August 17, 2007

Buscando la Cara del Señor

La Eucaristía y nuestro llamado bautismal a la santidad

(Décimo cuarto de la serie)

El efecto de disfrutar del don de la Santa Eucaristía va más allá de la participación activa en la Misa dominical o cualquier otra Misa.

Un hecho importante de nuestra fe cristiana que generalmente no se le da su justo valor es el llamado bautismal a la santidad.

Todo católico por virtud de su bautismo “tiene una vocación.” Cómo cada quien vive su llamado a la santidad en la práctica es algo que requiere que reflexionemos con detenimiento.

No sólo los hombres y mujeres consagrados, no sólo los sacerdotes y diáconos “tienen una vocación.”

Basándose en la realidad de estos cimientos, el Papa Benedicto XVI escribe en la Parte III de su exhortación sobre la Eucaristía: “La Eucaristía, como misterio que se ha de vivir, se ofrece a cada persona en la condición en que se encuentra, haciendo que viva diariamente la novedad cristiana en su situación existencial (n. 79).

“Puesto que el Sacrificio eucarístico alimenta y acrecienta en nosotros lo que ya se nos ha dado en el Bautismo, por el cual todos estamos llamados a la santidad, esto debería aflorar y manifestarse también en las situaciones o estados de vida en que se encuentra cada cristiano. Este, viviendo la propia vida como vocación, se convierte día tras día en culto agradable a Dios. … Los Pastores siempre han de apoyar, educar y animar a los fieles laicos a vivir plenamente su propia vocación a la santidad en el mundo, al que Dios ha amado tanto que le ha entregado a su Hijo para que se salve por Él (cf. Jn 3:16)” (n. 79).

La espiritualidad sacerdotal es intrínsecamente eucarística de un modo especial. El Papa Benedicto afirma: “La semilla de esta espiritualidad  ya se encuentra en las palabras que el Obispo pronuncia en la liturgia de la Ordenación: ‘Recibe la ofrenda del pueblo santo para presentarla a Dios. Considera lo que realizas e imita lo que conmemoras, y conforma tu vida con el misterio de la cruz del Señor.’ El sacerdote, para dar a su vida una forma eucarística cada vez más plena, ya en el período de formación y luego en los años sucesivos, ha de dedicar tiempo a la vida espiritual. Está llamado a ser siempre un auténtico buscador de Dios, permaneciendo al mismo tiempo cercano a las preocupaciones de los hombres” (n. 80).

“Una vida espiritual intensa le permitirá entrar más profundamente en comunión con el Señor y le ayudará a dejarse ganar por el amor de Dios, siendo su testigo en todas las circunstancias, aunque sean difíciles y sombrías. Por esto, junto con los Padres del Sínodo, recomiendo a los sacerdotes ‘la celebración diaria de la santa Misa, aun cuando no hubiera participación de fieles.’ Esta recomendación está en consonancia ante todo con el valor objetivamente infinito de cada Celebración eucarística; y, además, está motivado por su singular eficacia espiritual, porque si la santa Misa se vive con atención y con fe, es formativa en el sentido más profundo de la palabra, pues promueve la configuración con Cristo y consolida al sacerdote en su vocación” (n 80).

“En el contexto de la relación entre la Eucaristía y las diversas vocaciones eclesiales resplandece de modo particular «el testimonio profético de las consagradas y de los consagrados, que encuentran en la Celebración eucarística y en la adoración la fuerza para el seguimiento radical de Cristo obediente, pobre y casto.’ … La contribución esencial que la Iglesia espera de la vida consagrada es más en el orden del ser que en el del hacer” (n. 81).

“En este contexto, quisiera subrayar la importancia del testimonio virginal precisamente en relación con el misterio de la Eucaristía. En efecto, además de la relación con el celibato sacerdotal, el Misterio eucarístico manifiesta una relación intrínseca con la virginidad consagrada, ya que es expresión de la consagración exclusiva de la Iglesia a Cristo, que ella con fidelidad radical y fecunda acoge como a su Esposo. La virginidad consagrada encuentra en la Eucaristía inspiración y alimento para su entrega total a Cristo” (n. 81).

Luego de su reflexión sobre la Eucaristía y la vocación, el Papa Benedicto reflexiona brevemente sobre la “fuerza moral” que ésta nos dispensa “para defender la auténtica libertad de los hijos de Dios.” Habla de la vinculación entre “forma eucarística de la vida y transformación moral.” El Papa Juan Pablo II afirmaba que la vida moral posee el valor de un ‘culto espiritual’ (Rm 12:1; cf. Flp 3:3) que nace y se alimenta de aquella inagotable fuente de santidad y glorificación de Dios que son los sacramentos, especialmente la Eucaristía.’ …” El Papa Benedicto cita su primera encíclica: “Una Eucaristía que no comporte un ejercicio práctico del amor es fragmentaria en sí misma” (n. 82).

El valor moral de la adoración spiritual no debe entenderse únicamente desde una perspectiva moralista. “La transformación moral que comporta el nuevo culto instituido por Cristo, es una tensión y un deseo cordial de corresponder al amor del Señor con todo el propio ser, a pesar de la conciencia de la propia fragilidad. … El impulso moral, que nace de acoger a Jesús en nuestra vida, brota de la gratitud por haber experimentado la inmerecida cercanía del Señor” (n. 82).

Nuestro deseo de responder al amor del Señor es un desafío constante para vivir nuestros respectivos llamados y vocaciones a la santidad. †

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