July 21, 2006

Seeking the Face of the Lord

Somos una Iglesia de muchos rostros
que adoramos y servimos juntos

Continúo con la serie sobre reflexiones acerca de lo que significa ser una “Iglesia particular,” la Arquidiócesis de Indianápolis.

Como Iglesia, somos muchos rostros, pero juntos adoramos y servimos.

Durante los últimos 13 años, he acumulado muchas fotografías tomadas con jóvenes y jóvenes adultos en las confirmaciones. También tengo muchas fotos tomadas con catecúmenos y candidatos que han participado en nuestros programas RCIA en todos estos años.

Tengo retratos tomados en ordenaciones, bodas y primeras comuniones. Éstas son fotografías de gente sonriente proveniente de diversos estratos sociales, distintas edades y diferentes orígenes raciales y étnicos, todos los cuales enriquecen nuestra Iglesia local.

Cuando observo mi colección de fotos, veo estos rostros como representaciones de nuestra arquidiócesis. En cada rostro, vemos el rostro de Jesús.

De hecho, la Iglesia universal es un compendio de muchos rostros, de personas de todas las razas, idiomas y estilos de vida.

El Concilio Vaticano Segundo nos recordó que todas las personas están llamadas a pertenecer al nuevo pueblo de Dios, el cuerpo de Cristo. Si bien este pueblo es uno solo y es único, está esparcido por todo el mundo y debe existir en todas las edades a fin de que el propósito de la voluntad de Dios para la comunión de la familia humana pueda llevarse a cabo.

La enseñanza del Concilio Vaticano Segundo sobre la Iglesia nos dice que entre todas las naciones de la tierra existe sólo un pueblo de Dios, un cuerpo de Cristo que abarca ciudadanos de todas las razas y los convierte en ciudadanos de un reino cuya naturaleza es celestial y no mundana. Todos los fieles esparcidos por el mundo están en comunión entre sí por medio del Espíritu Santo (cf. LG 13).

La universalidad de la Iglesia es un obsequio de Dios y pone en evidencia la labor del Espíritu Santo. La Iglesia toma su nombre a partir de esta característica de universalidad: “católica.”

La palabra “católico” proviene de una palabra griega que significa tanto “universal” como “entero.” Esto quiere decir que nuestra Iglesia no es aislacionista o sectaria. Nuestra Iglesia no es para unos pocos elegidos. La Iglesia es para todo el mundo y no debe parcializarse con nadie.

En el Credo de los Apóstoles profesamos nuestra convicción en la santa Iglesia Católica. Cada domingo, al rezar el credo los Católicos decimos que creemos en “la Iglesia que es una, santa, católica y apostólica.” Para ser auténtica, la Iglesia debe llenar todos estos requisitos.

En cierta forma, la “catolicidad” de la Iglesia atrapa el significado de “una, santa, católica y apostólica.” Con la finalidad de poder lograr esta maravillosa catolicidad y para poder ser verdaderamente una, santa, católica y apostólica, Dios ha organizado la Iglesia universal por siglos como una comunión de Iglesias particulares llamadas diócesis, lideradas por los sucesores del colegio de Apóstoles.

Perfilada según las comunidades locales fundadas por cada uno de los apóstoles, una diócesis es la unidad básica de la Iglesia. Como tal, la Iglesia diocesana no es una división arbitraria de la Iglesia mayor, ni tampoco un arreglo administrativo conveniente, o una afiliación aleatoria de iglesias parroquiales individuales.

La Iglesia diocesana representa la totalidad, el todo, la catolicidad en sí misma, siempre que permanezca en plena comunión con el Papa como obispo de Roma y por medio de él, con todas las iglesias diocesanas del mundo.

El Concilio Vaticano Segundo sostiene que la diócesis se erige como una “Iglesia particular” en la cual la Iglesia única, santa, católica y apostólica de Cristo se encuentra verdaderamente presente y funcionando.

La dignidad de toda la Iglesia está representada en la Iglesia particular o diocesana. El derecho canónico de la Iglesia (canon 369) indica: “La diócesis es una porción del pueblo de Dios cuyo cuidado pastoral se encomienda al Obispo con la cooperación del presbiterio, de manera que, unida a su pastor y congregada por él en el Espíritu Santo mediante el Evangelio y la Eucaristía, constituya una Iglesia particular, en la cual verdaderamente está presente y actúa la Iglesia de Cristo una, santa, católica y apostólica.”

En definitiva nuestra Iglesia arquidiocesana es un obsequio del propio Dios y nosotros contenemos y manifestamos la naturaleza de la Iglesia universal. Por lo tanto, nuestra Iglesia arquidiocesana es el sacramento de Cristo y la manifestación de su cuerpo, su guía y miembros en el más amplio sentido, presentes aquí y ahora en nuestra porción del centro y sur de Indiana.

El derecho canónico designa a algunas diócesis principales en ciertas regiones geográficas como arquidiócesis. De las cinco diócesis en Indiana, Indianápolis es la de mayor población, es la capital de la ciudad y es una arquidiócesis. Sin embargo, como arzobispo de Indianápolis no tengo jurisdicción sobre las otras cuatro diócesis, pero soy responsable de coordinar nuestros esfuerzos mutuos para el bien de la Iglesia en nuestra región geográfica.

En el lenguaje de la Iglesia, a estas regiones geográficas se les llama “provincias eclesiásticas o metropolitanas.” †

 

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