February 6, 2009

Buscando la Cara del Señor

Acojamos con amor la verdad sobre el matrimonio y la vida familiar

Tengo un libro que contiene los discursos ofrecidos por el Papa Benedicto XVI durante su visita a Estados Unidos el pasado abril.

He disfrutado la lectura y las reflexiones sobre las más de 20 homilías y discursos que el Santo Padre pronunció, especialmente porque no pude estar presente debido a los tratamientos de quimioterapia.

Entre otros temas, el Santo Padre platicó a los obispos acerca del matrimonio y la vida familiar. Habló en términos halagadores sobre la fe y la caridad de nuestros laicos.

Asimismo, expresó su preocupación por la situación de la vida familiar. Formuló la siguiente pregunta: “¿Cómo no vamos a sentirnos desanimados al observar el claro deterioro de la familia como elemento fundamental de la Iglesia y la sociedad?”

Seguidamente, procedió a resumir en términos pungentes las condiciones perturbadoras que evidencia nuestra cultura. Le cito en detalle.

Expresó: “El divorcio y la infidelidad han aumentado, y muchos hombres y mujeres jóvenes están optando por posponer el matrimonio o renunciar a él por completo. Para algunos jóvenes católicos la unión sacramental del matrimonio parece ser escasamente distinta a una unión civil o incluso, a un arreglo puramente informal y abierto de vivir con otra persona.

“Por consiguiente, hemos experimentado una disminución alarmante en el número de matrimonios católicos en Estados Unidos, junto con un aumento en la cohabitación, en la cual el elemento de la autoentrega de los esposos a semejanza de Cristo, sellada por la promesa pública de sobrellevar las exigencias de un compromiso indisoluble y para toda la vida, se encuentra simplemente ausente.

“En tales circunstancias, se niega a los hijos el ambiente seguro que necesitan para poder florecer verdaderamente como seres humanos y se niega a la sociedad los cimientos que requiere si se procura mantener la cohesión y la orientación moral de la comunidad.”

Nos recordó a los obispos que, en palabras del Papa Juan Pablo II: “Debemos dedicar nuestros intereses personales, atención, tiempo, personal y recursos al cuidado pastoral de la familia.”

El Papa Benedicto prosiguió: “Es su deber proclamar enérgicamente los argumentos de la fe y la razón en favor de la institución del matrimonio, entendido como un compromiso para toda la vida entre un hombre y una mujer, dispuestos a ser instrumentos para transmitir la vida. Este mensaje debería resonar entre la gente de hoy en día, ya que es esencialmente un ‘sí’ a la vida, incondicional y sin reservas, un ‘sí’ al amor, y un ‘sí’ a las aspiraciones del corazón del común de nuestra humanidad que se esfuerza por satisfacer nuestro anhelo de intimidad con los demás y con el Señor.”

No tengo que decirles que nuestras creencias y nociones católicas sobre la santidad del matrimonio y la vida familiar generosa resultan contrarias a la cultura actual. Es bien sabido que la tasa de divorcios, el porcentaje de cohabitación y la disminución de los matrimonios en nuestra población católica no difieren del resto de la población de EE.UU. en general.

Esta es una fuente de frustración y decepción para nuestros sacerdotes. También sé que constituye una profunda preocupación para muchos de ustedes, padres y abuelos. Ayudar a las parejas a prepararse para el matrimonio representa con frecuencia un desafío.

Tengo la impresión que, en su mayoría, nuestros jóvenes hombres y mujeres están bastante familiarizados con las enseñanzas de la fe católica. Pero también están familiarizados con el escepticismo ampliamente difundido sobre la verdad de nuestra fe y doctrina moral. Algunos no aceptan tan fácilmente nuestras enseñanzas.

El ambiente laicista en el cual vivimos opera descarada y enérgicamente en contradicción a nuestro compromiso con la indisolubilidad del matrimonio y la disposición generosa a transmitir la vida. Nuestra cultura materialista e individualista no apoya un “sí” a la vida sin reservas, un “sí” al amor y un “sí” a las aspiraciones del corazón humano.

Los “ídolos” culturales de nuestra sociedad viven como si realmente no entendieran qué implica el amor auténtico. Ciertamente no representan modelos creíbles del significado de un compromiso. Ni tampoco la cultura ni los medios de comunicación los hacen responsables de ninguna forma pública.

Al menos superficialmente, el concepto de vivir con una consideración generosa por “el bien de la otra persona” se ha perdido entre los valores sociales populares en el campo seglar.

En mi interacción con jóvenes y jóvenes adultos, encuentro cada vez más que buscan amigos que compartan sus perspectivas, parejas y modelos que apoyen la vida, el amor y las aspiraciones del corazón humano.

Aquellos de nosotros que somos maestros, pastores, padres y mentores les debemos a nuestros jóvenes una oportunidad real para escuchar y acoger la verdad con amor, aunque se oponga a la cultura popular.

Nuestra Iglesia continuará proclamando con determinación la belleza, así como también el reto, de la autoentrega de los esposos a semejanza de Cristo, sellada por una promesa pública y bendecida por la Iglesia en el sacramento del matrimonio.

Nosotros, clero y laicos por igual, también debemos ser compañeros pastorales prestos a apoyar el compromiso indisoluble y para toda la vida de nuestros feligreses casados y alentarlos a tener una disposición generosa hacia la familia y la vida. †

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