February 12, 2010

Buscando la Cara del Señor

Haga que su oraciones más personales formen parte de su ejercicio cuaresmal

Este domingo es la última vez que nuestras comunidades parroquiales cantarán el Aleluya hasta la solemne Vigilia Pascual. El Miércoles de Ceniza se acerca con velocidad vertiginosa.

Algunas personas temen la Cuaresma porque la consideran una época de desolación y sacrificio doloroso.

En realidad la Cuaresma funge como una temporada de renovación de fe y esperanza que sirve como base para alcanzar un sentido más profundo de alegría y paz interior. Se trata de una posibilidad certera ya que Jesús se encuentra con nosotros en una expresión innegable del amor de Dios. Y el amor de Dios no es tan solo una teoría genérica, sino una verdadera realidad individual y personal.

Han ocurrido y siguen ocurriendo numerosas tragedias y situaciones preocupantes en nuestra experiencia humana común. ¿Quién no se ha sentido profundamente conmovido por el desastroso terremoto y la devastación que sufre el pueblo de Haití? Muchos de nosotros nos hemos estremecido con los incesantes efectos de la reciente crisis económica. Todavía existe mucha ansiedad en relación al impacto que ha ejercido la depresión económica en el entorno que nos rodea.

Quizás la proximidad de la Cuaresma nos recuerda la presencia del pecado en nuestras vidas con más vehemencia que en otras épocas del año. El remordimiento que nos produce el sentimiento de culpa debido al pecado puede ser un motivo de angustia y desasosiego. ¿Acaso alguna vez podré ser más santo? La falta de lealtad para con nuestras creencias puede turbarnos el espíritu.

Todos o algunos de estos factores negativos pueden ser reales para nosotros, pero no deben ser motivo para temer la proximidad de la Cuaresma. En efecto, estamos a punto de entrar en una temporada de gracia especial.

La Cuaresma bien podría ser una época de oportunidades en la cual podemos cultivar nuestra confianza en que Dios está a cargo y en que Él, por naturaleza, es omnisciente; Él conoce muy bien las preocupaciones y las inquietudes que forman parte de nuestras vidas cotidianas en este año 2010.

La gracia especial de la Cuaresma puede estimular la renovación de nuestra creencia de que Dios no solamente conoce nuestros sufrimientos y dolores, sino que, de hecho, nos acompaña en ellos. La gracia especial de los 40 días de la Cuaresma puede reforzar la esperanza que nace de la renovación de nuestra visión sobre el verdadero significado de la vida: un sendero hacia el reino donde cada lágrima será enjugada.

La gracia de esta temporada de renovación nos brinda la oportunidad para ser honestos respecto a nuestro llamado a amar a nuestras familias y al prójimo en nuestros hogares, trabajos, escuelas, o bien en las comunidades en las que vivimos. La experiencia que transmiten los renovados esfuerzos por realizar obras de caridad puede abrir nuevos horizontes de auténtica libertad y sentido de bienestar.

Tal vez nos inclinemos a pensar ¿cómo encaja aquí el llamado de la Iglesia al arrepentimiento y a la penitencia en medio de todas estas oportunidades para la renovación durante la Cuaresma? ¿Cómo pueden el ayuno, la limosna y la esporádica abstinencia de carne fomentar dicha renovación?

Esta pregunta puede responderse de diversas formas. Desde un punto de vista espiritual, la Iglesia nos invita a compartir la experiencia de Jesús, quien sufrió tremendamente e incluso murió por nosotros. Las privaciones y los actos de penitencia propician cierta solidaridad con Jesús. Dichos actos de penitencia también promueven la solidaridad con los que sufren, los pobres y los desamparados que se encuentran bastante cerca de nosotros.

Desde una perspectiva personal, los sacrificios individuales pueden producir el efecto positivo de hacernos caer en cuenta de que el mundo no gira alrededor de nosotros ni de nuestros deseos. El sacrificio personal puede ampliar nuestro sentido de solidaridad con nuestra familia humana de una forma más extensa.

Los actos de generosidad promueven en nosotros una experiencia palpable de que hay que dar para recibir. Dar limosnas generosas es una forma de hacer lo que nos corresponde para compartir la responsabilidad de ayudar a aquellos quienes, por el motivo que sea, son menos afortunados que nosotros.

Las personas que han respondido de manera generosa ante la devastación del pobre pueblo de Haití saben a lo que me refiero. Por cierto, entregar donaciones para continuar ayudando a Haití puede ser un ejercicio cuaresmal importante.

El estimulante más efectivo para la renovación espiritual en la temporada de Cuaresma que se avecina, es la renovación de la práctica de la oración. La Iglesia nos pide un renovado fervor. Los ejercicios tales como asistir a la Misa diaria, rezar los misterios dolorosos del Rosario y el Vía Crucis son formas bastante certeras para intensificar nuestra comprensión de lo que Jesús hizo para nuestra redención, y valorarlo. Fue y es una persona real quien, en su forma humana, sufrió una muerte horrible y vergonzosa por cada uno de nosotros.

La oración nos acerca a él, como una forma de darle las gracias. Él murió por cada uno de nosotros. Ciertamente nuestro agradecimiento debe ser personal. †

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