August 14, 2009

Buscando la Cara del Señor

Nuestra fe hace posible la fe auténtica

Somos un pueblo de fe. Creemos en que la resurrección de Jesucristo ha conquistado el pecado y ha vencido la muerte.

Por consiguiente, tenemos fe. Nuestra fe hace posible la fe auténtica. ¿Cuál es la relación entre estas dos virtudes teológicas, fe y esperanza?

En su carta encíclica Spe Salvi (“Salvados por la esperanza”), el papa Benedicto XVI comenta acerca de las enseñanzas de la Iglesia sobre la fe y la esperanza, expresadas por primera vez en la Carta a los Hebreos. “[L]a fe es la garantía de lo que se espera, la certeza de lo que no se ve.” (Heb 11:1)

El Santo Padre explica que la palabra griega “hypostasis”, que se traduce como “sustancia”, significa que el don de la fe cristiana contiene en sí mismo el germen (o sustancia) de aquello que todos esperan: “el todo, la vida verdadera” (Spe Salvi, No. 7).

Esperamos una vida genuina y abundante, la comunión con Dios, fe y armonía con los demás seres humanos. Los cristianos creen que aquello que se espera se encuentra ya dentro de nosotros, al menos de forma incipiente, gracias a la fe recibida al momento del Bautismo.

¿Qué importancia tiene esto en la práctica? Nos brinda la seguridad o la prueba de que aquello que esperamos realmente existe, que las verdades básicas de nuestra fe no son simplemente vanas ilusiones

. Tienen sustancia. Existen verdaderamente en el presente aunque su pleno potencial aún no haya llegado a hacerse realidad.

Por ejemplo, la paz en la Tierra es algo que esperamos pero que todavía no se ha logrado. Nuestra fe nos dice que Dios creó pueblos de diversas razas, idiomas y culturas a su propia imagen, para que se unieran a Él y entre ellos, ahora y en el mundo futuro.

La fe nos brinda la seguridad, la certeza, de que aquello que esperamos pero que no vemos, la paz, se hará realidad de una vez por todas en el reino de Dios.

Creemos que el reino de Dios ya se encuentra presente en forma incipiente en la Iglesia y, gracias a nuestra fe, podemos estar seguros de que la paz que esperamos se transformará en realidad en la plenitud del tiempo.

Es por ello que el papa Benedicto nos dice que “[l]a fe no es solamente un tender de la persona hacia lo que ha de venir, y que está todavía totalmente ausente”. La fe es concreta y práctica. Nos da ya ahora algo de la realidad esperada, y esta realidad presente constituye para nosotros una « prueba » de lo que aún no se ve.” (Spe Salvi, No. 7).

Para continuar con nuestro ejemplo, la fe nos ofrece una parte de la paz que esperamos. En la medida en que poseemos una fe genuina, estamos en paz; y conforme madura nuestra fe y se torna parte de nosotros, nuestra vivencia de la paz de Cristo crece junto con ella.

Esto se pone de manifiesto en las vidas de hombres y mujeres santos a lo largo de más de 2000 años de historia cristiana, comenzando con María y José, y abarca a los Apóstoles, mártires y santos de todas las épocas hasta nuestros días, incluyendo a Santa Theodora Guérin y al Siervo de Dios, el obispo Simón Bruté.

Estos hombres y mujeres fieles enfrentaron muchos obstáculos, interna y externamente, y con frecuencia experimentaban un descontento inquietante, fundamentado en su celo por la misión de la Iglesia. Pero al final, hallaron la paz de Cristo a resultas de esa fe que habían cultivado y desarrollado a través de la oración y del testimonio del Evangelio.

La fe nos brinda aquello que esperamos. Tal y como nos enseña el Santo Padre: “[la fe] atrae al futuro dentro del presente, de modo que el futuro ya no es el puro « todavía-no ». El hecho de que este futuro exista cambia el presente; el presente está marcado por la realidad futura, y así las realidades futuras repercuten en las presentes y las presentes en las futuras.” (Spe Salvi, No. 7)

El comentario acerca de la paz también es aplicable a la verdad, la libertad, la justicia y el amor. Todo aquello que esperamos y que creemos que experimentaremos en el gozo del cielo ha sido implantado ya en nuestros corazones durante el Bautismo. Depende de nosotros cultivar esos preciosos dones con la ayuda de la gracia de Dios, o ignorarlos a través del egoísmo y el pecado.

“La fe otorga a la vida una base nueva”, nos enseña el papa Benedicto, “un nuevo fundamento sobre el que el hombre puede apoyarse” (Spe Salvi, No. 8). Cuando nos erigimos sobre este sólido fundamento de fe, tenemos fe en Cristo. Cristo es nuestra fe.

Debido a que somos un pueblo pecador, siempre existe la posibilidad de perder la esperanza y evitar las responsabilidades que nos han sido entregadas como pueblo de fe.

Y por tanto, rezamos por el valor y la certeza de la esperanza, para confiar en que aquellas cosas que esperamos en la vida realmente se encuentran presentes en nuestra vida cotidiana, mediante la gracia de Dios. †

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