August 22, 2008

Buscando la Cara del Señor

Cristo clavado en la cruz nos invita a abrir nuestros corazones y a confiar en el Padre

(Décimo primero de la serie)

Estabas allí cuando lo clavaron al madero?”

La décima primera estación se enmarca en el Calvario. San Agustín dijo en una ocasión: “La Cruz no fue solamente el instrumento del sufrimiento de Cristo sino también el púlpito para sus enseñanzas.”

Jesús pudo pronunciar tan sólo unas pocas palabras desde la Cruz, pero el mensaje que proclamó consumó todo lo que había dicho y hecho en el pasado.

Paralizado por los clavos de la Cruz no podía predicar y sanar como lo había hecho antes. Sin embargo, en pocas palabras su crucifixión nos dijo: “Confía en mi padre, entrégale todo a Él. Él destruirá el poder de la muerte en ti.”

El fallecido Cardenal John Wright reflexionó sobre la crucifixión en un libro titulado Words in Pain (Palabras de dolor) (Ignatius Press, 1986).

“Si el odio universal del mundo encontró su fórmula en el clamor ‘¡Crucifíquenlo, crucifíquenlo!’, la compasión de Cristo encontró una fórmula ligeramente menos breve:‘¡Padre perdónalos porque no saben lo que hacen!’

“La tradición nos cuenta que Jesús continuaba repitiendo esto durante los momentos atroces cuando lo despojaban de sus vestiduras para tenderlo sobre la Cruz y clavarlo, para posteriormente elevar su cuerpo sangrante. Se trataba de una oración dedicada especialmente por aquellos que llevaban a cabo la labor asesina de Su ejecución. … Pero nosotros también estábamos incluidos en esa oración ya que nosotros también formamos parte del repudio. En efecto, nos involucramos aun más cuando preferimos al pecado sobre Cristo.

“Este es el trágico hecho que explica por qué cada Viernes Santo cuando escalamos en espíritu la cuesta del Calvario tenemos la extraña sensación de haber estado allí antes, de haber jugado algún papel en las iniquidades que le han otorgado al Calvario su terrible y permanente poder para asediar la memoria de los hombres” (p. 54-55).

Estábamos incluidos en la oración de perdón de Cristo. En todas las épocas los predicadores de la Pasión de Cristo han reflexionado sobre el poder silente de Cristo en la Cruz. Este fue el clímax de su sacerdocio. Clavado a la cruz no podía caminar entre sus amados seguidores, no podía hacer milagros, en realidad no podía ni predicar ni enseñar.

Abandonado, sufrió en silencio. Y sin embargo, es la forma cómo nos salvó. El mensaje de Cristo era de sumisión humilde a la voluntad del Padre. La suya fue una confianza silente pero elocuente en el Padre.

La confianza no siempre resulta algo sencillo para nosotros los pecadores. El Apóstol Pedro es un ejemplo que quizás sea familiar en nuestra experiencia.

A pesar de sus buenas intenciones, negó incluso conocer a su Señor. Al hacerlo, Pedro negó el significado más profundo de su vida ya que había atendido al llamado de ser apóstol, alguien que ha de proclamar que Jesús es el Hijo del Dios Viviente. El honor de Pedro y su vocación se vinieron abajo en el momento en que Jesús más lo necesitaba.

Después de la negación de Pedro y después de que el gallo cantó, San Lucas relata que Jesús se volvió y miró a Pedro. Nunca antes había visto en el rostro del Salvador la expresión que vio plasmada allí en ese momento. Sus ojos estaban llenos de tristeza pero sin severidad. Sin duda una mirada de reproche, pero que al mismo tiempo parecía repetirle: “Simón, he orado por ti.”

Esta mirada se posó en él tan sólo un instante. Los soldados arrastraron a Jesús violentamente, pero Pedro lo miró todo el tiempo. … Y se marchó y lloró amargamente.

San Agustín comenta que la partida de Pedro fue para reconocer su propia culpa. Pedro pudo llorar amargamente porque sabía cómo amar; la amargura del sufrimiento en él abrió paso rápidamente a la dulzura del amor (cf., G. Chevrot, En Conversation with God [Conversación con Dios], Vol. II, pp. 255-256). Podemos vernos reflejados en la experiencia de Pedro que vivió en carne propia el sufrimiento del amor.

Un poema clásico de Elizabeth Cheney refleja el significado humano de Cristo en la Cruz:

Siempre que hay silencio a mi alrededor
Sea de día o de noche
Me sorprende un clamor
Proviene de la Cruz.
La primera vez que lo oí
Salí en pos de él
Y encontré a un hombre en medio de la angustia
De la crucifixión.
Y dije: ‘Te bajaré’,
Y traté de sacar los clavos de
Sus pies,
Pero me dijo: ‘Déjalos
Porque no puedo bajar
Hasta que cada hombre, cada mujer y
Cada niño
Vengan juntos a bajarme.’
Y dije: ‘Pero no puedo soportar tu clamor.
¿Qué puedo hacer?’
Y Él dijo: ‘Ve por el mundo
Y cuéntale a todo el que encuentres
Que hay un Hombre en la Cruz.’

Cristo clavado en la Cruz nos invita a abrir nuestros corazones en el sufrimiento del amor y a que nos permitamos confiar en el Padre, junto con Él. †

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