January 29, 2010

Buscando la Cara del Señor

Las escuelas católicas transmiten la rica herencia de nuestros antepasados

Esta semana tenemos buenos motivos para festejar con nuestras escuelas católicas.

Al tiempo que celebramos, cabe destacar que desde los albores de nuestro país las escuelas católicas parroquiales y los sistemas de escuela secundaria han sido un sello distintivo de la Iglesia católica de Estados Unidos.

En la fundación de nuestro “sistema” escolar católico tuvo gran influencia el hecho de que éramos una iglesia de inmigrantes. También tuvo que ver con la preservación de nuestra fe y cultura católica en medio de una cultura nacional predominantemente protestante.

En aquel entonces las circunstancias en las que se encontraban nuestros antepasados no eran acogedoras. Con el fin de poder transmitir la fe católica a las generaciones posteriores, decidieron que era necesario contar con escuelas propias en las cuales sus hijos pudieran aprender acerca de la fe y la tradición católica.

Los vestigios de ese aspecto de nuestra herencia católica marcaron mis primeros años en la escuela elemental. Estoy bastante seguro de ésta ha sido una de las fuentes importantes que han tenido incidencia sobre mi firme convicción con respecto a nuestras escuelas católicas.

En el condado de Dubois, durante mi primera infancia, todavía existían escuelas de un solo salón hasta octavo grado. Las llamábamos “casas escuela.”

De hecho, en las afueras de Jasper había una Escuela Buechlein, cerca de la granja de mi abuelo Buechlein. A aproximadamente una milla de mi hogar de infancia había una Escuela Boeckelman. Los nombres de las escuelas hablan de su origen de inmigrantes alemanes.

El hermano de mamá, el tío Adam, enseñaba en la Escuela Boeckelman y yo pasé allí los primeros dos años de la primaria. En cierto modo, era como la escolarización en el hogar. La mayoría de nosotros, aproximadamente 25, éramos primos y todos católicos.

Una vieja chimenea de hierro con carbón servía para calentar el salón. Había un “podio de declamación” en la parte de adelante del salón en el cual, grado por grado, recibíamos y declamábamos la lección del día, mientras que los demás grados trabajaban en sus pupitres o practicaban la escritura en la pizarra.

Los sábados en la mañana íbamos a la escuela St. Joseph en Jasper para que las Hermanas de la Providencia nos impartieran educación religiosa. En esos sábados en la mañana me preparé para la Primera Comunión y para el sacramento de la Confirmación.

Nuestra familia se dirigía regularmente a St. Joe para la confesión mensual los sábados en la tarde. Era allí donde el pastor, monseñor Leonard Wernsing, animaba a mis padres en repetidas ocasiones para que nos transfirieran a mi hermano y a mí a la escuela St. Joseph. Yo estaba en tercer grado y Charlie en el séptimo. Y fue entonces cuando nuestra educación pasó a estar mucho más influenciada y dirigida por las Hermanas de la Providencia.

La escuela St. Joseph de Jasper fue la primera que fundó Santa Theodora Guérin; he aquí otra conexión con inmigrantes. Durante aquella etapa de mi educación elemental, había alrededor de 20 Hermanas de la Providencia enseñando en St. Joe. Resulta interesante que por aquel entonces, era también una escuela pública.

Además de recibir una excelente formación académica, también sentamos bases sólidas para nuestra fe, tradición y cultura católica. Asimismo, me gustaría agregar que mi vocación al sacerdocio tiene sus raíces en el ambiente de St. Joe, además de en el hogar, por supuesto.

Mi generación de católicos pudo experimentar de muchas formas algo de esa conexión de inmigrantes en la educación elemental. Al mirar hacia atrás valoro esa conexión histórica.

En nuestros días no resulta fácil reconocer el contexto migratorio que dio paso a un sistema educativo católico verdaderamente sobresaliente. Existen muchos acontecimientos que han ocasionado la pérdida de esa conexión, siendo los más importantes el paso del tiempo y los cambios que ha sufrido nuestra cultura nacional. También lamentamos haber perdido la influencia de los hermanos y hermanas religiosos como maestros.

Tenemos una enorme deuda de gratitud con aquellos religiosos que brindaron a muchos de nosotros una excelente educación y formación religiosa. Desempeñaron un papel trascendental en el desarrollo histórico de la Iglesia católica de Estados Unidos.

Del mismo modo, resulta oportuno expresar nuestro agradecimiento a todos los hombres y mujeres laicos que han asumido la importante labor de maestros y administradores de nuestras escuelas católicas. Están realizando un excelente trabajo, especialmente a la luz de los retos que presenta nuestra cultura secular.

Por experiencia personal valoro enormemente la importancia que tienen. Ya mencioné antes que mi tío Adam era un maestro laico. Mi mamá fue la primera maestra laica en mi parroquia Holy Family en Jasper, a finales de 1950.

Una tía también ocupó el lugar de las maestras religiosas en el Condado Dubois.

La cultura de nuestro país no acoge de buena gana algunos de los valores y enseñanzas importantes de nuestra fe y tradición católica. Por lo tanto, nuestras escuelas católicas continúan siendo cruciales para transmitir la rica herencia que recibimos de nuestros antepasados en la fe.

Rezamos con agradecimiento por nuestros antepasados y todos aquellos que han contribuido al florecimiento de la magnifica tradición de nuestras escuelas católicas. †

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