April 1, 2011

Buscando la Cara del Señor

Concentre su oración cuaresmal en el sufrimiento de Cristo

Esta temporada santa nos proporciona diversos recordatorios de que si deseamos seguir a Jesús de cerca, necesitamos velar por los enfermos y aquellos que sufren entre nosotros

Nuestro Santo Padre, el papa Benedicto XVI se remite al papel que desempeñó Simón de Cirene, a quien se le encomendó la tarea de ayudar a Jesús a cargar la Cruz de camino al Gólgota.

Hace dos años, mientras visitaba Camerún, el Papa dijo: “Este hombre, aunque involuntariamente, ha ayudado al Hombre de dolores, abandonado por todos y entregado a una violencia ciega. ... Fue ‘reclutado’ para ayudar (cf. Mc 15:21); se vio obligado, forzado a hacerlo.

“Es difícil aceptar llevar la cruz de otro. Sólo después de la resurrección pudo entender lo que había hecho. Así sucede con cada uno de nosotros, hermanos y hermanas: en la cúspide de la desesperación, de la rebelión, Cristo nos propone su presencia amorosa, aunque cueste entender que Él está a nuestro lado. Sólo la victoria final del Señor nos revelará el sentido definitivo de nuestras pruebas” (Camerún, 19 de marzo de 2009).

El difunto Papa Juan Pablo II nos recuerda que “En su actividad mesiánica en medio de Israel, Cristo se acercó incesantemente al mundo del sufrimiento humano. ‘Pasó haciendo bien’ (Hechos 10:38) y este obrar suyo se dirigía, ante todo, a los enfermos y a quienes esperaban ayuda.

“Curaba los enfermos, consolaba a los afligidos, alimentaba a los hambrientos, liberaba a los hombres de la sordera, de la ceguera, de la lepra, del demonio y de diversas disminuciones físicas; tres veces devolvió la vida a los muertos. Era sensible a todo sufrimiento humano, tanto al del cuerpo como al del alma. Al mismo tiempo instruía, poniendo en el centro de su enseñanza las ocho bienaventuranzas, que son dirigidas a los hombres probados por diversos sufrimientos en su vida temporal” (Carta Apostólica, Salvifici Doloris, 16, 11 de feb., 1984).

La enfermedad y el sufrimiento que en ocasiones llevamos unidos al Señor “completa” junto con su sufrimiento lo que falta a las aflicciones de Cristo (cf. Col 1:24).

En su Carta Apostólica el Papa Juan Pablo II escribió: “El sufrimiento de Cristo ha creado el bien de la redención del mundo. Este bien es en sí mismo inagotable e infinito. Ningún hombre puede añadirle nada. Pero, a la vez, en el misterio de la Iglesia como cuerpo suyo, Cristo en cierto sentido ha abierto el propio sufrimiento redentor a todo sufrimiento del hombre” (loc. cit. 24).

En el mismo discurso en Camerún, hace dos años, el Papa Benedicto dijo: “Miremos a Aquel que desea nuestro bien y sabe enjugar las lágrimas de nuestros ojos; aprendamos a abandonarnos en sus brazos como un niño pequeño en los brazos de su madre. [...] Cada uno que sufre, ayuda a Cristo a llevar su Cruz y asciende con Él al Gólgota para resucitar un día con Él.

“Al ver la infamia que se le hace a Jesús, contemplando su rostro en la Cruz y reconociendo la atrocidad de su dolor, podemos vislumbrar, por la fe, el rostro radiante del Resucitado que nos dice que el sufrimiento y la enfermedad no tendrán la última palabra en nuestra vida humana” (loc. cit.).

Antes del Miércoles de Ceniza los exhorté para que, durante esta temporada santa, dedicaran tiempo a la quietud, a encontrar un momento a solas para la reflexión y la oración. Esta semana los conmino a que lo hagan con la intención especial de concentrar nuestras oraciones en el sufrimiento de Cristo.

Padeció un “dolor atroz” obedeciendo la voluntad del Padre, y lo hizo porque comparte el amor del Padre por nosotros. Su amor fue y es verdaderamente penitencial. Y nos invita a unir las enfermedades y las aflicciones que tengamos a las suyas.

Nos llama a darnos cuenta, a través de nuestras experiencias humanas de dolor y pérdida, que él se encuentra con nosotros y, tal como nos lo recuerda el Papa Benedicto, que sabe enjugar las lágrimas de nuestros ojos.

A menudo, al llevar nuestras cargas y sufrimientos a cuestas, no podemos sencillamente hacerlos desaparecer y no podemos comprender aún por qué nos suceden cosas malas; significa mucho saber que Cristo está de nuestro lado y nos ofrece una mano que brinda consuelo y nos sosiega.

Con frecuencia recuerdo a mamá junto a mi cama cuando estaba hospitalizado por una operación de la rodilla. Me daba trocitos de hielo refrescantes para calmar mi sed. Su presencia era consoladora.

Algo así es acudir a Cristo, que se encuentra a nuestro lado. Que las semanas que quedan de la Cuaresma nos brinden la oportunidad de profundizar nuestra fe en el consuelo de Jesús. †

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