gran preferencia a una interpretación mucho más subjetiva de la forma de expresión de la libertad humana. Hoy en día para muchos lo “natural” solo lo determina la persona o la sociedad. Esto parece ser lo que dicta la última palabra en lo que respecta a opciones éticas, no Dios ni la Iglesia y ni siquiera el concepto tradicional de un orden moral objetivo (la ley natural).

El papa Francisco nos ha pedido que “oremos intensamente al Espíritu Santo para que nos guíe, nos fortalezca y nos dé esperanza” a medida que la Iglesia trata de encontrar formas para proteger a la familia contra las numerosas fuerzas que obran contra ella. Como cristianos, nos unimos a toda la gente de bien para proclamar que nada es más importante ni natural que la existencia de familias sanas y productivas.

Recientemente nos enteramos de que nuestro Santo Padre, el papa Francisco, asistirá a la Reunión Mundial de las Familias en Filadelfia, en octubre de 2015. Nos llenará de alegría darle la bienvenida a Estados Unidos a tiempo que su visita resalta el compromiso de nuestra Iglesia con el matrimonio y la vida familiar. ¡Respondamos todos a su solicitud de rezar intensamente al Espíritu Santo por todas las familias aquí en el centro y el sur de Indiana y en todo el mundo! †

Traducido por: Daniela Guanipa

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