May 8, 2009

Buscando la Cara del Señor

Vivamos nuestra fe con valor al igual que Santa Theodora y el Obispo Bruté

Después de la magnífica celebración del aniversario número 175 de la fundación de la Iglesia Católica en Indiana el domingo pasado, nuestros pensamientos se vuelven hacia el futuro.

Cuando pienso acerca de los retos que enfrentamos para continuar con la misión de Cristo en nuestra Iglesia Local, a menudo recuerdo a nuestros santos fundadores. Me parecen la personificación de la enseñanza misionera de Jesús.

Uno de los tantos rasgos impactantes de la vida de la Madre Theodora Guérin es el valor de su fe.

Arriesgó su vida por aquello en lo que creía. No tenía por qué poner en peligro su vida cruzando el tempestuoso Océano Atlántico varias veces, en barcos que eran escasamente aptos para la navegación marina. Admitió que todo el tiempo que pasaba en el barco estaba aterrada.

Ni tampoco tenía por qué establecer su comunidad en los bosques primitivos del occidente de Indiana en aquella época. No contaba con el dinero ni con las maestras necesarias para fundar escuelas para los pobres y sin embargo empezó a trabajar en pos de ello con la fuerza de la convicción y la oración. En verdad encarnaba la beatitud: benditos sean ustedes los pobres, los que lloran y los que tienen hambre.

La Madre Theodora arriesgó mucho. Pese a su mal estado de salud, compensaba sus carencias con su ardua labor y sus oraciones. Nosotros al igual que muchos otros, somos los beneficiarios de su fe y sus acciones valerosas.

Napoleón había ofrecido al Siervo de Dios, el Obispo Simón Bruté, el cargo de médico de la corte imperial francesa el cual descartó. Posteriormente, como nuevo sacerdote, Napoleón le ofreció el cargo de capellán de la corte.

En lugar de ello, Bruté eligió convertirse en misionero en el nuevo mundo. Pudo haber tenido una vida de comodidades materiales, pero escogió la rigurosa vida misionera, en medio de las circunstancias más difíciles. Él también ejemplifica la beatitud: benditos sean ustedes los pobres.

También lo hizo en mal estado de salud. Es probable que ya hubiera padecido de tuberculosis cuando navegó por el Río Ohio para asumir su misión como obispo de la nueva Diócesis de Vincennes.

Bajo su guía, la Iglesia Católica en Indiana echó raíces. No había querido convertirse en obispo. Sin embargo, nosotros y muchos otros, somos los beneficiarios de su fe valiente y su humilde obediencia.

Resulta importante que todos aceptemos nuestras respectivas funciones para contribuir al liderazgo en nuestras comunidades de fe y que reflexionemos sobre el hecho de que la gran mayoría de los católicos disfrutamos de la posibilidad de rendir culto y tenemos a nuestra disposición los sacramentos, la educación religiosa y otros aspectos de la vida parroquial, en instalaciones que no construimos nosotros y por las cuales no pagamos.

Aunque en el presente pertenezcamos a una parroquia nueva o en expansión y hayamos contribuido a la campaña Legado de nuestra Misión: por nuestros niños (Legacy for Our Mission: For Our Children), y en la campaña del Futuro, probablemente crecimos en una parroquia cuyas instalaciones y servicios fueron heredados de generaciones anteriores

Disfrutamos del producto de la sangre, el sudor, las lágrimas y el dinero de las generaciones anteriores y tenemos la responsabilidad de entregar a las generaciones futuras el fruto de nuestra propia generosidad. Al hacerlo, reconocemos que todo proviene de la mano de Dios y le pertenece a Él.

Santa Theodora Guérin y el Obispo Simón Bruté arriesgaron sus vidas para que la misión de la Iglesia de Cristo pudiera echar raíces y eventualmente florecer en nuestra arquidiócesis. Nuestros valientes pioneros de fe sabían muy bien que la Iglesia y su misión habitan en el mundo real. Nosotros no podemos quedarnos atrás.

Las circunstancias de nuestros tiempos hacen que los ministerios sean difíciles de mantener, fomentar y desarrollar con la fe y la visión de nuestros santos fundadores.

Contamos con muchas ventajas y bendiciones que ellos nunca tuvieron ni pudieron siquiera concebir. Pero estos adelantos han venido acompañados de formas contemporáneas de pobreza. Nos viene bien rezarles a nuestros patronos fundadores pidiéndoles ayuda para ser tan valientes en la fe como ellos lo fueron, y para trabajar arduamente en pro de nuestros niños y las generaciones venideras.

Si realmente ponemos nuestra confianza en Cristo, nuestra esperanza, podemos ser los fieles que proclaman el Evangelio de Cristo en nuestra época y en el futuro. Podemos ofrecer especialmente la compasión de Cristo e invitar a otros a que experimenten la caridad auténtica en nuestras comunidades de fe.

Tenemos un patrón que podemos seguir para ir en pos de la parte que nos corresponde en la misión de nuestra Iglesia Local. Sugiero que procuremos la orientación de nuestros fundadores.

Santa Theodora y el Obispo Bruté jamás se imaginaron que las semillas de fe que plantaron echarían raíces y prosperarían con los años. Sospecho que no pensaban en esos términos.

Proclamaban su fe, vivían con esperanza en Cristo y llegaron a nosotros de la mejor forma que podían hacerlo: a través de la caridad para con los necesitados, y dejando a la Divina Providencia el fruto de su ministerio.

Nosotros podemos hacerlo también. †

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